El Laberinto

Sillas

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Recargarse era una verdadera tortura, cada que su espalda se posaba sobre el respaldo sentía un punzante dolor, como si un picahielos estuviera intentando conocer alguno de sus pulmones, se removía del asiento, intentó varias posturas creativas, que evitaban el dolor punzante pero no la incomodidad.

Le esperaban ocho largas en ese sitio, recibiendo información y tomando notas y le atribuía a algún detalle de su atuendo la protuberancia que ahora se había convertido en  ese calvario punzocortante y por más que se acomodaba las capas de tela (porque lanzarlas con violencia y quedar con el torso al natural no era una opción viable frente a la sala abarrotada)  no lograba eliminar al responsable. Al frente la  ponente continuaba indiferente  hablando de quien- sabe-que –cosa ¿cómo poner atención en estas circunstancias?

De pronto, al voltear para comentar algo con la espectadora de atrás se dio cuenta de que había omitido el acto más básico de todos: voltear a ver el respaldo. Y ahí estaba, chato, diminuto y reluciente en su frío tono plateado, un infame tornillo saliendo a través de la tela, otrora dispuesta ahí para  mantener al usuario cómodo, y junto a él otro tornillo que aún no rompía la barrera pero que era igual de molesto.  La silla de enfrente, hasta entonces ignorada como el tema de la reunión, se presentaba ahora susurrando de modo seductor: “cámbiate para acá”.

Interpuso su bufanda hecha bolita entre ella y el respaldo, en lo que esperaba el receso para moverse de sitio y sacar de circulación el asiento sin causar un alboroto o darle un codazo a alguien más (con una persona enfadada era más que suficiente) y se hicieron la luz, la atención y la calma. Una vez que conoció la verdadera causa de sus problemas se  acabaron los pensamientos de querer atribuirse a sí misma la culpa. Las ganas de abandonar el lugar bajo cualquier pretexto y pudo consumar acciones que la llevaran al alivio.

Hay que fijarnos en dónde nos sentamos, con eso nos vamos a evitar chicles, tornillos, mascotas pequeñas y hasta gandules, pero aún más importante es observar si el entorno, o una parte de éste, no es partícipe de lo que sucede, porque no siempre se trata de uno mismo, hay cosas reales afuera de nuestras mentes que lastiman y tenemos razón en sentirnos mal por ellas, aunque sean tan pequeñas como un tornillo, porque cuando nos están picando se sienten gigantes y el dolor es cegador y desesperante y a veces nos hace tomar malas decisiones. Validemos nuestro sentir, comuniquémonos, pongamos barreras con lo que nos lastima si no podemos correr de inmediato y si está en nuestras manos, evitemos que alguien pase por lo mismo. Ya lo saben, este no es un laberinto sobre sillas.