Poética

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Juan Manuel Ramírez Palomares

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He venido al papel a dar cuenta de mis actos, para hacer público mi vicio de vivir, mi oficio.

Porque creo y dudo ¿de qué? Perduro en la letra como una mariposa hipnotizada de luz, y quiero hundirme más en ella con obsesión de amante con la sinrazón del adicto.

Contemporáneo de mi muerte defiendo a diente y garra el polvo que me cubre desde ahora, lo dejo por ahí en el camino, en la silla del bar, en la flama sexual, en el hastío.

Al despertar estoy cansado, los músculos se tensan y reclaman abandonar la pesadilla. Subo por la cuesta del día entre cosas y autobuses; entre mujer, niños, peces. Llego a la noche que es mi casa, devoro y bebo luna, libro, vino, alma.

Se me da, no sé por qué azar, el refugio en el vértice de la noche arropado por mis años, asomado desde un trago a la suerte de la vida callejera, donde todo va como sin rumbo, como en fuga infinita. Extranjero en mi ciudad desde los ojos intento traducir los hechos de la gente que puebla espacios y actitudes.

Miro como si fueran nuevas esas calles y estos rumbos, nada me recuerda mi pasado.

En la sombra se unen cuerpos y se estrechan, se toman direcciones y se habla sin reposo.

El amor, el trabajo, el desconsuelo, el tedio, los sueños; transitan en sonámbulo paso.

A dónde van?

Quién espera?

Cuándo se llega, a qué parte?

Es de papel la cárcel, de puro sueño insaciable, de aventura.

Esta prisión que me fue dada por el azar, ese hado malicioso, es palabra fresca o dura, tan tersa o cruel según el viento.

Y no queda más razón al argumento que cumplirle al destino su deseo. Bien dado el dolor, bien la alegría, que son polares sentimientos y uno al otro necesarios, como hay noche que sucede al día.

Pasarán por mí los minutos sin sosiego, por mí los años con sus horas, por mi cuerpo todo lo que habrá de ocurrir, pero el tatuaje de la tinta inamovible hundirá su voz sangra adentro.

El libro entre la mano y el ojo pierde su cuerpo, se desvencija, deja de existir amarillo y rugoso como un viejo, pero la carne de su fruto deglutido se hizo una ya con el delectador, ya nutrió, ya es otro cuerpo.

No aspiro a lo breve de los siglos, espero apenas, con gran espera, lo profundo del momento. Porque en un abrir y cerrar de ojos se sufre el placer, se llora cantando, eso también es lo cierto.

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Publicada en Casa en interiores. Poetas jóvenes de Guanajuato, Gobierno del estado de Guanajuato (Autores de Guanajuato), 1989.