Ecos de Mi Onda

Tiempos de Campaña

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El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido. 

Winston Churchill (1874-1965), político y escritor británico.

Faltando sesenta y ocho días para la celebración de las elecciones del 2 de junio, en las que estarán en juego, además de la presidencia de la república, ocho gubernaturas y 1,580 ayuntamientos, la jefatura de gobierno de la CDMX y sus 16 alcaldías, así como 24 juntas municipales. Habrá elecciones también para integrar 31 congresos locales y la renovación total del congreso federal, con sus 128 senadurías y 500 diputaciones. Un proceso electoral complejo, en un ambiente crispado debido a la división de preferencias, principalmente entre las opciones representadas por el partido Morena y sus aliados del Partido Verde Ecologista y Partido del Trabajo y por otro lado por la alianza PRI, PAN y PRD.

En las elecciones del 2018, el candidato de Morena y aliados ganó la presidencia con una preferencia clara del 53 por ciento de los votos emitidos, generando un vire que originó grandes expectativas, con respecto a una genuina reorientación de rumbo hacia mejores condiciones de desarrollo social, en una nación fastidiada y molesta particularmente por los niveles de corrupción en el manejo de los recursos públicos y con una enorme fracción de mexicanos esperanzados en contar con mejores perspectivas de bienestar y en rebasar los niveles de patente desigualdad y pobreza.

El balance real de este sexenio representa todo un análisis esmerado por parte de los expertos en las distintas áreas de los quehaceres gubernamentales. Sin embargo, queda en manos de los ciudadanos realizar sus propias observaciones y contrastar las ofertas presentadas, para orientar sus preferencias particulares. Lo deseable es que los ciudadanos realmente ocupáramos el tiempo justo, para basar las preferencias sobre argumentos realistas, considerando la viabilidad de las distintas ofertas de campaña presentadas por los candidatos, tanto en el corto, como en el mediano y largo plazo. No obstante, se aprecia que, a la fecha, las preferencias se vienen basando fundamentalmente sobre filias y fobias que incluso, no sólo son aprovechadas, sino también propagadas por los respectivos aparatos propagandísticos, en detrimento de campañas fundamentadas en propuestas solventes, situación que, por desgracia, es endémica en nuestro país. 

Los ciudadanos comunes no tenemos fácilmente disponibles los datos completos y fiables del desempeño oficial en los distintos niveles de gobierno, como para realizar evaluaciones particulares y sumar argumentos para optar por la continuidad de la administración en turno. Pero tampoco podemos comprobar a cabalidad los datos presentados por la oposición, para convencernos sin lugar a dudas, de que apuntamos en la dirección correcta. Lo que entonces se convierte en una especie de juego, en el que se interpreta de manera arbitraria la información emitida por los diversos medios electrónicos, para aferrarse a la opción favorita, simplemente por el factor de que nos late.

En la política electoral se hace uso cada vez con mayor frecuencia de las argucias de la posverdad, manipulando las evidencias innegables para relegarlas a un segundo término, aportando más densidad a las emociones hasta transformarlas en creencias, en realidades alternas y ficticias, pero convincentes para la opinión pública. La apariencia de ser verdad venciendo a la propia verdad y concretar así un objetivo de valor electoral.

El concepto cala hondo y cada bando logra inducir propuestas dudosas de gobierno, disfrazadas de fórmulas incuestionables, al grado de que, si alguien sugiere tan sólo analizar su viabilidad, se convierte al instante en un adversario político. De esta forma, si nos basamos en una propaganda partidista de esta naturaleza, estamos cerrando la puerta a las valiosas posibilidades del propio razonamiento, aceptando la interpretación de los hechos sin chistar, el consumo peligroso de un alimento digerido que aborta la plenitud de la conciencia.

¿Por qué vemos a tantos individuos de la clase política mostrar con vehemencia su interés por servir al pueblo? En épocas de campaña es tal el furor apasionado con el que nos presentan una disposición al trabajo arduo que raya en el sacrificio, que casi les creemos. Sin embargo, es un hecho infalible que, en la misma ceremonia de toma de protesta de ese puesto tan ansiado, nos muestran el cambio de fachada. Sentarse en la silla del poder transforma al servicial candidato, en el amo de la comarca, presto para llevar a cabo las verdaderas intenciones que latían tras el disfraz, armar los tratos que le permitan concretar sus intereses particulares y de quienes lo apoyaron en esta causa mezquina que denigra a la política y perjudica claramente a toda la población, que puso su confianza en un candidato que les llenó el espíritu de esperanzas de cambios positivos. “No les voy a fallar”, escuchaban ingenuamente.

Candidatos de los pobres, de la clase media, del progreso, de la austeridad, de la paz, de la educación, de la salud, de la justicia social, de la creación de empleo, del crecimiento económico, de la protección del medio ambiente, de la salud, de la honestidad, de la verdad, de la seguridad, de la libertad de expresión, de la familia, de los derechos humanos, de los sexos, de los géneros, de la libertad de credo. Candidatos de todas las causas, de todos los gustos, de todas las vertientes, que ofrecen más que el de enfrente, que son mejores que el de enfrente, que son más simpáticos, más ocurrentes, más sarcásticos, más nobles, más leales, más talentosos, más sinceros.

Candidatos que se acusan entre sí de crímenes inimaginables, que de ser ciertos (nunca presentan pruebas contundentes), en lugar de andar en campaña, deberían estar indudablemente tras las rejas. Estas acusaciones invaden los debates como distractores de lo importante, que es demostrar su experiencia, talento, capacidad, liderazgo. Ser capaces de mostrar a la ciudadanía un proyecto coherente de gobierno, con los programas de atención a las reales demandas sociales de orden nacional, estatal o municipal según sea el caso. Del conocimiento sólido y dominio constitucional, para aquellos aspirantes a formar parte del poder legislativo, que luego sólo dan espectáculos bochornosos, una vez más, a través de conductas y exclamaciones que sólo vienen a desviar la atención del trabajo legislativo serio y profesional, cayendo incluso en la mediocridad servil de aceptar propuestas anticonstitucionales, sin atreverse a cambiarles una coma, obedeciendo no a la razón, sino a quien desde la silla del poder logra manipularlos.

No hay nada nuevo, hoy mismo, los problemas de México son los mismos. En este sexenio, si hubo cambios, fue para retroceder. El punto clave para el desarrollo firme de un país hacia el progreso es la educación. Un país desarrollado valora su historia, con sus luces y sus sombras, con sus debilidades y fortalezas, no la salpica de ideologías. Se cobija con su cultura, que le ha costado el sudor intelectual de pensadores, filósofos, antropólogos, sociólogos, que le han dado cauce a la estimación del valor de la ciencia, para enfocar con naturalidad los problemas bajo la óptica del método científico, aplicado a la cotidianidad como medio indispensable para observar, comparar, evaluar y proyectar toda acción susceptible de mejora, con las bondades de la tecnología y de la permanente atención administrativa, bajo candados fuertes contra la corrupción, pues está plenamente confirmado que la sola intención no basta.

Es un reto la gestación de una población consciente de que el trabajo duro tarde o temprano da frutos, que benefician en el orden individual y colectivo. Una población que se compromete con la calidad como ese agregado que define sello e identidad, que sabe exigir sus derechos, pero que también está realmente comprometida con sus responsabilidades. Que es conocedora de que el gobierno es una entidad diseñada efectivamente para organizar la atención a las necesidades, para proponer y ejecutar soluciones factibles a los problemas detectados, ubicando el rango de las prioridades sin resaltar el efecto relumbrón de las obras magnas, sobre las de mantenimiento de infraestructura. Una población consciente del cumplimiento de la ley, con enunciados constitucionales emanados del conjunto de experiencias, que inducen invariablemente al necesario orden justo y equilibrado del tejido social. Con sectores responsables de impulsar la capacidad de adaptación e innovación permanente, apoyando la formación de recursos de alto nivel, la distribución equitativamente justa de las utilidades producidas a través del trabajo integral, que operan bajo iniciativas funcionales de productividad y no al amparo de subsidios oficiales que huelen a conflicto de intereses corruptos, que pagan impuestos, que apoyan el desarrollo integral de la sociedad, que distingue la igualdad de oportunidades, que promueve genuinamente el esfuerzo y el talento, que se preocupa por detectar y corregir los obstáculos que frenan los objetivos de genuinos estándares humanistas de bienestar común.

Hoy en México se rema contra la corriente. La delincuencia organizada rige en áreas extensas de la nación y mantiene en zozobra a los ciudadanos debido a la violencia, que llega en muchas ocasiones incluso al grado de terrorismo. La educación sigue estancada, limitada en visión y presupuesto. La atención gubernamental a la salud es realmente precaria, sin opciones que brinden seguridad a la población y hasta se puede caricaturizar aludiendo a una inútil y costosa megafarmacia. La creación de empleo para los jóvenes está enmascarada por la abusiva extensión de contratos temporales, con salarios indignos, sin prestaciones de ninguna índole. Es abrumador el dato del INEGI que señala que el 55.2 por ciento de personas labora en la informalidad, lo que indica la desconfianza del destino del pago de impuestos para obras de beneficio real para la sociedad.

México avanza por inercia, y sigue y seguirá avanzando, porque es mucho pueblo, a pesar de tener tan malos gobernantes. No hay una bola de cristal para adivinar quien ocupará la presidencia de México en el próximo sexenio, pero no deberá ser el mismo pueblo sumido en una pésima forma de gobierno. La ciudadanía debe tomar conciencia de su posición superior en el mandato, estudiar, analizar, participar, exigir, puntualizar que el gobierno es un servicio que paga la sociedad para su beneficio. Es imperioso hacerle ver claramente esta renovada actitud ciudadana a los todos los candidatos que aspiran a ocupar un cargo público.