El creador de los puentes

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HORIZONTERIO

Paloma Robles Lacayo

02 de febrero de 2012

Un hombre supo que, en principio, había dos lugares. Uno era donde se encontraba, y el otro, precisamente al que deseaba llegar. Sabía suficiente. Sin embargo, todos sus ulteriores descubrimientos se alinearon para allanar el camino que los separaba.

Se preguntó si sería posible que esos dos lugares coincidieran. Naturalmente, la rectitud de la trayectoria seguida entre las dos posiciones fue ejemplar, puesto que así lo dictó su voluntad. Claro, en esta búsqueda bien orientada halló pronto dificultades, apenas perceptibles unas, como espinas y alacranes; grandes, como leones, ríos y abismos; y otras imponentes, como el cansancio y el apetito, y hasta la duda y la tristeza. Fue entonces que se hizo fuerte. En realidad, se hizo a sí mismo de muchas formas, a veces opuestas, pero siempre de la que le era más útil para aproximarse al espacio que le interesaba, sin comprometer su integridad ni sacrificar su dignidad. No siempre estuvo completamente dispuesto para la edificación personal. Sólo en su memoria, porque no decidió imprimirlo también en las ajenas, quedaron los propios asaltos de la veleidad y las tempestades de la convicción, hechos por los que ocasionalmente se perdió, por los que no anduvo en el mismo sentido de su aspiración, en un tiempo oscuro, doloroso, pero finito al fin.

Valdría la pena recordarlo. La obsesión de responderse una pregunta, por la mínima posibilidad de resolverse con ella, lo convirtió en un luchador. Primero, hubo que ser resistente, afrontar las punzadas de unas diminutas, agudas y frustradas hojas, las espinas. Tolerarlas, puesto que ellas no se moverían, por lo que el tránsito a su lado, aún con las sorpresas agridulces de su presencia y picadura, no durarían mucho. Luego los alacranes. Por ellos se volvió valiente. El hombre aprendió a negociar con esa comunidad arácnida, y confeccionó primorosos collares interminables con sus miembros, a los que veneraba en el fondo por su belleza y desafío. Y que arriban a la escena los leones. Ahí aprendió a reír, pues así sentía que se hacía ligero y fresco para volar lejos de ellos, aunque ciertamente permaneciera enfrente. Lo domaron. Pero pudo superar este dominio para proseguir hacia su propósito. Huyó. Los ríos y los abismos aparecieron. Definitivamente retos de más fácil solución. Sólo había que construir puentes. Únicamente requirió fuerza y lucidez para aprovechar lo que le circundaba. Tan bien lo hizo que atravesó a ambos. Parecía no necesitar nada relevante de sí mismo, pero sí del generoso exterior, para arrostrar estos obstáculos, y no reparó. Mas, ya en sus cavilaciones, emergieron anzuelos que apresaban sus impulsos. Y su intuición brilló por sobre todas las cosas. Llegó a donde quería.

Ya en tan pretendida ubicación, se dio el gusto de recordar el periplo y a las que, en ese momento, pudo llamar hazañas, por los favorables efectos que le trajeron. Arribar al destino. Su remembranza se desplazó de lo sencillo, los enlaces, a lo complejo, levantar el pesado lastre de la oposición íntima al gozo de un deseo meritoriamente conquistado. Concluyó que, incluso las pequeñas modificaciones en la perspectiva o el derrocamiento de las más grandes adversidades (como los miedos y la desconfianza), habían sido conexiones de mayor o menor longitud, y que, además, la amalgama de ellos constituía uno superior, impecable, que había resuelto su primera necesidad, que había sido una respuesta. Y así, concibió la importancia de las mudanzas como acercamientos a los sueños, y entonces asumió para sí la responsabilidad de que existieran los puentes que hicieran falta, autonombrándose por ello “el gran constructor”.

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Paloma Robles Lacayo se define como La mujer del tiempo, La duquesa del Beso, Un imperio de mujeres junto al mar, Alguien indefinible. Contacto en: fuegoeingenio@yahoo.com.mx.