Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Terminator

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(Foto: Archivo)

Hay cosas, pensamientos, emociones y hasta procesos simples. Sepultar una semilla es el elemental inicio de la vida; aprender a cuidarla, almacenarla y volver a enterrarla es un seguro en contra del hambre[1] que hoy por hoy, en pleno siglo XXI, abruma a casi mil millones de personas —una de cada siete— la mayoría de ellas en países “en desarrollo” o de plano pobres. Por muchos siglos, la humanidad se alimentó de lo que producía cada individuo o familia; con el impulso de la revolución industrial y sus procesos mecanizados para fabricar bienes a gran escala, la agricultura tradicional fue dando paso a las grandes máquinas —tractores, trilladoras, sembradoras, cosechadoras, forrajeras, desbrozadoras— y el consecuente abandono de zonas rurales por campesinos migrantes a las ciudades para integrarse a fábricas de las que luego también serán desplazados por las máquinas.

Los abusos de señores feudales y toda suerte de prácticas inhumanas que basaron su riqueza en la explotación del trabajador agrícola, parecían ver su fin con la revolución industrial, la reforma agraria, la abolición de la esclavitud y ciertos sistemas de propiedad y tenencia agraria que garantizaban, cuando menos, el auto-consumo. ¿Grandes propietarios con capital o conjunto de campesinos organizados para una producción en mayor escala que la individual? Ese parecía ser el gran dilema, hasta que la migración a lo urbano y la pulverización de la tierra entre herederos, aunados a la gran explosión demográfica cambiaron las reglas del juego. Si a esto se le suman los cánones financieros globales, que han convertido a México en el primer importador de maíz y a Egipto en el mismo rango respecto al trigo, podemos entender por qué pasamos de ser proveedores de otros países a nación dependiente y sin soberanía alimentaria.

Huyendo del hambre, los brazos jóvenes se van, los pueblos fantasmas se multiplicaron, los que imaginaron su salvación como “gardener” en los territorios del “American way life”, murieron, se perdieron, no volvieron y en el mejor de los casos regresaron infectados de SIDA y otro tipo de enfermedades. ¿Cómo cumplir las metas del milenio[2] y disminuir la terrible cifra de 34 millones personas en la región latinoamericana y del Caribe, que por su condición de pobreza padecen hambre y desnutrición?

La FAO señaló apenas hace dos años que el 80% de las explotaciones agrícolas de América Latina y el Caribe son parte de la agricultura familiar, lo cual además genera el 70% del empleo agrícola de la región. Esto significa, según datos del MERCOSUR, empleo directo a 10 millones de trabajadores produciendo hortalizas y frutas. ¿Por qué en México programas tan interesantes como los huertos familiares y escolares se tiraron a la basura o guardaron en archivos inaccesibles? ¿A qué intereses respondían tales acciones destructoras, incluso de programas como el Aprovechamiento y Desarrollo Integral Sustentable del Trópico Mexicano?

Afortunadamente para la sobrevivencia de la especie humana, la memoria genética sigue funcionando como reacción natural. La destrucción de bosques, cuencas hídricas, lagos, manglares, mares, suelos otrora fértiles, nos alcanzó por la depredación de los rudimentarios “terminator”[3], talando, vertiendo químicos en los ríos, entubando afluentes convertidos en colectores de detritos y cubriendo el suelo fértil con millones de placas de concreto, que aunadas el conjunto de gases lanzados al espacio, nos tienen al borde del colapso.

Si los actuales miembros del gabinete —agricultura, medio ambiente, reforma agraria, comisión del agua, SCT, y STPS— tienen la inteligencia para trabajar coordinadamente y escuchar voces experimentadas a las cuales se les reconoce en el exterior, respecto de la urgencia de “restituir y proteger la biodiversidad y contribuir al abatimiento de los efectos adversos de la contaminación, el calentamiento global y el cambio climático causado por la civilización moderna”[4], además de “aportar al dinámico equilibrio medioambiental a partir de una visión cultural propia, científica, bio-ética, pragmática, eficiente etno-ecológicamente, rural-urbana, rentable económicamente, innovadora tecnológicamente y tendiente a reducir la pobreza y las desigualdades sociales; más allá de lo puramente agronómico y desarticulado de otras categorías”[5] nuestro país estará en el camino de recuperar la autosuficiencia; evitar el desperdicio del 17% de la producción de hortalizas, verduras y frutas; cumplir con las metas de reducción del hambre y celebrar con orgullo el próximo 2014 el Año Internacional de la Agricultura Familiar, recientemente aprobado por la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura.

*
[1] El hambre encabeza la lista de los 10 principales riesgos para la salud. Cada año muere más gente por el hambre que por otras causas: SIDA, malaria y tuberculosis combinadas. (ONUSIDA, Informe Global de 2010, OMS Estadísticas del Hambre y la Pobreza Mundial, 2011).
[2] “Declaración del Milenio de las Naciones Unidas”, clausura de la Cumbre del Milenio septiembre 8 de 2000.
[3] Los chips destructores no están en el laboratorio de algún genio capaz de crear un ciber humano líder del dominio de las máquinas —al estilo de la película protagonizada por el actor que al desempeñarse como gobernador se pronunció con desprecio hacia los “brownies”— sino en la mente de constructores —a los que poco les importa talar y desecar, o fabricantes de autos, concreto, computadoras electrodomésticos, etc.
[4] Fausto Cantú Peña. Santiago de Chile, Agosto 2011, Presentación a la Secretaria Ejecutiva de la Comisión, Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
[5] Ídem.