¿Sucedió?

Ping (Segunda parte)

Compartir

Al jugar el Ping en un grupo, cada vez inicia con un participante diferente (reconocido como nodo o estación de trabajo), es decir, en cada ocasión “saca” un jugador diferente, quien tiene la potestad de decir: “uno a mi derecha” o “uno a mi derecha”, o sea que él o ella decide hacia cuál de sus costados iniciará el juego.

Dadas las condiciones en que se da la dinámica y de acuerdo con sus reglas y políticas, expuestas en la entrega anterior, se deduce que el objetivo de este simulador es que el equipo en ciernes se plantee una meta retadora pero alcanzable y que se acerque lo más posible a ella; en otras palabras, el equipo es el que “gana” o se queda a la vera, no son los equiperos en lo individual los que “pierden o ganan” con respecto a sus pares, lo cual ya le da a la experiencia un tinte diferente, pues el esquema mental en el que se desenvuelven todos los participantes a los que he aplicado este juego es la competencia encarnizada con sus compañeros.

Como se trata de trabajar en equipo y la tendencia de todos es hacerlo de manera individualista se les rompen todos los esquemas y siguen tratando de jugar rápido, siendo que lo que más conviene al grupo es que tiren con parsimonia, con tal de evitar al máximo posible el error; la velocidad propicia el error y lo precede; ir muy rápido corresponde a la meta de demostrar que soy más “fregón” que el de al lado, pero resulta que si el de al lado pierde, también pierdo yo, pues el equipo no alcanza su meta, que es la mía, por la que todos nos comprometimos. Cuando los jugadores empiezan a desarrollar el juego hasta puntuaciones más altas, empiezan a entrar en ese estado que se conoce en creatividad como “flujo” (flow), en el que los sujetos están concentrados y fascinados con lo que están haciendo, absortos, disfrutando el aquí y el ahora, sin importar el ayer o el mañana.

Al grupo se le ha dicho que independientemente del resultado final, el Ping ofrece una interpretación de la puntuación alcanzada, en referencia a la potencialidad del mismo para convertirse en un equipo de trabajo. El índice resultante se basa en una conjunción de dos variables: la meta que adoptaron los participantes y el marcador alcanzado, o sea, no se fija exclusivamente en el tamaño de la cifra alcanzada, sino que relaciona esta última con el propósito numérico que persiguió el grupo; de tal suerte que se ubican claramente tres posibilidades:

  1. Que se queden por debajo de la meta pretendida.
  2. Que alcancen la meta.
  3. Que la rebasen.

Sea cual fuere el resultado, existe una interpretación, basada en la herramienta de calidad denominada Pareto (que en síntesis menciona que el 80% de las consecuencias se debe al 20% de las causas), de modo que si el grupo alcanza un 80% de la meta, está ya en un nivel aceptable, por lo que nos encontramos ante una banda, que va del 80 al 100% de logro; esta banda representa el éxito del grupo que lo logró.

¿Pero qué significa, o cómo se interpreta, dicho éxito? Dicho indicador implica que el grupo tiene noticia depurada de cuáles son sus capacidades, esto es, sabe, con un buen grado de precisión sus fortalezas y áreas de oportunidad, todo ello a nivel grupal.

Por consecuencia de lo anterior, el resultado del grupo en cuestión, se puede hallar en otras dos bandas: la que va del 0 al 80% y la que corresponde al rango que se encuentra por encima del 100%, que se da cuando el grupo superó la meta que se había impuesto.

En la próxima entrega veremos las interesantísimas deducciones a que dan pie los resultados que se localizan en estas dos últimas bandas.