Una de mis partes favoritas de estas festividades, aunque se infarten los puristas de cempasúchil, que también me fascina desde que lo veo como un presagio anaranjado por las calles y mercados, es ver a los niños disfrazados, no me importa si son una princesa o un vampiro, un monstruo o un tierno pollito, si el disfraz costó una fortuna o si es resultado, como tantas cosas en la infancia, del ingenio y paciencia de mamá. Van poseídos por el personaje, lo sienten y viven sin complejos, también son piratitas tras azucarados premios, el centro de atención, el performance en toda su expresión.

Me da curiosidad el cruce de tantas cosas opuestas funcionando con tanta naturalidad, una festividad enfocada al culto al ancestro regocijando a los descendientes, atajando el miedo a no estar con bromas y chocolates, estando todo lo que puede, el silencio sepulcral derrotado con el ruido y el carnaval (en su expresión antropológica que implica la disolución temporal de roles y reglas), lo oscuro adornado con foquitos chinos y veladoras, lo nacional y lo anglosajón en perfecta conjunción, como las hamburguesas con jalapeños y las películas de terror, que en teoría no deberían ver los niños, con sus personajes encarnados en ellos caminando por la calle, riendo de aquello que debería darles miedo.
Y ya que he llegado a este punto me pregunto: ¿qué tan saludable o dañino será aquello de asustar a un niño? Considero esto una cuestión de intención y de orientación ¿Se le asusta solo por el gusto de asustarlo, para que no pueda dormir solito o a oscuras? Para que se bañe con miedo como yo después de ver la escena de IT donde una mano con guante de payaso ominoso sale de la coladera o quizás se usa el susto como método de disuasión, en vez de explicar el objetivo de una orden o prohibición se siembra un miedo irracional, pero útil para quien tiene el poder (ojalá esto solo pasara cuando somos niños) cómo decirle que el hombre del costal viene por los niños llorones o que el pan provoca lombrices si se consume sin leche. Estos dos casos son nocivos pero hay un tercero que no lo es.
El temor es uno de nuestros instintos más primitivos, nos sirve para auto preservarnos y que mejor manera que experimentarlo de manera controlada y con apoyo de la ficción, si hasta los cuentos no edulcorados para el ratón de calzoncito rojo tienen su dosis espeluznante para que lo niños aprendan las precauciones básicas, otro cruce de opuestos, una vacunita que lo prepara por si el virus se acerca alguna vez, que seguro serán tan buenos en el papel cauto como lo son en sus disfraces.