Celebrando 18 años de «Amor de arena» de Jorge Olmos Fuentes con una entrevista

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Alejandro G. Rojas

Este año, el libro Amor de Arena, el primero del poeta Jorge Olmos Fuentes cumple 18 años de ver la luz pública por primera vez (publicado por la editorial del Gobierno del Estado de Guanajuato, hoy La Rana), y ello es motivo, no sólo de obvia celebración, sino también la oportunidad de acercarnos a su autor para conocer, de sus propias palabras, algo más de su experiencia como poeta y como creador de este alucinante texto. Es por ello que en esta ocasión presentamos una breve pero significativa entrevista, en la que el poeta nos habla de cómo vive y define su trabajo de creador así como nos revela datos respectivos a la escritura de Amor de arena: la pulsión inicial, las influencias que fueron dándole forma al libro, y su sentido personal actual.

Portada del libro "Amor de arena", publicado en 1993.

Para quien no conozca esta obra, vale decir que se trata de un extenso poema dividido en apartados, lleno de verdadero delirio literario, que sitúa al desierto como tema central en el que bullen los anhelos, las torpezas y las fragilidades: “la idea del desierto como estación inevitable y definitiva”, según sus editores. Esta idea capital e irrevocable nos hace necesario entender el idioma de la arena, de la aspereza y la adversidad, pues sus mismos elementos constitutivos nos forman y moldean: la vida de la naturaleza es una extensión de nuestra corporalidad y nuestra alma.

El autor (Irapuato, 1963) es también editor, y ha colaborado en diversas publicaciones de circulación regional. Tiene además publicado los poemarios En la propia tierra (2001), Tierra del corazón (2002), Música negra el enunciado (2005), Baladas un poco tristes (2006), Alumbramiento del asombro (2011) y Las cosas como son (2011).  Junto con Juan Octavio Torija, es coautor de Prodigios y maravillas de Guanajuato. Leyendas y relatos (1998) y co-editor de la antología Rana de los ríos celestes. Guanajuato en su literatura (1999).

¿Qué ha significado en tu vida el oficio de la escritura poética y qué satisfacciones te ha dado a nivel personal?

Muchas significaciones ha tenido ejercer este oficio, desde los instantes en que rudimentariamente intentaba escribir un texto valioso literariamente. Quizá la palabra que mejor define esa multiplicidad sea la de “oportunidad”. Es decir, la escritura poética ha constituido la oportunidad de sentir libre y extensamente los efectos de algún hecho destacado de mi vida; la oportunidad de celebrar verbalmente la belleza, la fugacidad, el amor, la carnalidad, la abundancia de la naturaleza; la oportunidad de explorar ámbitos desconocidos a través de piezas muy conocidas; la oportunidad de fincar amistades a partir de la afinidad, con personas de todo tiempo y de todo continente; la oportunidad de conocer el lado oscuro de la luna, de donde emana la música negra. Por sobre todas las cosas, ha sido la oportunidad de corroborar qué se es cuando se vive, aunque sea en una porción por demás mínima. Y con esa ratificación ha venido la ocasión de servir a lo más grande, a lo absoluto, que se manifiesta en cada poema logrado.

¿Qué ha representado en tu carrera tu libro Amor de arena y cómo lo vives ahora a 18 años de su edición?

La mayor valía de Amor de arena consistió en clarificar un rumbo. Cuando lo escribí, leía desordenadamente cuento, ensayo, poesía, todas las recomendaciones que me alcanzasen a llegar. Pretendía escribir narrativa y poesía y ensayo. Escribir Amor de arena fue el momento en que se descorrieron los velos. Gracias al taller del poeta Efraín Bartolomé, a quien reconozco como mi maestro, pude mirar claramente que no tenía tantas opciones en mis manos. Era necesario enfocar la atención y canalizar el esfuerzo, tanto en cuanto a contenido como en lo concerniente a forma. Y asimismo en lo tocante a percepción. Para ese tiempo, estaba en tránsito de consulta terapéutica, al comienzo de mi relación con la tradición Sufi, en los inicios del entrenamiento en tai chi, trabajando mis primeros años como editor. Ahora que miro hacia atrás, veo que fue un tiempo bastante agitado. Pero la guía no dejó lugar a titubeos: el esquema de composición que había ideado para Amor de arena se deshizo bajo la incandescencia de la poesía. Y cedí al impulso. Y fui arrastrado por el mismo. Valió la pena: quedó claro lo que seguía.

Yo vivo ahora ese libro como un texto señero. Es una concreción cabal de una posibilidad, y es a la vez para mí una muestra de lo que ocurre cuando se cede ante lo más grande, cuando se le sirve, cuando uno es llevado sin resistencia por la corriente del formidable río. Me alegro de haberlo escrito.

¿Cual piensas tú que sea la responsabilidad de un creador literario con la sociedad, si es que consideras que tiene alguna?

Fotografía de Jorge Olmos Fuentes en los años noventa del siglo XX

Claro que el creador literario tiene responsabilidad social. Sus palabras pueden originar, apoyar o destruir, hechos colectivos. Ahora mismo siento que el deber esencial de quien escribe es respetar el contexto al que ha llegado y al que está integrado. Se debe a sus congéneres, les debe las posibilidades ganadas y sus oportunidades de formación, en suma: les debe encontrar un mundo como este en el que vive. Respeto sería lo principal. A esa actitud, yo sumaría la obligación de verificar a qué ayuda con lo que hace, cuál es su contribución desde la especialización literaria, tomando en cuenta que necesita compensar lo recibido de sus mayores y que debe remodelar la misma casa para los que vienen llegando al mundo. Y creo que esta verificación, que requiere tiempo para conformarse, no es muy tomada en cuenta en general por los creadores, quienes viven confiando, inocente o ciegamente, en que sus creencias son las más acertadas, en que su libre albedrío les otorga todos los derechos imaginables, en que la libertad de expresión es ilimitable. Hoy que se vislumbran los linderos de la supervivencia queda claro que deben hacerse muchas cosas, que incluso la mejor literatura carece de importancia si no hay vida humana para degustarla. Ese deber de verificar a qué ayuda con lo que hace siento que se confirma para el creador literario.

Háblanos un poco sobre tu nuevo material recién estrenado.

Alumbramiento del asombro es el poemario más reciente de los que he escrito. En sus tres partes se condensan poemas elaborados a lo largo de los últimos diez años, quizá más tiempo en el caso de algunos textos. Su hilo conductor es ese súbito descubrir de novedades en la cotidiana existencia, en los paisajes interiores, y aún en los fenómenos naturales y sociales circundantes. El gran estímulo para su materialización se halla en aquel verso del poeta argentino Juan L. Ortiz, quien dijo que “el mundo es un pensamiento realizado de la luz”.

Las cosas como son, por su parte, es un libro en cuyas páginas se condensan casi cuarenta textos relativos a la consulta terapéutica de constelaciones familiares. Es un compilación de mis colaboraciones radiofónicas semanales que desde hace tres años realizo para una emisora local. Allí procuro definir conceptos, explicar situaciones, reseñar casos de consulta y ofrecer opciones de solución. Como facilitador de constelaciones familiares, en ocasiones me son solicitadas explicaciones sobre ciertos temas, ejemplificación de casos, o sencillamente alguna ilustración sobre la técnica. Las cosas como son es la respuesta a esas solicitudes y necesidades.

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Esta entrevista se publicó en dos partes en el semanario Chopper en sus números del 14 y del 28 de mayo del año en curso. Igeteo agradece a Alejandro G. Rojas su autorización para incluirla completa en este informativo, con las modificaciones editoriales convenientes.