“y ese viento que trae la muerte eres tú…”
Silvio Rodríguez
En Guanajuato ya comienzan los fríos, ellos llegan de a poquito, el viento nos da el aviso cuando saltarín, revolotea en todos lados, y las hojas de los árboles bailan con él, saben de su muerte inminente y se entregan a ese último vaivén. Como que sabe que esta temporada es para poder decirnos muchas cosas, esas cosas que nos callamos, que la muerte calla, que la vida espera. Y así, sempiterno sólo nos recuerda la fugacidad del momento de vida, el eterno aire que seguirá aquí, aunque nosotros partamos, seguirá paseando por calles, callejones y plazas, aún en las casas se mete para recordarnos que somos unidad, uno, vida y muerte a la vez.
Mateo, mi amigo, me dice que desde niño “el viento le habla”, tal cual. Que él, ahí en la azotea de su casa, a pie de carretera en la Panorámica, salía ver los cerros y el paisaje cuando llega desatado de la sierra llegaban y le tocaba los vidrios de su ventana, “a veces, me tocaba hasta mi puerta, él se mete hasta dentro de las casas y cómo no si es el aire que nos mantiene vivos”.
Me cuenta que una de esas veces el aire de la desgracia entró a su casa, una noche llegó hasta la cocina donde hizo un remolino, mi amigo asustado, sólo atinó a ponerse de pie, abrir los brazos y recibir ese mensaje y ahí le se lo dijo: “como sombra oscura, mala, la muerte está con él”, y así fue. Luego lo supo. Su tío murió coincidentemente en ese mismo instante.
Otra vez, en plano día iba caminando por la calle y una corriente lo rodeó, jugó con su pelo largo, y le dijo que no estuviera triste, que su madre iba a estar bien. Él sólo atinó a sonreír y caminó juntó a él, fue hacia dónde lo llevara, a veces corría, a veces sólo paseaba, a veces, se detenía en los remolinos con que el aire lo acariciaba. Y sí su madre salió bien del hospital.
Mateo sigue cada vez escuchando cosas, y a veces no quiere decirlas, pues también en ráfagas impredecibles le pide que se calle, que sólo ese saber es para él, pues los demás lo hemos dejado de escuchar, él está desde antes de que nosotros llegáramos aquí. Por eso vuelve, siempre.
Dicen los que saben que el viento trae las palabras y hasta los ladridos de perro y maullidos de gato, y nos da aliento para seguir viviendo, pero también comunica las desgracias o las bienaventuranzas sólo hay que saber ponerle atención, porque las corrientes que se cuelan hasta cada recoveco de esta ciudad son testigos de lo que hacemos cuando estamos vivos o muertos, porque también se cuelan por las rendijas de las tumbas del panteón, o por los ojos de los muertos que se quedan aparentemente vacíos, pero lo tiene a él, no se salvan de que el soplo de vida, los busque una y otra vez, pero el cuerpo ya no responde al menos caminando, porque lo que suspira el muerto lo hace convertirse en espectro o fantasma.
No debemos ser indiferente a su presencia, porque en él las ausencias también, nos dice, que el vacío no existe, existe él, siempre, ese soplo que a veces nos hace morir en las calles a cada suspiro, a cada palabra, a cada canto, pues el viento se lleva lo que no queremos y lo lleva a cada planta del planeta para que podamos tenerlo siempre, siempre, con nosotros dentro de nosotros en mí. ¿Quieres venir a escucharlo? Tal vez te diga lo que siempre te digo: “Ven, lee y anda Guanajuato.