¿Sucedió?

Experiencias de emprender en países emergentes

Compartir
(Foto: Especial)

Veníamos analizando en las anteriores entregas la manera confiable de detectar emprendedores en zonas marginadas, para que se conviertan en detonadores de un aumento en la calidad de vida en sus comunidades. Por ello es importante, ahora, detenernos un poco a reflexionar acerca de la historia de los intentos de diferente calado y metodología que ya se han procurado en el pasado, pues como es bien sabido por los lectores, los pobres constituyen toda una industria de la que viven (¿vivimos?) bien, regular o mal, un ejército de políticos, académicos, estudiosos, especialistas, extensionistas, empresarios y un largo etcétera. En función de esta verdad es que también los planes y proyectos que se han llevado a la práctica con la finalidad de acabar con la pobreza, se cuentan por cientos, si no es que por millares.

Cuando México era eminentemente rural y a raíz de la llamada Revolución mexicana, las fuerzas progresistas del país pugnaron por lograr mayor desarrollo con equidad para todos los habitantes; después de la conmemoración de su centésimo aniversario, con un México mayoritariamente urbano, y un campo enormemente pauperizado, observamos que esos ideales han estado muy lejos de cumplirse.

A lo largo de ese siglo tanto dentro como fuera del país ha habido intentos, los más de ellos fallidos y algunos parcialmente exitosos, de impulsar la creación de riqueza con beneficio para la gran mayoría.

Si nos pidieran una razón fundamental por la que dichos esfuerzos hayan fracasado, probablemente muchos coincidiríamos en que ella consiste en el paternalismo, en alguna de sus muchas formas de presentarse en las sociedades. Vale la pena recordar en este punto lo que anotábamos en una de las columnas anteriores, referente a que el evangelizador franciscano fray Bernardino de Sahagún narraba cómo los súbditos del gran tlatoani le rendían culto a su personalidad de un modo casi abyecto, suplicando su conmiseración y, por tanto, propiciando el paternalismo del gran señor en turno.

Los sucesivos gobiernos mexicanos emanados de la Revolución han ejercido ese paternalismo en mayor o menor grado en los muchos programas que sus diferentes agencias, departamentos y secretarías han instrumentado y casi todos ellos también han pugnado por evitar comportarse con esa característica que ubica a los pobres como menores de edad y por tanto ubican su accionar no como coadyuvante o catalizador del desarrollo sino como agentes directos, los ejecutores y eso es lo que posibilita que los ciudadanos, los gobernados conserven su “minoría de edad”.

En el extranjero, países asiáticos, africanos y de América Latina requieren con urgencia desarrollar en sus comunidades líderes emprendedores, pero desafortunadamente no han dado con la fórmula que realmente lo permita y que evite la dependencia de los sujetos de los programas.

Un concepto que se ha acuñado recientemente se refiere a emprender dentro de lo que se denomina la base de la pirámide, (BoP, base of pyramid) es decir dentro de los estratos de los más desfavorecidos desde el punto de vista económico y a ellos también se les puede acercar apoyos con el fin de que inicien negocios que los puedan mantener e impulsar a sus familias y comunidades, es aquí donde se aplica la visión de los microcréditos, créditos solidarios donde los que no son sujetos de crédito en los bancos establecidos, pueden obtener financiamiento para iniciar pequeños emprendimientos.

La próxima entrega tratará justamente de este concepto arrancado por Amarytya Sen ese economista que habló de los microcréditos.