Las cosas como son

Visión personal y empresa (segunda y última parte)

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Con antelación señalé, respecto a la visión interior de las personas con relación a la empresa, al orden y la jerarquía de la misma, que solo se consiguen ajustar haciendo que la persona se mantenga (y ella misma tiene que ocuparse de ello) en el puesto que le corresponde, recordando con exactitud por qué está allí, y haciendo bien lo que le toca, sin interferir en otro ni acatar interferencias, nada que no sea ayuda consentida o requerimiento explícito. Sin embargo, así dicho con suma facilidad, muchas de las veces resulta de lo más imposible sostener ese equilibrio. Digamos que allí radica precisamente el arte de la dirección de un grupo de trabajo.

La causa no es difícil de descubrir: sucede que de modo natural las personas tendemos a buscar nuevas metas cuando conseguimos dominar la tarea habitual. Entre ellas suele hacerse presente el aseguramiento del puesto para alcanzar prestaciones, o bien el impulso de mostrar cuan bueno se es en el ánimo de ocuparse de dos actividades a la vez (o más), también el anhelo de ser reconocido por los aportes que se realizan, en la creatividad con que se resuelve el trabajo, y aun cabe la posibilidad de mostrar, así abiertamente al mundo, que se tienen las condiciones para dedicarse a tareas de otra índole o complejidad, si no es que de dirigir.

Obviamente, hay de empleos a empleos, y de organizaciones a organizaciones; equipos donde la competición entre los miembros favorece el desarrollo, individual y empresarial; grupos cerrados donde la organización sólo es para asegurar el flujo de recursos o de instrucciones, sin posibilidad de nada más. No obstante, sea como sea, a nivel de la persona, lo que cuenta, y mucho, es la sensación que tienen al ser parte de una organización, llámese empresa, institución, ONG, o como se quiera.

¿La persona se siente mirada y reconocida? Esto se deriva de la organización jerárquica, cuando atiende a las contribuciones de su personal. ¿Se siente descolocada o ajena? Esta sensación podría derivarse de fallos en la organización, que asignan a los colaboradores deberes que no corresponden a sus habilidades o su formación, incluso puede ser resultado de formas autocráticas de gobierno, aunque también hace su parte decisiva el hecho de que alguien decida tomar un empleo porque no pudo encontrarse uno mejor o mientras llega lo que espera o en razón de una necesidad económica imponderable. ¿Acude diario con una esperanza en su interior? Tal vez esa sensación se debe a que, dada la normatividad organizacional, y el ambiente de respeto y consideración que priva, la persona sabe que puede mejorar su posición si cumple ciertos requisitos, entre los cuales va la consecución de metas, la antigüedad laboral, los méritos académicos con respecto al cometido, el nivel de compromiso con la filosofía de la organización, en diferentes dosis según cada grupo humano.

En esta confluencia de circunstancias, cabe también hacerle un lugar a la tendencia de cada persona a estar en ambientes más o menos favorables, más y menos adversos. Como ya he mencionado antes, esa proclividad emana de los hechos de nuestra vida familiar, a consecuencia de los cuales tenemos una idea clara acerca de cómo es el mundo y la vida, y cómo debe actuarse. Tal certidumbre es un verdadero impulso que nos sitúa justo en el sitio donde tendremos la oportunidad de corroborar, y aun de solucionar o de cambiar o encarar de otros modos, la experiencia previa.

Por eso, en ocasiones, en contraste o en consonancia con nuestra parentela, especialmente con nuestros padres, nos quedamos en un empleo desfavorable, o intentamos corregir al errático, o queremos ayudar al débil o maltratado, o nos hacemos el propósito de llegar a lo más alto, o tan solo conseguimos entrar y ser parte, o reñimos con los superiores, o nos liamos con los subalternos desde posiciones directivas, o echamos a perder materia prima o productos elaborados, o dañamos aun sin querer relaciones al interior y al exterior y aun manchamos el prestigio de la organización, aunque también podemos hacer de ella el emblema de nuestro éxito, el pendón de lo bien hecho y lo justo, una especie de paraíso al que todos deberíamos pertenecer.

Como se ve, son demasiados asuntos puestos en el mismo lugar, y hay también bastantes cuestiones de índole personal, que al sumarse a lo anterior producen las combinaciones más inverosímiles, los resultados más imprevistos. De ahí que no sea fácil recomendar, así como así, que una empresa, institución u organización es mejor que otra, pues se desconoce la corriente profunda que puede estar alimentando, y de qué forma, a los miembros de ese grupo, como puede desconocerse incluso la corriente profunda que puede estar alimentando, y de qué forma, a nosotros como miembros de ese nuestro grupo.

Y no hay mucho espacio siempre para esgrimir el bienestar como factor determinante de la permanencia en un puesto de trabajo. El hecho es más complejo y alcanza otras fronteras, donde se entrecruzan lo individual y lo grupal, la persona y la organización, las posibilidades y los deberes, en suma: una vida procurando hacer más vida, hacer más por la vida.