El Laberinto

El billete falso

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No podía creer que había sido lo suficientemente tonta para no darme cuenta, tal vez por prisa o por descuido, por confiar en los demás, rastrear su origen sería inútil, entre tanto establecimiento, tanto pagar y pagar y la casi normal deshonestidad imperante. Ahí tenía en mis manos, en lugar de mis cincuenta pesitos, un burdo pedazo de goma con acabados bastante deficientes.

He de confesar que, para evitar víctimas directas, intenté usarlo en todas las maquinas del metro con las que me crucé y el resultado siempre era el mismo: el billete falso volvía a mis manos y la gente formada detrás de mí miraba con impaciencia como buscaba dinero de verdad en el monedero para pagar el viaje. Al final, un poco por vergüenza y un mucho para romper el ciclo de la estafa, lo guardé en la bolsita de los marcadores y me olvidé del asunto por un par de años… Hasta este sábado. 

Por cuestiones de trabajo tuve que echar mano de mis viejos marcadores y mientras todos buscaban su color preferido vi el infame pedacito de plástico asomarse, tentador y burlón por un ángulo de la bolsita, como queriendo volver a circular, extrañando pasar de mano en mano para después observar los rostros de decepción, que al parecer le gustan mucho.

Lo guardé en uno de los múltiples bolsillos del pantalón y continué trabajando, por la noche compré unas bebidas y cuando ya estaba lejos del establecimiento, al sacar el celular me encontré con un billete real de la misma denominación, la sorpresa de que alguien más, aparte de mí, cayera en esa trampa se vio rebasada por el remordimiento. Me imaginaba a la cajera haciendo su corte, poniendo de su pago la falta, o si era más malvada buscando al más incauto, distraído o borracho para dárselo como cambio, hasta pensé el volver al día siguiente y pagar, tal vez el falsificado estaba por ahí pega junto con mi rostro tomado de las cámaras de seguridad.

Hoy al revisar mi mochila del trabajo me encontré con que en algún momento que no recuerdo, había colocado ahí al falsote, que por fin se encontró con una cara alegre en su camino. Y me he quedado pensando estas horas que tal vez no tenemos la culpa de caer en engaños, por la razón que sea, pero si la responsabilidad de evitar que otros se sigan tropezando con la misma piedrita por ahí. Cuantos billetes y personas sin valor dejarían de circular.