“¿Para qué nos caemos?…”

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ROBAPLANA

Iván Rodríguez

01 de agosto de 2011

Cuando pareciera que en la vida general del país no se puede avanzar y prácticamente cuando sólo esperamos a ver qué nos pudiera pasar, la desgracia de cada persona también cuenta, pues de la nada comienzan a darse situaciones que nos hacen pensar «¿qué más falta?».

Las desgracias humanas se presentan en cualquier parte de la vida, y estas se ven complementadas con una serie de actos que se alargan, ya sea, por horas, días o incluso semanas. Aquí comienza una de esas situaciones.

Hace aproximadamente dos semanas atrás, en el periodo comprendido del 19 al 25 de julio, el autor de esta crónica circulaba por el sur de la ciudad, a la altura de la glorieta Santa Fe, donde después de un alto en la zona de los semáforos, se encendió la luz verde y habría que seguir el camino.

Metros que parecieron ser pocos, intempestivamente el conductor de una camioneta, propiedad de una marca de botanas caracterizadas por una carita sonriente (¿ironía de la vida?) se detuvo, y el ahora redactor observaba las maniobras que realizan los “payasitos de crucero” en dicha zona de semáforos, así que impactó el automotor en dicha camioneta.

Sin más ni más, se detuvo el tránsito vehicular por espacio de minutos que parecieron horas de hospital, es decir largas, y la instrucción del conductor botanero, fue la de “sígueme”. Recordé el programa pagado de televisión para aprender inglés follow me…

Metros adelante, el impecable joven vestido con camisa amarilla huevo, pantalón café y zapatos negros, moreno de mediana estatura (que no se cuál es dicha medida, pues todos en este país tenemos en promedio la misma y son pocos los que son altos, en fin), chino y con una sonrisa de “no mames”, me dijo: “No hay pedo, no pasó nada, sólo fíjate bien».

Por cuestiones de atolondramiento a causa de dicho golpe que no pasó a mayores, más que susto personal y de mi esposa, pronuncié unas palabras en mi mente. Dije “ya chingué”, pero la sorpresa fue mayor cuando arribé a mi casa y observé la intensidad del golpe hecho, al que califiqué como “sumisión metálica en lapsus pendejus”.

Pasado el incidente, el resto de la semana continuó sin mayor problema, hasta el día de mi celebración onomástica, en el que fuera de una discusión con el padre de mi esposa, no pasó a mayores. Sin embargo las cosas cambiaron drásticamente al final de la pasada semana.

Justo a la mitad de la semana, cuando los mortales que laboramos para una empresa privada o gubernamental deseamos impetuosa, religiosa y hasta “chamánicamente” que ya sea viernes, fue el comienzo del acabóse.

Altos mandos de la empresa donde laboré por espacio de casi tres años, solicitaron mi presencia en sus dominios terrenales, en los que se me indicó que si no “jalaba” como ellos querían, pues gracias y el que sigue. Básicamente fue decirme “copelas o cuello”.

Al no cubrir mis expectativas y al no llegar a un acuerdo en el que sólo se daban indicaciones y no se entendían razones personales o bien, sólo se daban avisos, se concluyó la relación laboral, cosa que afectó a este escritor de primer grado sobremanera.

Las despedidas no han sido el fuerte, pero se tienen que dar y seguir adelante. Así que el regreso a la oficina en donde di las primeras palabras escritas, y donde supe que fueron leídas por algún mortal y que al menos sé que arranqué un “orale, que chido”, se tuvo que dar. Sin más ni más agarré lo poco que tenía y me dirigí a retirarme.

No hubo ni abrazos ni adiós, ni nada, simplemente un gracias y nos vemos generalizado. De ahí, el regreso a casa, largo y con sueño, justo cuando sólo quieres dormir, porque auguras depresión en su máximo esplendor.

El sábado por la mañana, el regreso cotidiano por lo que fuera tu rutina diaria se vio interrumpida por cambiar el camino, pues inconscientemente pensé que me dirigía a lo que fuera mi labor, pero me recordaron unas dulces palabras, que nos dirigíamos hacia otro destino.

El dolor de estómago que me acompañara desde la pronunciación de las palabras de despedida, se incrementó por la mañana del sábado aunque he de admitir aún no presentía lo que me deparaba más el destino, pues tal malestar hizo que cayera de dolor en casa de mi madre.

La tarde pasó sin pena ni gloria, y después de varias sentadas en el trono del rey, decidí enjuagar un poco el cuerpo y asistir a jugar el deporte llamado como ráfaga, el cual se vio interrumpido por una fuerte lluvia que más tardó en avisarse que en lo que se fue, viéndose entorpecidas las actividades deportivas, añoradas en los últimos seis meses.

Ya mojados, empapados y con un fuerte dolor abdominal, volvimos a casa con el único fin de dormir y que se terminara el día, pero la vida tiene demasiados ases bajo la manga, y en esta ocasión no podía terminar así.

Un “flamazo” al intentar encender el calentador de agua, quemó pestañas y cejas de mi esposa, y con ciertas quemaduras leves aunque de segundo grado en la retina de mi amada mujer, hizo que sin baño ni limpieza corporal asistiéramos al señor doctor para una valoración médica.

Después de instrucciones médicas, y de un análisis generalizado con dedos y un simple estetoscopio en la caja toráxica de mi miedoso y sudoroso cuerpo, se me diagnosticó una “fuerte infección” que sólo con inyecciones podía atacarse.

Terror, horror, miedo y todas las partes más oscuras que pudieran ser tratadas en las santas escrituras de La Biblia se me vinieron a la mente, pues el temor a las agujas es demasiado, y ahora serían la salvación de mi maltrecha vida.

Sin pasar por lo menos una hora de aceptación de la gravedad (según el doctor) de mi infección, las agujas se hicieron presentes en mi glúteo derecho, que he de admitir, el dolor fue mucho menos intenso que la aplicada de 5 ml. en el izquierdo, y del cual he de confesar arrancaron más de tres lágrimas. Sigo expresando aún “duelen de a madre”.

A la fecha, ya no hay dolor abdominal, y las evacuaciones ya son más consistentes, ya se puede digerir cualquier bocado y mi esposa está mucho mejor, pues tres días de incapacidad y que pudiera incrementarse hasta por tres días más, han provocado que se vuelva asomar el sol en mi vida.

No importa cuan mal nos trate la vida, cuántas veces nos caigamos y cuánta cosa mala pudiera pasarnos, sólo sé que cualquier momento esto sanará y la vuelta de la vida nos pondrá otra vez de el punto más alto. Aaunque levantarse nos cueste cada vez más, y que tengamos que pasar por flamazos, agujas y choques, el chiste es entender que si te caes, te levantes a como de lugar.