Jorge Olmos Fuentes
25 de septiembre de 2011
Allá por 1993, y hasta 1995, la revista Oro de hoja, del Consejo para la Cultura de León, comenzaba a circular en Guanajuato, emprendiendo la aventura de constituirse en una revista con carácter. Para esas fechas, en Guanajuato las revistas habían completado trayectorias más bien efímeras (salvo Pretextos, a finales de los ochenta de ese siglo), argumentando que cuando no era la falta de recursos financieros, era la irregularidad en las entregas, la falta de colaboraciones, la pobreza conceptual o la ausencia de posturas públicas las que daban al traste con ellas.
Por aquel entonces no había un proyecto consistente de literatura plasmado en las páginas de una revista, un proyecto en el cual se tomara partido por cierta manera de hacer, respecto de la cual se ofrecieran testimonios, conceptos, obras y sugerencias, y cuya conjunción denotara la beligerancia de una postura. Oro de hoja parecía comenzar a llenar esa expectativa, pero terminó súbitamente su circulación pública con la publicación de su cuarto número.
Suscrita como “Revista literaria del Consejo para la Cultura de León”, una asertividad pocas veces evidente en revistas del género y de nuestro medio, Oro de hoja surgió de la decisión de una institución municipal (encabezada por Ana María Riveira Pérez), razón por la cual careció de una propuesta expresamente literaria, aunque de este modo consiguió tener resuelta su situación financiera. Su cometido, según lo expuso en sus editoriales, fue dedicar sus páginas a tres ámbitos: el quehacer literario promovido por dicho Consejo, los productos literarios de personas ajenas a la institución, y las artes plásticas, todo encuadrado más o menos dentro del espacio circundante de León.
Dicho planteamiento era natural y obvio en una institución regida por la intención de promover y difundir cultura, literatura en este caso. De este modo, según se percibe, los editores (bajo la coordinación de Juan Meliá, y bajo el cuidado de Beatriz Vargas San José) publican en la revista textos dictaminados y calificados a través de los concursos a que anualmente convocaba dicho Consejo (segundo y tercer concurso de cuento y poesía). De esta manera, posiblemente, consiguió salvar uno de los mayores obstáculos de cualquier empresa editorial de este género: la falta o la insuficiencia de materiales cualitativamente publicables. Pero también supo incluir a los autores de la entidad que para ese momento desarrollaban con vigor su tarea literaria, e incluso publicó las notas de Demetrio Vázquez Apolinar para presentar el libro de Gabriel Márquez de Anda La pared en la ventana, un libro de 100 páginas, con 13 poemas impresos y 79 páginas en blanco, un “poemalibro”.
Por otro lado, en cuanto a la presencia de los escritores sin vínculos con dicha dependencia, importa subrayar que su incorporación contribuyó a romper el estrecho marco del localismo —vicio en que suelen incurrir sobre todo las publicaciones institucionales— y a extender el perímetro de su visión, enriqueciendo además su contenido. Este hecho fue notorio especialmente en los números 3 y 4 de la revista, en las que figura un consejo editorial integrado por Marco Antonio Campos, Christian Jean, Eugenio Mancera, Gabriel Márquez de Anda, Francisco Prieto, Bernardo Ruiz, Alberto Ruy Sánchez, Felipe San José, Juan Octavio Torija y Benjamín Valdivia (prácticamente de cada uno de ellos se publicaron uno o varios textos). Sin descontar la intervención de Luis Fernando Brehm, quien era el comisionado de literatura del Consejo para la Cultura de León.
Sin embargo, a pesar de lo antedicho, Oro de hoja no consiguió materializar una propuesta literaria concreta, a pesar de la inclusión de algunos textos notables. Lo más probable, vistas las cosas en retrospectiva, es que le faltó tiempo para solidificar su transformación sobre la marcha. En este sentido, Oro de hoja acabó siendo un espacio de divulgación en donde tuvieron cabida las expresiones leonesa, guanajuatense y de la región aledaña sin apuntar hacia un interés literario específico, y orientándose en lugar de ello a penetrar en el entramado histórico-cultural de la región a través de diferentes enfoques, varios de ellos decididamente teóricos.
En ese sentido, vale la pena indicar que de sus páginas poco a poco fue configurándose una especie de visión sintética de la historia de la literatura guanajuatense (en buena medida obra de los estudios de Benjamín Valdivia), y que no dejaron de aparecer referencias a las nuevas publicaciones de autores naturales del estado, aunque se privilegiaron, comprensiblemente, las relativas al propio municipio leonés. Asimismo en sus páginas la traducción de poemas comenzó a ser una presencia imprescindible, de buena calidad.
En lo tocante al suplemento gráfico, normalmente dedicado a las artes plásticas, Oro de hoja cumplió con la inclusión de la obra de artistas no muy conocidos en el estado, cuya calidad ha sido hasta la fecha incuestionable, como Dulce María Núñez, Kato y Christian Jean. Es decir, divulgó trabajos inéditos por desconocimiento y a la vez hizo pública la existencia de dichos artistas en el mismo estado, punto difícilmente igualado en otras publicaciones de la entidad. Esta sería una de las mejores facetas de la revista, en la que exhibió un criterio más categórico.
Finalmente, Oro de hoja vio la luz pública bajo un diseño gráfico consistente (con uno que otro exceso ornamental), agradable y hasta un tanto novedoso, que hacía prever calidad conceptual y presencia imaginativa. Sin embargo, para su infortunio, sus dos últimos números denotaron una merma creciente en el rigor con que se ajustaban los patrones gráficos, a tal grado que el tercer número parece muy poco semejante al primero, con excepción de la portada. Ciertamente, este aspecto no tendría mayores consecuencias si no fuera porque impide a los lectores hacerse una idea clara y regular de la imagen de la revista, y si no fuera porque al poner de manifiesto un cierto descuido en la elaboración de la misma se genera en su derredor alguna desconfianza.
En fin, Oro de hoja no fue una revista que se diferenció por el ejercicio de un criterio literario bien definido, sino por su interés en difundir y divulgar, cuyas páginas satisficieron las necesidades del momento y, además, con bastante decoro. Lamentablemente falló su regularidad calendárica, no pudo tenerla, y cuando apenas conseguía conformar un equipo más o menos estable de colaboradores (quizá vertebradores de la revista), terminó. Sus cuatro números constituyen un muestrario que se dejaba ver creciente de opciones literarias y plásticas de Guanajuato, o que confluyeron en la entidad a través de León. Habría valido la pena reseñar hoy la vigencia de una revista con casi veinte años a cuestas.