Muy buena recepción en la comunidad internacional y entre los gobernantes representados en la reciente cumbre del llamado G-20, que es un grupo de 19 países que concentran algo así como el 85 por ciento de la economía mundial y que se llevó a cabo en Río de Janeiro, Brasil. Es uno de los foros multinivel más importantes donde convergen mandatarios nacionales para intercambiar experiencias y fijar algunas posiciones como es la lucha contra el hambre, la pobreza o el cambio climático, derechos humanos, democracia y gobernanzas, sin entrar en confrontaciones por su origen político-ideológico, aunque no está exenta de estas diferencias.
Claudia Sheinbaum Pardo estuvo allí para hacer un llamado trascendental a los líderes mundiales, especialmente a los países bélicos, convocándolos a destinar el uno por ciento del gasto militar a la reforestación, mediante un programa similar al “Sembrando Vida” de nuestro país. El cambio climático y combate al hambre fueron los temas centrales de esta cumbre y, por supuesto, Sheinbaum no podría dejar pasar la oportunidad.
Y sí, fue bien aplaudida nuestra presidenta, quien la semana pasada la revista Time la colocó entre las líderes mundiales más influyentes en el tema climático (Time Clima 2024), a quien reconoció su “gran conocimiento sobre la ciencia climática, pues incluso como académica contribuyó a la redacción de dos importantes informes para el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas”.
Además de ello, la mandataria mexicana mandó señales políticas: el gesto de agradecer a la comunidad internacional el apoyo brindado a los damnificados de Acapulco, además de refrendar la amistad y cooperación con los presidentes de los Estados Unidos y de China, teniendo el cuidado de no encontrase con el mandatario argentino Javier Milei.
¿Esto significa un cambio en la dinámica de la política exterior que venía sosteniéndose con su antecesor Andrés Manuel López Obrador? Es decir, la “Doctrina de la Alineación Múltiple”, adoptada por gobiernos como de México, la India o Sudáfrica que, por geoestrategia, acuerdos comerciales, alianzas coyunturales eran disciplinados acatadores de las órdenes emanadas de Washington, pero que ya no siguen a pie juntillas las imposiciones de la potencia estadounidense.
Esta doctrina internacionalista, surgida con la guerra de Ucrania y Rusia, y explicada por el canciller indio Subrahmanyam Jaishankar, en “The India Way: Strategies for an Uncertain World” (El camino de la India: Estrategias para un mundo en cambio), digamos que, en términos generales también fue adoptada por el presidente de López Obrador, quien viajó muy poco al exterior y recargó sobre sus dos cancilleres, Marcelo Ebrard y Alicia Bárcena, para refrendar sus alianzas económicas, aunque no todas las encomiendas geopolíticas.
Es difícil anticipar que dicha estrategia podría mantenerse en una la próxima coyuntura internacional, en que hay un resurgimiento de gobiernos derechistas y ultraderechistas, del neofascismo y el neo conservadurismo en América y Europa, especialmente con nuestro principal socio y vecino, Estados Unidos, donde ya se han anticipado colocar en carteras de salud a un activo del movimiento “antivacunas” (Robert F. Kennedy), a tres de los llamados “halcones” en la política migratoria (Los futuros jefe adjunto de Gabinete de la Casa Blanca, Stephen Miler; “zar de la frontera”, Tom Homan, y como secretaria de Seguridad Nacional a Kristi Noem), a una negacionista del cambio climático (Chris Wright), un defensor del presidente ruso director del centro nacional de inteligencia (Tulsi Gabbard), además de empresarios como Elon Musk y hasta un conductor de televisión afín a su candidatura.
Vienen tiempos nublados para desempeñar la política exterior de nuestro país, pues quizá la nueva administración de Donald Trump admita ambigüedades ni promesas, sino acciones sobre todo en materia de combate a los cárteles que trafican fentanilo a su país. El conflicto Rusia- Ucrania, así como el de Irán- Israel amenazan con escalar a “la tercera guerra mundial”. Y ni qué decir de la inestabilidad regional en América Latina, donde el eje Nicaragua- Venezuela-Bolivia navegan en conflictos internos de sus grupos en el poder, sumándose la crisis energética en Cuba, además de las condenas y deslinde de los gobiernos de Chile y Brasil respecto al manejo de Nicolás Maduro de su crisis.
En otro terreno, también se prevén dificultades para darle un nuevo impulso a las propuestas del expresidente Andrés Manuel López Obrador que buscaban sentar las bases para poner fin a la crisis humanitaria centroamericana y con ello contener la migración (Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo), fueron un fracaso para la región, ya que ni EEUU ni Canadá se comprometieron en aportar algo. Las otras acciones como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, aún no impactan, además de no tener el apoyo de los socios comerciales. Quizá por esta razón el gobierno estadounidense sólo apoyó al Transístmico.
La máxima de la diplomacia dicta que un país con una imagen positiva en el extranjero ayuda a tener respeto y reputación mundial, a generar certidumbre, atraer inversiones y beneficios de organismos financieros internacionales (BM, FMI) para beneficios sociales, económicos y políticos, como los ambiciones planes para la relocalización de empresas, reactivación de los ferrocarriles y los diez Corredores de Bienestar: Baja (Baja California y Baja California Sur); Frontera (Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Veracruz Norte); Bajío (Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro y San Luis Potosí); Noroeste (Durango, Sinaloa, Sonora y Zacatecas); Pacífico (Colima, Jalisco, Nayarit y Michoacán); Centro Pacífico (CDMX, Guerrero y Morelos); Centro Golfo (CDMX, Puebla, Tlaxcala y Veracruz Centro); AIFA (CDMX, Edomex e Hidalgo); Interoceánico del Istmo (Chiapas, Oaxaca y Veracruz sur) y Maya (Quintana Roo, Tabasco y Yucatán), entre otros.
Lo anterior tiene que ser leído con sumo cuidado y hacer los ajustes pertinentes en la comunicación internacional, porque de acuerdo, hoy por hoy, la imagen de México es negativa y estigmatizada (como ocurre en Francia donde se habla de “mexicanización” como sinónimo de ambiente violento). Un estudio de la Universidad Iberoamericana (La imagen de México en el mundo), registra que desde 2006 si bien hay elementos positivos en la reputación de México en el exterior, los negativos continúan siendo altos con etiquetas como “barbarie”, “ultra violencia” y “Estado fallido”.
Una vez concluida la cumbre del G-20, vienen más. Hoy mismo, en Ottawa, Canadá, inició la Segunda Conferencia sobre Manufactura en América del Norte con los principales industriales manufactureros de México, Estados Unidos y Canadá que, de acuerdo con el analista Mario Maldonado, “en el contexto político actual, y con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, se convierte en el inicio de una estrategia para asegurar la continuidad del T-MEC y el proceso de integración económica de la región”.
Por ahora, la postura de nuestra presidenta fue bien recibida y puede ser un referente para construir un liderazgo que emergería con sumo interés con la bandera ambientalista, la cual tendría que sentirse primero en México para ser valorada mundialmente, pues se requieren ejemplos vivos de nuestro terreno para el mundo y ello implica revisión y corrección a la política energética en CFE y Pemex, por ejemplo.