El Laberinto

Montaña rusa

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Estando en el parque de dimensiones decides o te convencen de subir a la reina de las atracciones: la montaña rusa, primero la fila, uno solo alcanza a ver nucas y conforme estas se van moviendo y avanzando hasta que ya no queda ninguna nuca enfrente de ti y todos pueden la tuya, y entonces subes al carrito, si tienes suerte eliges el lugar, probablemente si no es la primera vez hasta sabes que se siente desde cada sección, el frente que desliza sin brincar pero que ofrece aterradoras vistas al vacío, el centro donde vas estable y sin la vista tan tremenda o el fondo donde vas brincando como si fueses la aguja de una máquina de coser, pero que por alguna razón parece menos intimidante que ir en la nariz. Revisan la seguridad y comienza el ascenso.

A medida que se sube, muy despacio, se puede observar como el suelo se aleja hasta que las personas que pasean por el parque, ajenos lo que sucede en las alturas, se van haciendo pequeños puntos deformes, en contraste con lo cerca que estaban las otras personas en la fila y lo detallados que se veían sus ropas y rasgos distintivos. Tal vez por la posición del carrito, que para este punto es casi vertical, el estómago se oprime y la primera cima, aquella que tiene como función tomar impulso para el resto del recorrido, ya está frente a nosotros.

Y a partir de ahí subir bajar, la adrenalina a tope, gritar o disfrutar o disfrutar gritando, sentir que saldrás volando hacía el centro del parque en las curvas, sobre todo en las más pronunciadas y en menos de que lo que un tartamudo logra decir esternocleidomastoideo ya estás bajando, despeinado y algo asustado pero listo para el otro juego o para formarte de nuevo al mismo, por que casi no sentiste del puro miedo que tenías, o dispuesto a besar el suelo como pontífice y volver a casa agradecido de ser ansioso pero no profético.

No es que a todos nos gusten los juegos mecánicos, que si es tu caso este laberinto servirá para sentirlos un poco (espero), pero lo que es verdad es que todos nos hemos encontrado en momentos en la vida donde toca saltar al vacío, deseablemente porque así lo decidimos, aunque muchas veces las circunstancias nos ponen ahí y no queda más que apretar la carita y sentir el viento, mucho mejor si alguien sostiene tu mano en las bajadas.

Ahora que si ya pagamos la entrada, recorrimos el parque y hasta hicimos la fila para eso, hay que disfrutar el momento y nunca olvidar que estadísticamente hay una posibilidad de uno en veinticuatro millones de morir en un juego mecánico, pero en un auto es de uno en 107, ambos sirven para moverse, pero con la primera puedes mirar el cielo de más cerca.