El Laberinto

Pollitos de colores

Compartir

No sé a qué año se remonte ésta práctica o si prevalece en otros estados, a pesar de la supuesta y moderna consciencia sobre el sufrimiento animal, pero en mi infancia era común encontrarse con cajas atiborradas de pollitos de colores teñidos con alguna sustancia misteriosa, que se pisaban y defecaban entre sí, piando desesperados por salir de aquel abarrotado espacio, como muchos de nosotros en el metro durante alguna de las múltiples horas pico que castigan en esta ciudad en cuestiones de movilidad.

Estaban cerca del paso de los niños, pero podían ser comprados por cualquier imprudente, que dicha característica no es exclusiva de ninguna edad y por unos devaluados pesos, ya sea en compra directa o través de una rifa, se podía acceder a la maravillosa experiencia de adquirir una mascota de existencia injustamente efímera maquillada en tonos neón.

Estoy segura, en este punto de la vida, de que todos hemos sido dueños de uno de estos especímenes, aunque muchos hayamos tenido madres que no sucumbieron ante su aparente ternura y es que podemos nombrar a las decisiones precipitadas, a las modas efímeras o a los vínculos pasajeros, propios o ajenos, porque igual nos afecta lo que hagan nuestros allegados, como pollitos de colores.

El pollito colorido puede llegar a nosotros de tantas maneras como puede morirse, por un impulso, o tal vez era un regalo desatinado, probablemente pensamos mucho en su adquisición y al final no era lo que queríamos o simplemente todos tenían uno y no queríamos ser menos. Y ahí esta uno soportando el ruido, la caca,  las miradas juzgonas de los demás, todo el esfuerzo que no teníamos contemplado cuando lo llevamos a casa, casi que se siente un alivio cuando ya no está aunque de vez en cuando recordemos con nostalgia que se sintió tenerlo.

Esa moda estrafalaria que nos hacía lucir terribles, esa pareja que se veía incómoda con nosotros y con la que no teníamos nada en común, ese pasatiempo para el que no tenemos destreza y la defensa de “es mi verdadero ser”, “es el amor de mi vida”, “es mi verdadera vocación” muchas veces acaban como las pobres aves, la mancha anedotica y motivo de burla de nuestra historia personal, que de todos modos vale la pena probar.

De vez en cuando y contra todo pronóstico, vemos pollos crecidos, cosas incompresibles que se volvieron realidad a base de pura constancia y esfuerzo y que ahora nos despiertan con un kikiriki matutino. A mí me dijeron que me cansaría de la música ruidosa y los ojos negros, han pasado 25 años pero ese día no ha llegado.