El Laberinto

Optimismo cruel

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Nos mastica lentamente, músculo a músculo, hueso a hueso la tremenda sensación de la culpa: por fracasar, por no ser productivos, por no tener  tiempo o dinero, por estar demasiado tristes, demasiado gordos, por cuidar a los hijos o por no hacerlo, por tener miedo de salir o por salir sin miedo, por acabarnos el planeta, por todo y por nada.

Y por fin después de un tiempo de pensar en aquello de la individualización de la culpa ante problemas estructurales, como no alcanzar el puntaje para entrar a la universidad en un sistema rebasado con una educación básica tan deficiente, por  no ser ubicuos con un transporte colapsado, porque no ahorramos con salarios de hambre y con inflación encontré que está viene del optimismo cruel.

Está bien ser optimista, verla la cara bonita a las situaciones, creer que nos podemos sobreponer a todo pero cuando le añadimos la palabra “cruel” a la fórmula (añadidura que no hice yo, si no Lauren Berlant) la cosa se retuerce y bastante, ya que nos ofrece soluciones pensadas desde el privilegio de quien las enuncia y basadas en la fuerza de voluntad de quien tendría que ponerlas en práctica, todo esto sin modificar las estructura que en un principio generó el problema y por lo tanto, la fuente de los privilegios de aquellos que las proponen.

Por ejemplo, dicen que el país no avanza por que no nos preparamos lo suficiente, hagamos una cadenita por la vida de un estudiante: Nace en la pobreza, va mal comido a la escuela, tiene problemas más graves que aprender a sumar, le toca infraestructura insuficiente, maestros mal pagados, pelear por la mesa del comedor para hacer la tarea y si se sobrepone a todo esto, si lo logra entonces se encuentra con un mercado laboral precario que lo hará desear haberse puesto a vender hamburguesas por su cuenta desde que acabó la preparatoria. No sirven de nada los profesionales si no hay donde ponerlos, no sirve de nada la historia extraordinaria de éxito de uno solo (que vale mucho pero no es representativa) si no es común la movilidad, la idea sería salir la mayoría, no de uno a uno.

En este optimismo cruel todo se resuelve con “echarle ganas”, con que el cambio está en uno, con elegir una carrera “que deje” aunque no te guste y esté saturada, con ir a terapia para lidiar con la depresión, aunque tu entorno se esté quemando, en resumen con acomodar la jerga en vez de arreglar la gotera. La clave no estaría en sumirnos en el pesimismo y la conformidad, sería apuntar al lugar correcto los esfuerzos ¿Podremos?