En memoria del reino de Baudelio Camarillo (reseña)

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Jorge Olmos Fuentes

Hace ya tiempo, Baudelio Camarillo afirmó que un libro de poemas sólo se comentaba de acuerdo con una de dos razones: o por el afecto que ligaba a su autor con quien hablaría del texto o bien porque el libro había causado en este último una verdadera conmoción. Ahora arranco de la memoria sus palabras y las utilizo al hablar de su Memoria del reino (Joaquín Mortiz, 1994)*, las utilizo para afirmar que este comentario está animado por el creciente afecto que siento hacia Baudelio y por la impresión que ha dejado en mí su más reciente libro.

Por principio, quiero decir que En memoria del reino me parece un libro de poemas impelido desde el inicio por la fidelidad. Se trata de una fidelidad poco abundante en la poesía, una fidelidad sin reticencias, sin prejuicios o condiciones: la fidelidad propia de los poetas auténticos, ésa que los hace llegar a la verdadera experiencia, al estrecho conocimiento de sí, y ofrecer el registro sincero de su vivencia. Baudelio Camarillo ha conseguido de esta forma, guiado por la mano experta de quien gobierna en ese ámbito, penetrar en la oscuridad de su memoria, en el golpe silencioso de su venas y en la claridad de sus instantes. Ha penetrado, pero también ha regresado para entregarnos el testimonio de su itinerario. En este sentido es fiel a la verdad, no importa que no le agrade; es fiel a la visión, no importa que lo derrumbe; es fiel a la palabra, no importa que sea la más común.

En memoria del reino es fiel a la verdad, a la visión, a la palabra primigenia; pero no a cualesquiera, sino a aquéllas que provienen del sustrato insustituible del ser del poeta. Por eso los poemas de este libro nos atañen, nos queman la sensibilidad, nos amargan el gusto en la lectura. Son poemas hechos con pedazos de vida, cuyo contacto nos conmueve.

Confieso que esperé la aparición de este libro con cierta ansiedad, ansiedad debida al presentimiento de su contenido, a la manera del camello sediento que adivina la cercanía del agua. Un presentimiento confirmado con la lectura de sus páginas, en cuya corriente —transparente y apacible— encuentro atisbos de mí mismo, prescripciones para una vida o testimonios de una experiencia. En memoria del reino me parece, de este modo, un conjunto de poemas en los que cierta verdad común tiene asiento, en los que el poder de la visión se conjuga con la música de las palabras.

Estoy casi seguro de que alguien podrá decir, leyendo los versos de estas páginas, que este libro se lee fácil, que no reclama consultas léxicas y que no ofrece novedades experimentales. Y, en efecto, así es; su verdadera valía aguarda en otra parte. Así lo asegura una vieja sentencia: «La seguridad está en la playa; pero si buscas tesoros, los encontrarás en el fondo del mar». Consecuentemente, hace falta equiparse y armarse de valor para dejar la playa y adentrarse en las profundidades de este libro, hace falta ir desnudos para «hurgar en lo profundo de las aguas / y ascender jubilosos hacia la luz». Ir desnudos de prejuicios, de suposiciones estrechas y rígidas. Ya que sólo la poesía puede convertirse en poemas, y el mineral de oro en oro, no pidamos —por el contrario— aceptemos de este libro las piezas áureas que nos ofrece.

Tomado de esta manera, En memoria del reino constituye un encaramiento del poeta con su propia circunstancia y la transfiguración de esa experiencia. Sin embargo también constituye la evidencia de una revelación —poética de principio a fin— en cuyo transcurso el poeta confirma los dones de sus sentidos, la agudeza de sus percepciones y la perdurabilidad de los destellos poéticos. Revelación que se expresa en poemas construidos en el lindero de la destrucción. Quiero decir con esto que cada poema posee una fragilidad inusitada, una especie de último instante de integridad (semejante al de un cristal después del golpe del martillo, pero inmediatamente antes de la fragmentación). Esta cualidad, ha de subrayarse, no se consigue más que a través de una especie de fundición llevada a cabo en el caldero poético, después del tiempo adecuado y luego de incorporar en dosis precisas los elementos prescritos. Si esta fundición ocurre, entonces presenciaremos la seriedad de una profesión poética.

No me queda sino mencionar que En memoria del reino es, justamente, un libro de poemas hecho para honrar los reinos puestos a la disposición del poeta, aunque no los posea materialmente: la infancia, el amor, el desamor, el ensimismamiento, la ensoñación consciente. Entre ellos merece especial mención «La casa del poeta», apartado que contiene un acercamiento preciso y certero a lo que, desde siempre, ha constituido el oficio poético. Diez cantos entonados desde el corazón del «ojo que nos mira», desde «la cima más alta del mundo» donde el poeta «enciende palabras como lámparas». Cantos, por lo demás, compactos y trascendentes, imprescindibles en esta contemporaneidad, en los que aparece con gran entereza la voz del poeta.

Celebro entonces la aparición de este libro, el cual celebra con sus páginas a la poesía. Con él, según se lee en uno de sus poemas: «Ya no dormiré a oscuras esta noche» ya que «cuando un instante brilla es / para siempre».

* Texto realizado alrededor de 1996 con motivo de la presentación del libro de Baudelio Camarillo  (Joaquín Mortiz, 1994) en la ciudad de Guanajuato y corregido para su publicación el año 2001.

En memoria del reino (poemas) de Baudelio Camarillo

Muestra mínima de los poemas contenidos en el libro En memoria del reino de Baudelio Camarillo (Joaquín Mortiz, Col. Premios Bellas Artes de Literatura, México, 1994)

CAUCE INTERIOR

I

Como todos los niños, hicimos barcos de papel

y nos subimos en ellos

y nos fuimos.

Después tuvimos uno verdadero,

una lancha pequeña,

y en ella recorrimos la misma trayectoria.

Hoy poseemos las dos cosas.

Cada mañana nos esperan.

Mas preferimos los barcos de papel

porque desde ellos el río se hace ancho

como el mar que nunca hemos conocido.

II

Hay una roca enorme

que parte en dos las aguas.

Las más grandes crecientes no han podido con ella.

Desde ahí muchas veces nos lanzamos al río

para llegar más hondo.

Ése es el juego:

hurgar en lo profundo de las aguas

y ascender jubiloso hacia la luz.

III

Quien se lanza vestido al fondo de estas aguas

corre el riesgo de ahogarse.

Solamente desnudos llegaremos más hondo.

Nosotros lo sabemos,

dejamos nuestras ropas en el tronco de un sacue

y entramos en el agua

hasta llegar al lecho donde la Eternidad

duerme desnuda.

IV

Descendientes de rudos campesinos

somos.

Mi padre ama la tierra,

mi madre el cielo

y de esa unión nacimos.

Cuando mi padre y mi madre se abrazan

fluye el río de que hablo

y Dios está muy cerca

de nosotros.