Candil de la Calle

Los claroscuros de Torres Landa

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¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla, pero qué injustamente arrebatada! No sabe andar despacio, y acuchilla cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Miguel Hernández

Juani Torres Landa (Foto: Archivo)

Mi colega Víctor López Jaramillo, director del semanario Tribuna de Querétaro —de la Universidad Autónoma de Querétaro— publicó por estos días, a propósito de la muerte de Juan Ignacio Torres Landa en ese fatídico accidente de aviación ocurrido el viernes 7, un artículo titulado “¿Estás con Policarpo o con Torres Landa?”.

Mi colega vivió de niño en San José Iturbide, y le tocó el pasaje político en el cual Juan Ignacio Torres Landa decidió buscar otra palestra, deseoso de convertirse en Presidente Municipal, cuando su partido, el PRI, le negó desde el CEN la candidatura. Quiso hacerlo con el PARM y finalmente abanderó a una causa ciudadana (la Causa iturbidense). Al poco tiempo, Torres Landa regresó al partido tricolor, sentado ya en la silla del Palacio Municipal.

Como bien lo reconstruye López Jaramillo en su artículo, el nombre de Policarpo Vargas está inexorable y definitivamente ligado a la historia política de Juan Ignacio Torres Landa, y más aún, a los inicios de ésta, a su incursión como un joven de 23 años en los caminos que llevan al poder, el mismo que había ostentado años atrás su padre, el ex gobernador Juan José Torres Landa.

Porque hoy no se quiere decir, pero hay que escribirlo: como cualquiera, tuvo Juani Torres Landa sus claros. Y también sus oscuros.

Víctor López Jaramillo sabe lo que escribe. Investigó para una tesis y entrevistó a los protagonistas de esa historia que de algún modo culminó con el triunfo de Torres Landa en la elección municipal de San José Iturbide en 1983, pero cuyas consecuencias —o cuyo ejemplo— fueron también semillas, sólo que de una mala práctica, una perversión de la política: irse al partido de enfrente para pelear el cargo de elección cuando es negado desde el partido propio.

Policarpo Vargas era el candidato al que se había destinado la candidatura que no fue para Juan Ignacio. Su casa fue incendiada y él obligado a huir del municipio.

Años después, se apareció en dos ocasiones como sombra funesta en los escenarios de las dos candidaturas de Juani a gobernador, en el 2000 y en el 2006. Recuerdo yo la última ocasión, en el Teatro Juárez durante el debate entre los candidatos  organizado por el Instituto Electoral del Estado. Hablaba Torres Landa, y un tal Policarpo —subrepticiamente introducido al recinto por los de la competencia— se levantó de entre el público y le echó en cara la crisis política que se vivió en San José Iturbide. Arnulfo Montes de la Vega, candidato del PRD, se solazaba armando los retazos de ese episodio que literalmente dejó cenizas en el pueblo, desde el estrado del debate.

La tesis de mi colega enseña que la renuncia de Juan Ignacio en ese entonces al PRI dejó, en sus palabras, “una enseñanza política local: es posible derrotar al partido hegemónico”. Afirma que ese fue —y no otro— el principio del fin del PRI dominante y único en San José Iturbide. Cito: “aspirante que no era beneficiado por la candidatura, renunciaba para derrotar al PRI desde otra fuerza política”. Y ese partido no gana en San José desde 1991.

Los homenajes, al fin y al cabo, pueden obviar o sirven para obviar los oscuros pasajes de los hombres, a cambio de la memoria intocada.