Es la tonalidad con la que visten tradicionalmente a las niñas en occidente y, haciendo honor a su nombre, se le asocia con todo lo que es dulce hasta empalagar, los algodones de azúcar, el merengue, la inocencia, la alegría y todo los géneros artísticos que hablan del amor.

No es casual que la canción del año 2005 compuesta y lanzada por el grupo electro pop mexicano Belanova lleve ese nombre, si pensamos que una de las mayores preocupaciones que nos inculcan como un rol de género femenino sea la de encontrar a aquel príncipe azul, vaya necedad con los colores, que nos salve de quién sabe qué peligro y nos haga vivir toda la fantasía del amor romántico hasta llegar a la boda y los hijos, razón por la cual vivimos obsesionadas con nuestro físico y besando sapos, desgraciadamente para la protagonista de la letra las cosas no suceden como esperaba y el sueño no se cumple. Hasta aquí tan solo estaríamos hablando de una balada de desamor que ya cumplió la mayoría de edad y a la que se aferra un grupo de nostálgicos que sienten que la música actual ya no les representa.
Y lo que parecía una broma en la que se mostraba a los treintones, independientemente de nuestros gustos habituales, unidos por ésta especie de sentimental himno a la desazón, terminó siendo tendencia en redes exhibiendo la historia de una multitud de adultos jóvenes que demuestran con una serie de fotos del antes y el después cómo fueron preparados para luchar y esperar cosas que o ya no son posibles o por lo menos son bastante difíciles de conseguir dentro de éste contexto y que curiosamente nos hacían mucha ilusión en nuestra adolescencia y juventud, justo cuando el tema musical circulaba en la radio.
No se trata solamente del amor romántico, con el que además también sufrimos y batallamos, si no del mito de la meritocracia, que funcionaba para nuestros papás, en el que a base de estudio y trabajo podríamos conseguir el reconocimiento y la movilidad social, nuestro esfuerzo pasa de ser nuestro superhéroe a ser el mayor motivo de frustración y lágrimas, cual si fuera un amante ingrato al que nos entregamos por completo, para que al final nos dejara tirados en el altar sin saber qué hacer con nuestras vidas.
Según la teoría del color el rosa, en cualquiera de sus variantes, ni siquiera califica como tal, por que la circunstancia para que su existencia fuese posible sería que se tocaran el rojo y el violeta, que se encuentran en los extremos opuestos del arcoíris, justo como nuestros sueños y los métodos que nos enseñaron para conseguirlos. Y todavía nos extraña pensar que los que vienen detrás de nosotros se ilusionen con ser influencers y veneren a la música que habla del hedonismo o la ilegalidad en lugar de escuchar baladitas acarameladas.
No queda más que aprender a subir la cuesta, aunque nos hayan dotado de tacones para intentarlo y luchar por que en algún momento el éxito y el reconocimiento sean otorgados a aquellos que lo merecen, volver a encontrar ese botón que lleva a la felicidad, luna de miel, rosa pastel.