Más de una semana llevo ya con un dolor clavado en las escápulas y el cuello que me hace sentir Altas cargando la bóveda celeste, el Pípila con la loza protectora listo para quemar la puerta o Sísifo de subida, no puedo mirar por encima del hombro, lo cual quizás esté bien por aquello de la humildad, ni estar en una misma posición por mucho tiempo (aquí necesito que imaginen a su servidora contorsionándose mientras escribe esto) sin estar acomodada como objeto frágil a punto de viajar en una acolchonada envoltura.

Siempre había creído que el dolor te centra en el aquí y el ahora, como meditar pero de manera forzada y tortuosa, nada existe antes y después de un dolor de muelas o de un ataque de migraña, solo ese punzante instante, pero este padecimiento molesto, pero no agudo (para hacer la distinción pensemos en la misma canción fastidiosa pero una cantada con voz de silbato), a pesar de la aparente rigidez, me mantiene viendo hacia atrás, en dirección de las “malas decisiones” que tomé para llegar a este punto.
Entrecomillo “malas decisiones” porque considero que no las percibiría como tales si no estuviera padeciendo sus presuntas consecuencias en este momento, no dejó de pensar en el suéter que no me puse cuando salí corriendo a meter la ropa antes de que la lluvia le diera otro ciclo involuntario de lavado, en aquella mochila que no quise bajar durante horas para tenerla bajo mi vigilancia, en mi gusto por sentarme en la alfombra, en el delirio autosuficiente que me llevó a cargar un bulto de la mitad de mi peso y un largo etcétera. Mis malos pensamientos me llevan hasta a sospechar mis amadas almohadas y los más paranoicos en un tumor que me anda drenando la vida desde atrás, traidoramente.
Desgraciadamente, salvo para mantenerme masoquistamente entretenida, pensar en esto no me va a curar, aún si encuentro la causa teniendo una binoculares retrospectivos calibrados para visualizar en cámara lenta, para más placer, el momento exacto en el que me arruiné esta vez la espalda (o ya poniéndolo más trágico hasta la existencia misma) o incluso asistiendo al médico a que me analice para tener unos resultados que, si tengo suerte, llegaran después de mi recuperación.
Lo único realmente útil es hacerme cargo de mi dolor y esto funciona sea éste físico o no, algunas maneras son aceptar que existe, pedir ayuda, contener el daño buscando que no incremente y lo más importante: no culparme ni sobre pensar, saber que no lo merezco o que algo que hice de buena fe lo provocó no va a quitarlo, solo va flagelarme más. Acepto consejos, pero eviten darme palmaditas.