Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Encono

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Si uno de los anhelos del ser humano es el gozar de placeres sanos y satisfacciones trascendentes, la mayor tribulación que puede sufrir como individuo, miembro de una familia o ciudadano de cualquier país, es el vivir con la certeza de estar rodeado por calamidades imposibles de controlar y mucho menos corregir.

Ante las desgracias, son muchas las reacciones individuales y sociales para afrontar el daño que éstas causan o que podrán ocasionar. Si en algún centro hospitalario fallece un bebé o cualquier ser querido queda amputado o en calidad de vegetal, la primera reacción es el dolor por la pérdida, pero si hay la sospecha o se corrobora que dicho daño tiene en su base una deficiente atención, a esto se agrega la ira que puede alcanzar niveles graves.

¿Qué pasa al interior de una colonia cuyos habitantes ven afectado su presupuesto por un alza injustificada en las tarifas de agua, luz[1] o gas? El tema casi siempre se nos explica en discursos —que también nos cuestan— de gobernantes que dependen cada vez más de teorías basadas en leyes de mercado. Ejecutivos y hasta legisladores a modo, han olvidado sus obligaciones para con los pueblos y son incapaces de vislumbrar más salidas a su urgencia de recursos que la de expoliar a sus gobernados; pero, si en lugar de asumir el costo de estas acciones —admitiendo que aumentaron las tarifas porque sí— tramposamente elevan las lecturas del consumo para evitar la defensa de los ciudadanos, entonces a las reacciones de angustia por la pérdida de una estabilidad financiera, se agrega un enojo que según se puede observar —con todo y las divertidas encuestas que concluyen de que el mexicano es uno de los seres más felices del universo— impele a la gente ya no a buscar quien se la hizo sino quien se la pague.

Hasta las calamidades incontrolables, como un sismo, inundación, desgajamiento de cerros, derrumbes por reblandecimiento de agua, incendios forestales, accidentes por explosivos etc. se magnifican, cuando se ha generalizado una conciencia cuasi-paranoica que hace a todo un pueblo asumir que: sus policías muerden, los franeleros extorsionan igual o más que los bancos, los abogados se venden, los burócratas no hacen su chamba, los jueces y los políticos roban. ¿Por qué debo angustiarme para que los programas sociales estén blindados en lugar de saber que estamos disfrutando de dichos beneficios?

Si en el seno de una familia alguno abusa del resto —agandallando los bienes, manipulando a hermanos, padres o tíos, mintiendo o explotando al más débil— independientemente que tarde o temprano caerá en actos ilícitos, la pérdida más lamentable será la ruptura de la cohesión de este núcleo social básico.

Si en la sociedad esto se replica, entonces tendremos vecinos que no dan ni el saludo, tiran la basura en la calle, se roban la señal del otro, omiten el pago de sus cuotas condominales y en general congéneres que en vez de darle el paso cuando sale de su casa o anuncia que va a dar la vuelta o cambiar de carril, le recuerdan de mal modo a su progenitora e incluso, en caso extremos, hasta se bajan para golpearle o tirarle un balazo. ¿Qué y quienes nos han llevado como sociedad a este extremo de odio? ¿Por qué las instancias creadas para resolver asuntos entre conciudadanos —gobernantes y gobernados— ni siquiera son consideradas confiables? [2].

Si escuchamos a un joven conductor de noticias, comentar burlonamente, que un ex funcionario[3] tal vez se enfermó “convenientemente” para evadir la justicia ¿Pensamos en que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario o damos lugar al encono que se ha generado en un estado de nuestra república? ¿En qué edifica difundir hasta el cansancio, exabruptos como el de un dirigente partidario que expresa estar hasta la Ma…? ¿Serán más limpias unas elecciones si uno de los contendientes repite como merolico que los otros están “podridos”? ¿Quién será capaz de ponerle un límite a los linchamientos mediáticos?

Si en un mal uso de las libertades el resultado es: miedo, falta de solidaridad, complicidad de corruptelas —como convertirse en limosneros aceptando lo que sea, a cambio de votos—, agresividad verbal, física y emocional, incapacidad para vivir actitudes humildes que lleven al perdón y la reconciliación; las heridas enconadas no sanarán nunca y sí en cambio nos pueden llevar a una mutilación e incluso a la muerte como nación. Cuando se invierta más en escuelas que en penales —de donde por cierto se reconoce son ejecutados un promedio de 12 seres humanos por mes— y en dichos centros educativos se difundan valores trascendentes y universales, como la vida, la salud, el respeto a la autoridad, el amor por sí mismo, la paz y la armonía; entonces estaremos en el camino de la reconciliación y el progreso.

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[1] Inexplicablemente el actual, funcionario responsable de la CFE, permitió el aumento de tarifas en más de 8%, aun cuando siendo diputado de oposición, era un entusiasta promotor de la baja de precios; y en el caso del agua en el D.F., el año inició con aparentes aumentos de consumo generalizado, en casas de clase media, catalogadas como «ricas» donde el número de usuarios no ha cambiado ni hay fugas, ni se justifica.

[2] Comisión de arbitraje médico, tribunal contencioso administrativo, procuradurías, penales, laborales del consumidor y hasta fiscales.

[3] Quizá no muy respetable pero al fin un ser humano de edad, justo en el día en que internacionalmente se promueve la erradicación de la violencia en contra de los ancianos.