Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Pusilánimes

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(Foto: Especial)

Ante la imposibilidad de regocijarse con el espectáculo del futbol —para el cual la FIFA ha pedido respeto— y a fin no caer en la categoría de sospechoso de los modernos tipos penales sustitutivos de lo que fue “la disolución social”, tirios y troyanos se alivianan un poco —desde la aparente seguridad de su casa y oficina— con las tomas aéreas de las protestas populares en Brasil. En mayo del 2011, el pueblo de México reaccionó de similar manera —casi admirando— con los indignados españoles y si bien no produjo igual reacción emocional, también estuvimos atentos a las protestas estudiantiles en Chile que en octubre del 2011 logró una respuesta mundial —81 países y más de 900 ciudades— para manifestar la indignación globalizada por la desigualdad económica y servicios sociales —salud, educación, vivienda, alimentos etc. — que dejan mucho que desear.

Sobre todo con la presencia del “Yo soy 132”, México participó con “un cacerolazo” bastante ligero, habida cuenta que las tradiciones mundiales de la izquierda, en realidad nunca prendieron en nuestra geografía y sí en cambio han degenerado en cierto populismo rijoso de mucho ruido pero muy pocas nueces. Los manifestantes de Estados Unidos y Europa, no han tenido como objetivo primordial ni el derrocamiento de gobernantes —cuya incomodidad se la producen más bien a las empresas transnacionales que a los pueblos— ni mucho menos una revolución en el sentido estricto e histórico de la palabra. Los indignados profundos lo que buscan es: empleos y vida digna. Bastante saben los pueblos de las nefastas consecuencias de sustituciones gubernamentales por figuras a modo —blandas y/o manipulables— que entienden lo institucional como disciplina al poder del más fuerte, en la mayoría de los casos el capital financiero y global.

Por supuesto ante la carencia de auténticos líderes en La Política, los casi siempre mediocres[1] dirigentes de distintos partidos —por igual de derecha que de izquierda— aparecen en estas manifestaciones tratando de llevar agua a su molino, situación que ha propiciado, para su desgracia, rechazos absolutos y claros. La indignación globalizada, incluye como objeto de la misma a los políticos —y en esto han contribuido con mucho los medios electrónicos de comunicación— con la lamentable denigración de La Política.

¿Por qué en México la indignación no se expresa de forma coordinada prevaleciendo el vandalismo impune? Las diversas reacciones ocurridas como resultado de las expresiones del presidente respecto al tema PEMEX, son un muy buen ejemplo para comprender “qué nos pasa”. Privatizar tiene en México un contenido tan ofensivo como “chingar”. El tema de los hidrocarburos ha estado manoseado históricamente y son muy pocos quienes conocen los intereses de “benefactores” ayudando a nuestra nación para vencer a las compañías europeas. Privatizar es al petróleo como Satanás a la virgen de Guadalupe o cualquier otro símbolo del fanatismo religioso.

Aunque nos duela en el alma, lo cierto es la pertenencia de “los veneros del diablo” al sindicato, el gobierno y a algunos concesionarios, no a los mexicanos. Ellos, no nosotros, han hecho muchísimo dinero y si en esta simulación de propiedad de la nación, hubiera un esquema por el cual mis cercanos y yo misma pudiésemos ser accionistas de PEMEX, como dice el claridoso “yo le entro”. Como accionista de PEMEX podría —y sé que muchos mexicanos honestos y decentes también lo harían— vigilar el pago justo y oportuno de los impuestos y desde luego también el ejercicio prudente y eficaz de los mismos.

Como accionista exigiría que los administradores de mi empresa, fueran los mejores; caso contrario votaría por su despido y exigencia de reparación de daños en caso de haberlos ocasionado. Aquí es donde debe estar el meollo de la discusión, no con actitudes pusilánimes y tramposas encubridoras de los intereses inconfesables de algunos —lo mismo económicos que de poder— sin el valor de asumir la privatización de facto y violadora del orden constitucional en la cual vivimos desde hace muchos años.

Más como estratagema propagandista que como convicción, se rectifica el discurso con un poco de enojo puntualizando «no estamos hablando de privatizar sino de modernizar». ¡Por favor! Ya basta de ofender nuestra inteligencia, si la consigna es permitir la entrada de 100% de capital extranjero, sin controles, sin velar por el interés nacional, cuando menos que tengan el valor de asumir sus traiciones y estupideces.

Somos un pueblo muy creativo, con niveles mentales por encima de la media —no porque lo pregone Obama—, ojala que no sigan apostando a una supuesta servidumbre pusilánime porque se están arriesgando a una reacción mucho mayor que la de todos los indignados del mundo. Nuestros pobres necesitan comer, pero si en vez de darles limosna en cruzadas medievales, les permitimos un trozo del pastel energético, seguramente habría empleo, menos desigualdad y más valor para marginar a los abusivos que nos impiden ser uno más de los países del llamado primer mundo.

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[1] A las excepciones a esta regla, los marginan mediante el insulto, la calumnia y simple exclusión derivada del poder ejercido de forma arbitraria.