El Laberinto

Desconectada

Compartir

“Tenía todo calculado, pero al parecer soy mala para los números”, pensé esa tarde de sábado  cuando me di cuenta de que el familiar  abaniquito  que señala en los dispositivos móviles que cuentas con internet, y que brillaba por su ausencia desde temprano ya no iba a regresar tan fácilmente.

“Gajes de la aventura de intentar ser creadora o un poquito independiente”, me consolé, mientras imaginaba el tiempo de sobra que tendría para escribir y corregir lo escrito  lejos de las mundanas distracciones de la red. Les hago un pequeño spoiler: esto es lo primero que escribo desde ese día.

Las primeras horas no fueron tan temibles, mis datos hicieron la misma función que una colchoneta que te atrapa al caer de la mullida cama, no es el piso pero no es ni remotamente tan cómoda como un colchón y además se consumía con cada enlace pulsado, búsqueda hecha, video meme recibido y revisado, una piel de zapa que se achica ante tus ojos con cada deseo concedido (Balzac, mi amor). Recargar de nuevo era abrir un pozo sin fondo ¿Qué tan mal se puede estar así?

El domingo aplaqué un poco a la ansiedad, que ya sentía su sombra nublando la iluminación de mi foquito doméstico, con el poderoso “opio de las masas” aunque de pronto las dudas sobre estadísticas o jugadores quedaban ahí atragantadas, porque así es ser curiosa y estar ociosa.

El lunes comenzó la verdadera abstinencia, ese acto reflejo de entrar a las redes para encontrarte con una pantalla sin imágenes, la sensación de estarse perdiendo algo, sentirse aburrido sin poderse concentrar en nada, me di cuenta de lo mucho que ponemos en la red y de lo poco que nos pertenece en realidad, el editor de texto, la música que escucho, el salir de dudas, el socializar, todo en la era digital se paga pero no te pertenece, es rentado y los términos de esa renta son cada vez más injustos y apretados y yo sintiéndome como si acaba de dejar la heroína aunque nunca la he probado (aún, que así hasta ganas dan) y además frustrada por no aprovechar mi contado tiempo y sola, tan sola por la vergüenza de aceptar que algo tan insignificante me hiciera sentir así. Aquí agradezco a mis allegados que no dudaron en reconocer que no estoy (tan) loca, que casi no se puede estar así y que me ofrecieron paliar la crisis de algún modo.

Entonces me vi creando estrategias, descargando de la red pública contenido para poder ver por la noche, desempolvando mis discos compactos y libros físicos, y escribiendo este laberinto desde otro editor, siempre brilla el sol, pero qué difícil es verlo con la atención tan fija en la pantalla.