Los romanos y los estadounidenses han logrado en sus distintas épocas y con sus debidas reservas, imponer su economía, estilo de vida y régimen político al resto del mundo, y aunque los romanos poseían la capacidad de desaparecer una ciudad con todos sus pobladores como lo hicieron con Cartago, no era éste su modo habitual de actuar, al igual que nuestros vecinos no andan tirando bombas atómicas por todos lados, esto es porque una conquista territorial vale muy poco sin la gente que la trabaje.
Bien decía el muchas veces citado como la apoteosis del mal (Panchito es maquiavélico) y muy pocas veces revisado (leído) Nicolás Maquiavelo, que es prácticamente imposible gobernar únicamente por la fuerza, se requiere del consenso y es que tratándose de seres humanos nunca está dicha la última palabra y ninguna conquista es segura, tomando en cuenta, además, que las minorías gobiernan a mayorías que de organizarse podrían sacarlos de un puntapié.
Se puede creer que es ilógico que alguien desee ser dominado, pero a lo largo de la historia los mismos motivos se repiten con sus variantes contextuales y nacen cuando dos culturas distintas tienen contacto, pues el trato con el “otro” a través del comercio, la migración y los productos culturales afirma la propia identidad. Por desgracia esto no se da de manera horizontal y termina posicionando a uno de los dos participantes por debajo del otro; esta diferencia ideológica, se perdería en un sentimiento de inferioridad y de envidia que no pasa de ser venenoso para el que lo siente, para que sea capitalizable en dominación política, económica o cultural, se requieren cuatro características importantes:
1. Complicidad con los dirigentes o si no su eliminación. En el caso de los romanos, el matrimonio con Cleopatra es un caso del primero y la captura y asesinato del líder de los galos del segundo. Con los norteamericanos la formación de los futuros dirigentes en sus universidades es un ejemplo del primero y el asesinato de Husein del segundo.
2. Asimilación por parte del grupo “superior” de todo aquello que sea positivo de los demás, haciéndolos parecidos en forma, esto alimenta la empatía y las aspiraciones de los “inferiores”, es decir que todos pueden llegar a ser como ellos, en teoría, claro. Así los romanos integraban a su panteón deidades extranjeras como los estadounidenses asimilan lo étnico como algo curioso.
3. Esquema de movilidad social e inclusión. En la época romana se podía comprar la libertad, hacer hazañas bélicas que concedieran privilegios, riquezas o tierras, igual que actualmente se puede acceder a la fama, a la educación o a la fortuna con relativa facilidad. La trampa aquí es que en ambas épocas existe un criterio que no se puede alcanzar bajo ninguna circunstancia y que divide a las personas en ciudadanos de segunda o de primera: el lugar de origen.
4. Inestabilidad política o malestar social en las regiones dominadas. La pobreza, la falta de democracia, o la inseguridad hacen parecer las intervenciones como actos heroicos.
El dominio ideológico de los romanos prevalece incluso hoy, pues de éste nació la concepción de lo que es ser occidental, por lo que no es extraño que se pueda seguir conquistando el mundo a través de una versión moderna de sus técnicas. Lo peligroso es que en el pasado este papel de policía del mundo y de ejemplo de civilización devino en una radicalización que terminó por corromper desde el interior todos sus ideales, esos mismos que ahora tomamos nosotros como lo más deseable y moderno.