En la relación de los padres con los hijos tiene un peso inobjetable la seguridad de que los progenitores desean siempre lo mejor para su descendencia. De todas las formas posibles. En todos los campos que se pueda. Y no hay nadie que no haya escuchado de uno o de otra, o de los dos, la esperanza de que el destino del hijo o la hija sea bueno. Ese propósito adquiere muchas formas, y es visible en todas las etapas de vida del pequeño o la pequeña. Incluso toma formas que no parecen encaminadas a materializar ese deseo y puede permanecer toda la vida.
En ese sentido, una manera de proporcionar ayuda a los hijos puede tener lugar cuando estos comienzan su vida productiva, después de concluir sus estudios o aun sin haberlos realizado. A veces papá o mamá propician condiciones para darle impulso a su crío y echarlo a volar. A veces sometiéndolo a condiciones difíciles de trabajo, a veces apoyando sus proyectos. La primera es una estrategia de fortalecimiento, aun contra la voluntad del hijo o la hija; la segunda, un modo de contribuir a que agarre vuelo.
¿Cómo sería conveniente que esa ayuda se proporcionase? ¿Cuál es la medida adecuada para que el vínculo familiar se preserve y el empresarial o laboral cobre fuerza? Es un hecho que los hijos se introducen en el universo de los padres de forma muy natural, con una sonrisa en los labios. Lo que los padres hacen, generalmente, maravilla o asombra a sus hijos. Ellos quisieran participar de ese ámbito laboral o de empresa. Pero llega un momento en que reconocen por dónde quisieran conducir su derrotero. Y eso ya implica otra cosa para los padres, sobre todo si piden ayuda de sus progenitores. ¿Hasta qué punto puede o debe facilitarse la tarea?
En un caso, el padre creó una pequeña empresa, chiquita, para tres de sus hijos, los tres jóvenes, complementaria de la suya. Ahora uno de ellos, todos son cuarentañeros, es el director general de la grande. En otro caso, una mamá, amorosa, proporcionó a su hija todo lo que hizo falta que ella se cobrarse impulso en un negocio de su interés, el negocio tuvo éxito. Y aún hay otra mamá en la intención de ayudar a su hija, pero quiere verificar el destino de la inversión y sobre todo que la hija encuentre su rumbo. Ahora mismo esas chicas no alcanzan los treinta años de su edad. ¿Cuál es la dinámica de fondo?
Aparte de las buenas intenciones filiales, lo cierto es que hay allí, en los casos descritos, un asunto empresarial y requiere algo más que sólo el amor. Hay una diferencia grande entre regalar a los hijos una empresa ya instalada, ayudarlos a que instalen una, darles el dinero para que hagan lo que quieran y apoyarlos en su proyecto. Este es el punto exacto en que lo familiar se vuelve empresarial, y demanda la aplicación de otros ordenamientos. Por ejemplo, lo que es inevitable es el endeudamiento del hijo de la hija con sus padres, o con uno de los dos. Una deuda del corazón, que en el hijo se traduce en deber, en obligación de hacer bien las cosas, de alcanzar el destino que corresponde. Y este hacer bien las cosas incluye el aniquilamiento cuando el dinero ha sido generado de manera ilícita o fraudulenta, como si fuera parte de una conciencia ciega de justicia.
También se requiere ordenar el amor filial en documentos donde se asienten condiciones básicas como la propiedad del mismo, los porcentajes de participación, la distribución de los rendimientos, la participación en las funciones directivas, los objetivos del negocio. En este sentido, no es lo mismo hacerle sentir al hijo o la hija que tiene a su disposición un flujo permanente de recursos para su uso que formular un calendario de metas donde se incluyan fechas exactas en que se devolverá capital o parte de la inversión.
Esta última ruta constituye en un lenguaje claro una forma específica de ayuda, pues el padre o la madre dicen al hijo o la hija: “Con gusto arriesgo mi dinero en ti, te acompañaré mientras aprendes, si todo va bien recuperaré lo que es mío y te quedarás con lo que ya será tuyo. Si las cosas no funcionan tomaré mi parte de responsabilidad y seguiremos siendo la familia que ya somos”. La ruta es muy clara: asegura estabilidad a la familia a la vez que establece con firmeza un negocio en toda su dignidad, y puede haber ganancias en ambos lados.
Obviamente, hay muchas otras maneras de llevar a cabo esta tarea. Los apenas descritos son ejemplos evidentes del amor en marcha, materializaciones del deseo de lo mejor para los hijos.