Palabras para la “Historia del día”

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Jorge Olmos Fuentes

La de Juan Manuel Ramírez Palomares es a mi entender una de las presencias poéticas más arraigada en el gusto de los lectores de poemas, entre los habitantes de la entidad. Hecho de ningún modo fortuito, más bien, producto de una gracia en el sentir no exenta de esfuerzo en el expresar, de un modo de concebir el oficio poético.

Portada del libro "Historia del día" de Juan Manuel Ramírez PalomaresLa distancia que media entre los días de 1979, cuando conocí al estudiante, que fue mi maestro, de nombre igual al del poeta, y esta celebración veinticinco años después, con motivo de la publicación de su Historia del día (Dirección Municipal de Cultura, Guanajuato, 2002), vuelven explícita la tan llevada y traída y acre fugacidad de la vida, delatan un vínculo en aquel tiempo imprevisto, pero no consiguen evidenciar la puesta en marcha de una profesión de fe poética. En el número 14 de la revista Pretextos volví a entrar en contacto con Juan Manuel, con seis de sus poemas publicados entonces, tomados de su libro por esos días aún inédito: La pesadumbre el olor de la fruta. Un eco resuena todavía de aquellos versos: «El hombre / que vuelve / es un poco / el mismo que partió / lleva más polvo / otras cosas en sus ojos».

Una definición tangencial de las cualidades inmediatas de la poesía de Ramírez Palomares, para mi gusto, la mostraría contundente y explícita, construida a golpe de intuición. La sobriedad de su decir, casi ayuno de adjetivos, es la raíz de su contundencia y de lo explícito, su gana de esclarecer lo incierto, de definir lo que aguijona los sentidos. Afanes dados por la voluntad, es cierto, pero guiados por una luz diferente a la de la razón, por un guía conocido mas no previsible que dicta al oído interno del poeta no un poema sino un lenguaje cuyo sistema expresa un sentimiento (en un sentido que trasciende lo meramente sentimental del término), por ende: una percepción, un augurio, una certeza de paisaje piel adentro. Ésa es también, creo, la razón del gusto de mucha gente (el mío también, claro) por los poemas de Juan Manuel Ramírez Palomares.

Puede suceder que importe poco percatarse de un hecho cuantitativo: componen esta historia del día veintitrés poemas. No obstante yo me pregunto por la causa de esta cifra, y pienso si no habrá alguna argucia literaria, un motivo de fondo, para dar al traste con lo sabido por todos: que un día tiene veinticuatro horas. En todo caso es lo de menos, pues al parecer lo importante, y Juan Manuel lo hace, es reconocer los acontecimientos esenciales, el inventario en la memoria, los afectos, la emoción y las ideas de los hechos que en nuestro vivir confeccionan un día y éste puede ser efímero o alcanzar una duración prolongada. Bachelard asegura que no conocemos la progresión, sino el salto de un instante a otro, cada uno satisfecho en su potencia.

Con base en dicha actitud, Ramírez Palomares ofrece una recapitulación contundente de lo que es su vivir el día, cuyos puntos extremos son, por un lado, la intención de recuperar la historia y la memoria personales; por el otro, la contemplación-certeza de lo vivido con una mirada acre, con distancia y tonos sombríos. Todo lo que se lee entre estos dos cabos constituye una precisión desnuda, una aceptación lúcida, un decir de apariencia variopinta mas coherente y compacto, de las consecuencias de un modo de hacer la vida. Debe aclararse, sin embargo, que esto no significa formular juicios o proferir lamentos. En absoluto. El lirismo de Ramírez Palomares, su oficio, no se lo permite. Desde esa perspectiva, este recapitular contemplativo reflexivo sustenta su belleza áspera en una modalidad descriptiva diversa y amplia, cuyo registro no desdeña el canto, la oda, la declaración de principios, la confesión, el entusiasmo, los murmullos, la alusión culta en clave de condición humana compartida, por ende universalizada.

Así, las noches son en esta historia del día el recipiente de la experiencia; el crisol, la materia y el fuego, el ambiente exacto; vocación, destino y maldición. Entonces, este día se historia por vía de la noche; «ave nocturna» es en consecuencia el hombre, el poeta, quien en esta hora de la jornada, fatigado de la errancia, crepuscular en la desesperanza procurada por los oropeles mundanos atiende ya al llamado de la muerte, que es «madre verdadera», según palabras del poeta. Esta certidumbre, esta proclividad, este carácter agónico, en mi opinión, cohesiona como un trasfondo la materia de estos poemas e impregna el carácter amargo, enérgico y fascinante del libro. En este hecho, paradójicamente, desde mi perspectiva, radica la mejor cualidad de estas páginas. Paradójicamente, porque para este efecto ha debido lanzarse la mirada al lado oscuro del día, que no por oscuro es menos cierto ni le quita resplandores a su propia belleza.

Este modo de historiar pertenece a la estirpe fundada por el poeta que nació «un día que Dios estuvo enfermo»: César Vallejo. Por la dimensión de sus asuntos y por el coraje de su expresión, de estos poemas emana una orfandad, no consanguínea sino del alma, un dolor y una tristeza, expuestos en una necesidad indeleble de escribir (porque se recuerda, porque se duele, porque roe las sombras propias, porque se avivan los sentidos, por las contradicciones, por los pesares del existir). Más aún, impregnados como se hallan de esta humedad de espíritu, los poemas de este libro adquieren, sin hacer a un lado en ningún momento la pertenencia a su creador, una trascendencia natural, es decir, se alzan como testimonio contundente (y único en nuestro ámbito) del género humano cuando roza una situación límite como la descrita, poética por antonomasia, fuera de toda convención social. Éste es, pues, un libro cuya intensidad, infrecuente entre nosotros, no riñe con su brevedad, más bien la complementa. Este hecho es digno de celebración.

Texto leído en el acto de presentación del libro Historia del día de Juan Manuel Ramírez Palomares, en la Casa de la Cultura de Guanajuato, recién publicado el volumen.