Las cosas como son

Los efectos del hacer de un maestro

Compartir
(Foto: Especial)

Nadie ha estado exento de recibir los efectos del hacer de un maestro. Y los hay de diferentes cualidades, se les encuentran en muy diversos contextos, y aun desde temprana edad es posible conocerles. En otros tiempos, se hablaba de los maestros que habían dejado una huella profunda en el ser de una persona, hoy cuando sabemos que desde muy temprana edad los pequeños se encuentran expuestos a esa radiación humana, y hasta más o menos la veintena, igualmente sigue hablándose de esa huella profunda. Lo cual quiere decir que se trata de una profesión eminentemente humanista, cuyos frutos nadie puede negar.

Los maestros representan una guía autorizada en el camino del crecimiento a la vida social, sin dejar de lado lo individual. Y también confiable, puesto que son los padres de familia quienes deciden en manos de quién poner la sensibilidad de sus hijos, cuando eligen la escuela donde habrán de colocarlo. Son los maestros quienes, en el ejercicio profesional de la formación de otras personas, contribuyen a la transmisión de valores y de conocimiento, a la formación de habilidades y a la siembra de inquietudes. En suma, gracias a ellos la sociedad pervive, permanece como una entidad reconocible y de códigos compartidos, siempre con el beneplácito de los padres de familia, ya que estos últimos deciden tomar la opción de integrar a su descendencia a esta o a aquella dinámica social mediante la escuela. Para decirlo sin rodeos: los maestros y los padres de familia son adultos que trabajan en coordinación por los pequeños.

En este sentido, si es claro el enfoque los padres de familia con respecto a los niños, cuanto más no debe serlo el de los maestros, quienes desempeñan su quehacer profesional con material humano muy sensible, no de su pertenencia parental, y con una encomienda social exigente. No hay que celebrar hoy solamente el ser maestro, sino que hay que extender la mirada hacia quienes han decidido con todo su amor personal más recóndito (el que guía los actos en pos de la gente o los hechos de nuestro linaje) dedicar su vida a la formación de otros, y en ese objetivo se mantienen, perseveran y hacen lo necesario para enriquecer su caudal.

De igual forma, puede extenderse esa mirada hacia quienes no tenían en mente convertirse en maestros y acabaron siéndolo, por la fuerza de su destino. Y en este supuesto caben aquellos que fueron impedidos de enseñar cuando tenían muchas ganas de hacerlo y aquellos que fueron preparados específicamente para enseñar como parte de una estrategia de mayor amplitud, y situada en otro nivel, como la vida interior. En nuestros días, en que la vida discurre con mayor intencionalidad, en el ser maestro confluyen la antigua intención de ayudar a otros, de consagrarse al servicio, y el deseo de desempeñarse profesionalmente en sociedad, con derechos y obligaciones bien marcados, y con un cierto prestigio, en cuyo caso hace falta tener muy firmes los pies sobre la tierra a fin de diferenciar una cosa de otra y delimitar dónde acaba el trabajo contratado y dónde comienza la aportación extraordinaria.

De aquí se deriva igualmente un impacto social decisivo, pues es tan importante el ejercicio profesional de una encomienda como el reconocimiento del apostolado social, y a las dos hay que tenerlas presentes en la mirada. Por aquí se desliza sin tapujos la necesidad de los maestros de observar cómo llevan a cabo su desempeño laboral, en un mero acto de reconocimiento propio, de asentimiento a la valía de su quehacer. En este sentido, viene bien acomodar el peso de una herencia de hace siglos y situar con toda propiedad el hacer actual, sus exigencias, sus posibilidades, sus semejanzas y sus diferencias. Y hay que volverlo a decir: porque se trabaja con material humano muy sensible, no de su pertenencia parental.

Además porque se requiere de toda la fortaleza que uno pueda tener para desempeñar esta tarea formativa, para soportar los requerimientos de tantas almas en pugna con su contexto, en su afán de complacer lo propio, en su tránsito hacia un destino. Esto dicho, no hay pretexto para agradecer a todos nuestros maestros lo que hicieron por nuestra vida, los acentos que marcaron, las animadversiones que nos inculcaron, la confianza en determinados valores de que nos hicieron militantes, las puertas que entreabrieron para mostrarnos lo que había más allá de nuestros ojos. Después de todo, como dicen los sabios, un maestro es aquel que tiene lo que el alumno necesita.