Ahí andábamos justo donde iniciaba el tianguis, dos hermanos inocentes que no saben una de las verdades crueles de la vida adulta: que el queso es bastante caro, pidiendo de cien en cien gramos una variedad de productos frescos y maduros mientras comentábamos las delicias que prepararíamos con cada uno al volver a casa con el resto de los víveres. De pronto el vendedor nos dice el total de la compra, mucho más de la mitad del presupuesto asignado por nuestra progenitora para la misión compradora completa. Me miró con cara de disimulo y soltó la pregunta: “¿traes el dinero?” Afortunadamente fui más suspicaz para entender la coartada que para revisar precios antes de pedir así que le respondí: “pensé que tú lo traías”. Nos disculpamos y huimos sin queso y sin dignidad, pero con el mandado asegurado.

Y así aprendí que antes de embarcarse en algo así sea un compromiso, un trabajo, una relación o una transacción de lácteos primero hay que preguntar antes de que el otro cuente con nosotros y ponga en marcha todos los engranes que se requieren para dicha situación. O lo aprendí a medias, porque la verdadera lección la aprendes cuando eres el que está ahí calentando el pozole para un invitado que no llega, haciendo planes alrededor de un suceso que nomás no pasa, haciendo castillos en el aire, cortando y embolsando el queso que no pagan un par de adolescentes o lo que es peor rechazando otras opciones y posibilidades para aferrarte a una que de pronto se vuelve imposible. Siempre no.
Ese limbo, ese desierto al que se llega persiguiendo un espejismo es un lugar más incómodo que un banco sin respaldo y una de las pocas maneras de salir de él consiste en dar la cara por lo que no pasó, aunque no dependiera de nosotros, para poder continuar dentro de lo que sí está pasando, aunque esto no siempre es posible, hay oportunidades que solo pasan una vez, hay acontecimientos que solo son posibles en un espacio y tiempo determinados, en un acomodo de astros, si es que creen en eso.
Es irresponsable y hasta grosero tener muchas velitas encendidas, aunque eso dependerá de muchas condiciones en particular, en el trato interpersonal no lo hagan, en el empresarial cambia la cosa, ahí solemos ser tan sólo una gota menos en un torrente.
Por último, y retomando la historia del queso, llevarlo era regaño seguro y una monotonía gastronómica con duración de una semana, siempre se puede decir que no, siempre estamos a tiempo de bajarnos del camión o de regresarnos por la escalera sin haber usado el tobogán. Pero de preferencia, avisen.