El Laberinto

No quiero héroes

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De nuevo nos sacude la tragedia en la ciudad, ésta vez materializada en llamaradas apocalípticas alcanzando a pasajeros, transeúntes y conductores cuyo único error fue vivir en la periferia, estar en el lugar y momento equivocado, atrapados, muchos desde que nacieron. No es que sea septiembre, o la fatalidad, ni algo inevitable que deberíamos aceptar, nunca debería haber pasado, y sin embargo, ahí está y ahora muchos no estarán o ya nada será igual.

Una herida más a un oriente que es el más poblado de toda la ciudad, hecho de pueblos originarios, de desplazados  y migrantes, en muchos casos auto construido y luego regularizado cerca de lugares que nadie quisiera tener cerca como cerros peligrosos, carreteras, gaseras, bordos y reclusorios. El que está lleno de cicatrices, de puntos débiles, de olvidos, de acciones políticas meramente clientelares sólo para la foto.

Y de nuevo la atención se va al sacrificio, a la bondad y perfección de las víctimas y a la solidaridad que siempre da la cara, la cobija, los insumos médicos, la torta y el agua ahí donde el vacío y la insuficiencia brillan por su ausencia. La historia lacrimógena que estruja el corazón, que indigna, que hace colectas y difunde imágenes dolorosas, porque la desgracia vende e impacta  ¿qué importa que las familias tengan que ver a sus seres queridos así? repetidos en todos lados en su peor momento, con buenas intenciones, no lo dudo, pero también sin dignidad.

Reconozco y admiro de todo corazón a quienes cuidan, a quienes se hacen más de cinco horas diarias en el transporte para estudiar o trabajar, a los que trabajan sin garantías de seguridad, sin capacitación y sin equipo. Todos ellos son heroicos, pero la cuestión es mucho más profunda, no debería haber héroes ni mártires, salir adelante o salir de aunque sea de la casa o la colonia no debería ser una actividad de alto riesgo, la empatía y la ayuda siempre deberían existir, pero no como respuesta a la incompetencia, ni para limpiar el caos provocado desde esferas a las que  no las toca ni les importa.

Para mí, una tragedia cambia de nombre cuando hay responsables, cuando se pudo evitar, se llama crimen y en este caso los criminales están  fomentados e impulsados por nuestro peor cáncer social que hace metástasis a toda velocidad, y se manifiesta en tumores que llamamos desgracias: la corrupción llegando a deshoras, sin mantenimiento, sin permiso y sin seguro.