Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Ética y política

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Entre la infinidad de reinvenciones del hilo negro, que la humanidad del siglo XXI hace como resultado de su desconocimiento de la historia y su descuido del estudio, está lo que en algunos países de plano llaman pomposamente “ética electoral”. Colombia y Nicaragua, por dar ejemplos, cuentan incluso con Reglamentos relativos “a las normas de conducta de los candidatos y ciudadanos en general durante el desarrollo del proceso electoral y la campaña electoral”. Acorde a la visión de quienes esto sustentan y lo traducen en leyes o normas coyunturales como pactos de civilidad, en la competencia política o cívica, no ha lugar a la falta de respeto a la ley, las instituciones y en general las organizaciones de toda índole, ni a las agresiones físicas y mucho menos a las ofensas personales.

Dicen quienes defienden la “ética electoral” que un proceso electoral democrático no es una competencia de gladiadores, sino actos civilizados donde se ofrece educación política y cívica. Conquistar el poder por estos medios y no por enfrentamientos armados o verbales, fortalece la paz y la convivencia. ¿Por qué entonces se premia con una candidatura al senado que ni siquiera tendrá el costo de solicitar el voto, a personajes como el líder de los pepenadores, que insulta, ofende y denuesta a personas e instituciones? ¿Quién y bajo qué premisas le subvencionó movilizaciones y pancartas de verdad vomitivas, en contra de quien es la candidata del partido al cual él dice pertenecer? ¿Ya era caballo de Troya, cuando por el método de “las juanitas” se convirtió en diputado federal? ¿No es parte de la ética el que personajes de esta calaña sean sancionados al igual que los opositores que lo patrocinan?

Sin restarle validez a la idea de ética electoral, prefiero traer a colación el añejo concepto manejado desde la antigua Grecia acerca de la ética política[1] donde el bien supremo es la felicidad y el cometido de la ética es alcanzarla. El filósofo de visión casi profética, señaló en la Ética a Nicómaco, que el saber más importante para alcanzar una vida feliz es justamente la política, que se nutre del saber de las demás ciencias y determina lo que se debe hacer y aquello que debe evitarse. ¿Por qué y quiénes están interesados ahora en satanizar La Política?

Esta simplicidad en la cual el bien individual y el de la ciudad son iguales, aunque en el caso de conflicto entre ambos es más grande y perfecto salvar el de la ciudad, se complica en la época moderna con el surgimiento de “novedades sociales y jurídicas” como lo son el complemento teológico de Tomás de Aquino, con los fines sobrenaturales[2], o el Estado en sus muy diversas manifestaciones a partir de la racionalidad, que concibe al individuo ya no como miembro de la polis en términos filosóficos de la antigua Grecia, sino como elemento, que a veces es súbdito —en el caso de que prevalezca la visión maquiavelista del príncipe— o como suscriptor de un contrato que le garantice seguridad y límites claros entre lo que merece como individuo y lo que ha cedido en aras de lo social.

Sea cual fuere la postura que mejor nos permita entender al individuo y sus relaciones comunitarias, el ser humano no es individuo aislado sino social. Por virtud del “logos”, se comunica, dialoga, expresa sus pensamientos y sentimientos y se aleja de la bestialidad por el conocimiento de los límites y la aplicación de éstos.

Mentir es tan impropio como acusar de mentiroso a quien no lo es. Ofender a una mujer es violentar los derechos de todas las que han luchado por reivindicar un espacio que lamentablemente por siglos se había negado a las féminas. Corromper a los policías, procuradores de justicia y administradores de ésta, es tan criminal como robar o matar. Manipular la voluntad individual, mediante el otorgamiento de prebendas —dinero, tabiques, regalos, compromisos laborales etc.— no es solo pervertir la intencionalidad electoral sino una perversa manera de convertir a los pueblos en limosneros, incultos y sometidos.

El gran tema es cómo romper esta inercia, que ha convertido a la mayoría de los seres humanos en entes sometidos y resignados. ¿Será dejando de votar? ¿Tal vez ridiculizando una elección presidencial inscribiendo más de media centena de suspirantes? ¿Lo lograremos perdiendo los estribos frente al abuso de los que han llegado al poder sin el consenso de las mayorías? Definitivamente NO. El individuo tiene que retomar su esencia no de bestia ni de Dios, sino de ente que sabe dialogar. Si no le parece que llenen su calle de basura electoral y la autoridad no cumple con su deber de retirarla, ¡Quítela Usted! Si quien le ofreció rectificar, solo le tomó el pelo para ganar tiempo y avanzar en su proyecto perverso —construcciones irregulares, vialidades de ocurrencia, expropiaciones amañadas etc.— denuncie en las redes, volanteé, no deje perder su señalamiento; tarde o temprano ese abusivo tendrá que pagar. Si quiere saber quién es el que mejor puede representarlo y organizar su comunidad, enfréntelo civilizadamente, hable con él o ella, pregunte. Si lo que recibe son evasivas o respuestas por interpósita persona —secretario, publicistas, asesores, voceros etc.— seguramente ese no es el más capaz.

Denuncie civilizadamente. Si los medios no le dan espacio o si al hacerlo distorsionan su señalamiento, organice a su comunidad, haga mantas, distribuya volantes, cada vez que pueda comparta con otros el motivo de su molestia. Si todos lo hacemos, seguramente nuestros nietos podrán recuperar la dimensión moral y política que nos permitió el nivel de vida decoroso, sin excesos ni privaciones, que alguna vez gozamos.

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[1] De la polis (ciudad) y políteia (Politica).

[2] Esta visión es la que justifica la relación Iglesia-Estado.