El Laberinto

La avalancha

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La primera bola de nieve que lanzó ese día fue cuando cedió a la tentación de pedirle cinco minutos de gracia a la alarma del celular y agarró velocidad cuando  dejó la taza del café y el plato del pan en el fregador, porque ya iba con el tiempo contado, que se juntaron con la taza y el plato de la cena, que estaban ahí esperando desde la noche anterior a que  ya no estuviera cansada, justo al contrario de la cama sin tender que sabía que su turno llegaría justo cuando le diera sueño de nuevo.

Al llegar al trabajo se encontró con una avalancha de pendientes que se habían ido acumulando de a poco con residuos chiquitos que no parecían intimidantes de momento, sofocada como se encontraba en la nieve, en la única nieve que se puede conocer viviendo en una ciudad tropical, (hasta que el clima se vuelva más loco que nosotros, lo cual no tarda) no le dio tiempo de responder a los mensajes de sus amigos, ni de salir de comer y todo es tan difícil cuando tus dedos están bajo cero y además duele ese hombro sin atender ¿a qué horas va a ir al doctor?

Regresa a casa, agotada y con unas salvajes ganas de cenar que se vieron postergadas por  el reproche de los trastes abandonados, que se hizo presente cuando recordó que su taza favorita, esa de la que ya conoce las cantidades requeridas por ingrediente para que la bebida quede a su gusto, estaba con el azúcar hecha piedra en el fondo y lo que pudo ser fácil de tallar en su momento, le llevó una buena y enérgica sesión que el hombro adolorido definitivamente no agradeció para nada y que tampoco sirvió de mucho porque después de cenar la pobre regresó de nuevo a su frío lugar bajo un grifo, que permanecería cerrado esperando más ganas de ser usado.

Ha llegado el momento de acostarse para responder con calma los mensajes rezagados del día y si las avispas de la ansiedad se lo permiten, descansar, pero se encuentra con la cama hecha un pleito de perros, toca tenderla de nuevo solo para volverla a deshacer  y usarla.

Soñó que era “Sísifa” y que al faltar a la hospitalidad con ella misma por recibirse con más trabajo después de haber trabajado todo el día  y con sus amigos, cuyos mensajes ya no tuvo ánimos de contestar, había sido castigada, ya no con solamente empujar una roca por una pendiente para ver como caía, si no con verse arrastrada una y otra vez por esa piedra o más bien avalancha en cuyo avance  iba lanzando más bolas de nieve que serían nuevas avalanchas al día siguiente. Tan mala noche de sueño, evidentemente, terminó con una alarma postergada.