LAS COSAS COMO SON
Jorge Olmos Fuentes
27 de agosto de 2011
¿Qué es lo que ayuda a los hijos a sentir que están en su lugar y a hacer lo que les corresponde? Esta es una pregunta que se dirige a todos aquellos que son hijos o hijas, no importa su edad. Una mirada amplia lleva a considerar que se requieren los beneficios de todo el trayecto, desde la gestación hasta el momento actual. Esto es así porque somos resultado de una acumulación de percepciones, de hechos atestiguados, de actos vivenciados, cuya suma confirma qué lugar nos corresponde.
En el origen de la vida de un hijo o de una hija —de modo general, pues hay excepciones— está la fuerza de atracción de un hombre por una mujer, de una mujer por un hombre. Puede estar también el amor entre los cónyuges y aun solamente el deseo profundo de ser papá y de ser mamá. Cualquiera de las opciones tomada en el curso de la vida genera repercusiones: si se reconoce que se tuvieron unas ganas incontenibles por la mujer, o de la mujer por el hombre, el hijo o la hija puede confirmar su condición, de hombre o de mujer, y puede también envolver en un manto de amor este propósito cuando llegue su momento.
Tener en el corazón estos hechos produce un efecto muy diferente que si llega el caso de platicarle a la descendencia que sólo se quería ser padre o madre, y que se tomó a la pareja solamente para esos fines, y después se acabó todo. Hay aquí un utilitarismo que niega las consecuencias de las relaciones entre personas, y el hijo o la hija entiende así para qué se tiene la vida, al tenor de esta certidumbre.
También importa mirar cómo fueron el embarazo y el alumbramiento, si alguno de los dos —la madre o el hijo— estuvo en riesgo real, si ocurrió algún evento imprevisto que puso en peligro alguna vida. Hechos como este dan lugar a endeudamientos de fondo que condicionan, que apresan, tanto la manera de mirar la vida como los sentimientos. Un hijo o una hija siente culpa si por su nacimiento la madre estuvo en peligro de morir, y puede retraerse del vivir mismo o quizás intenta alguna forma de compensación. Al revés también suceden cosas, la madre en culpa igualmente procura “pagar” a su manera el riesgo del hijo, sea que se ponga al servicio del retoño, aun a costa de su marido, sea que se retire del marido y de la alegría de vivir. En ambos casos, quedará claro que la maternidad sería mejor no buscarla, pues es peligrosa.
Y luego viene la vida fuera del vientre materno, en expansión paulatina, en cuyo transcurso pasan cosas, algunas de tan sólo unos segundos, otras como repetición por años, que imprimen otra marca en el interior del hijo o de la hija. En esta última etapa entran en juego con otra fuerza las circunstancias de vida, las posibilidades de los padres con relación al éxito, la magnitud de lo que se proveyó, y con ello obviamente las ausencias, los descuidos, la sensación de carencia o la presencia, el cuidado y la sensación de saciedad.
Una suma inmediata de tan solo estas tres etapas permite vislumbrar la formación de una conducta ante la vida, de un modo de actuar en el mundo. Con resentimiento o con alegría, con reproches y reclamos o con gratitud, con miedo y reservas o con la confianza. Tal vez de aquí se deriva esa especie de fondo general sobre el cual ocurren todas las demás cosas de nuestro vivir, el cual parece acompañarnos el resto de la vida.
O por lo menos hasta que uno decide intentar mirar de otro modo las cosas. A veces esto ocurre cuando se tienen los hijos propios y se constata la magnitud de la tarea. Otras veces uno busca maneras de terminar esa recurrencia, ese ciclo que devora vida.
Una entre esas formas, muy bella por cierto, consiste en mirar el tiempo, a partir de dónde está ahora mismo la persona. Sin demérito de nada y sin negar tampoco nada, si la persona logra sentir en el fondo de sí que después de todo ha recibido de su origen la enorme posibilidad de llegar hasta aquí, con todos sus haberes y sus deberes, con sus gozos y sus tristezas, y que ha valido la pena, entonces puede palpar qué significa tener un lugar propio y ganar los beneficios de allí derivados.
Parece fácil, y para algunos hasta puede parecer una broma de mal gusto, pero la verdad es que ya no se está donde antes se había estado, y llega el momento en que la responsabilidad por lo que ocurre es especialmente de uno, por comisión y por omisión. La oportunidad ya fue dada, como quiera que esto haya sido, ¿qué se hará entonces a partir de hoy?