¿Sucedió?

Lincoln, la política y México II

Compartir
Abraham Lincoln (Foto: Especial)

De Lincoln recordamos lo que se ha dicho de él en el sentido de que en lo particular no era sumamente brillante, pero que tenía un gran talento para rodearse de colaboradores capaces, de encargar las tareas a las personas adecuadas, a las más pertinentes; ello como ejemplo de lo que es ejercer un liderazgo auténtico y efectivo; ello también como contraste a lo que suele pasar con nuestros líderes, sea que se piense en el presidente de la república, pero también que nos refiramos a cualquier jefe de medio pelo que esté al frente de algún departamento o gerencia en alguna organización de nuestra patria, pues resulta que…

… somos un país de sabios, de prohombres capaces de liderar cualquier empresa, por más complicada que sea. Ya dejando la sorna, de verdad parecería que nuestros líderes saben de todo y pueden dirigir cualquier encomienda que se les asigne. Para verificar lo anterior basta con echar una mirada a los nombramientos del segundo nivel del gobierno mexicano, es decir, a los de secretarios de estado, jefes de departamento, directores generales de grandes empresas paraestatales: si lo miramos bien mirado nos daremos cuenta de que varios de estos conspicuos personajes saltan de un puesto a otro en el poder ejecutivo, pero también en el poder legislativo, a través de aparecer en los primeros lugares de las listas para legisladores plurinominales de sus respectivos partidos, confirmando lo que decimos al principio de este párrafo, es decir, que tienen las calificaciones, los tamaños, las habilidades, los conocimientos necesarios para ocuparse de los más variados y disímbolos empleos.

Por lo anterior, deducimos que tanto los nombrados (los que reciben el “dedazo”) como el que los nombra (el gran tlatoani) adolecen de la falta de objetividad, por decir lo menos, y sin tomar en cuenta algunas virtudes necesarias para dirigir, como serían la humildad, la mesura, el desarrollo de otros, la delegación, la comunicación efectiva. Se creen omnipotentes, sienten que lo merecen todo y que le hacen un favor a los demás, sin reparar en que una potestad, pero también una obligación de los líderes, es servir al bien común y a los demás. Dicho lo cual (como se sienten todo poderosos), no se rodean de colaboradores competentes, más bien prefieren a los incondicionales, a los que jamás se atrevan a cuestionarlos, menos a contradecirlos, a quienes se dediquen al culto de la personalidad de su jefe: tal el caso de Javier Villarreal (actualmente prófugo, buscado en todo el mundo por la Interpol), alto funcionario del gobierno de Coahuila en tiempos de Humberto Moreira, quien abiertamente dice que una de las cosas más importantes en su vida, después de su familia, está el “defender hasta la muerte” a Humberto Moreira. Tómala, como dicen los chavos.

Otro ejemplo de esto, también reciente, lo constituyen el ex presidente Calderón y su gabinete: era público y notorio que los altos funcionarios de su gobierno eran reclutados de entre su círculo más cercano, ¡qué lejos del paradigma seguido por Lincoln! Un caso icónico lo constituye el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, a quien sostuvo pese al hartazgo y desaprobación de amplias capas de la población que tenían su gran fundamento, como lo prueban la gran cantidad de reportajes periodísticos que mostraban su enriquecimiento ilícito, su autoritarismo y su sueño de grandeza expresado en su gusto por los reflectores, por llevar los asuntos de la seguridad pública a los medios de comunicación con mayor proyección, como fue el caso del montaje de captura en el célebre asunto de Florence Cassez. Y qué más demostración de que estaban en el error tanto García Luna como Calderón que la reciente decisión de la Suprema Corte de Justicia de México que le dio la libertad inmediata a la famosa francesa.

En resumidas cuentas los jefes (que no líderes, pues sería otorgarles una jerarquía de la que carecen) tienen miedo de que los que están bajo sus órdenes les “coman el mandado”, por lo que se sienten amenazados cuando algún subalterno descuella; prefieren el estancamiento y el pobre desempeño de su unidad a correr el riesgo del trabajo en equipo donde cada cual aporte lo mejor de sí, para lo cual se deben sentir con la suficiente confianza y libertad que les dé seguridad para tomar riesgos y decisiones en beneficio de las metas y objetivos de la organización.

Y eso, amigos, los primeros en propiciarlo, como una obligación, pero también como una fortaleza, deben ser los jefes, con lo cual se convierten en líderes que cambian el entorno.