Generacionalmente han surgido subculturas, la mayor de las veces de corte contestatario, respecto al sistema imperante. En la Europa del siglo XIX, de manera puntual ciertos artistas e intelectuales decidieron vivir con valores diferentes a los de la sociedad sedentaria y burguesa[1]. El siglo pasado vio nacer en los Estados Unidos un movimiento “contracultural, libertario y pacifista” cuyos seguidores abrazaron, entre muchas otras cosas, la revolución sexual, el amor libre y la búsqueda de “nuevos estados de conciencia” mediante el uso de drogas —marihuana, LSD, hongos etc.— y la práctica de sistemas de convivencia tribal en comunas donde se pretendía rechazar el consumismo, optando por formas simples de contacto con la naturaleza, mediante la meditación o expresiones musicales estridentes y pictóricas de gran colorido. Los filo-existencialistas hippies y sus antecedentes cínicos beatniks, al igual que los posteriores punks, dark, anarkos -y toda una gama de expresiones fácilmente adoptadas por generaciones jóvenes[2]— en la realidad de un sistema capitalista mundial han sido visualizados como nicho de mercado para drogas, modas —ropa colorida, negra, sandalias, botas, estoperoles, tatuajes—, música y por supuesto anticonceptivos y medicamentos en general para contrarrestar una vida de excesos. Si a esto agregamos las cada vez más reducidas opciones de desarrollo académico, de empleo formal suficiente para ser un consumidor idóneo acorde a los modelos promovidos por los medios masivos y las grandes dificultades para el desarrollo sano —individual y social— lo que tenemos es una legión de personas jóvenes que no estudian ni trabajan y cuya enfermedad emocional o física parece tener pocas posibilidades de remediarse. La influencia de “pares” en adolescentes nacidos en los años 60 o 70, generalmente no permitieron resolver el conflicto que amigos, tíos, hermanos mayores, sembraron en las mentes y emociones de muchos, entonces púberes, quienes hoy son protagonistas de partidos políticos, congresos y sistemas burocráticos compitiendo con liderazgos violentos —crimen en todas sus vertientes, funcionarios administradores de programas sociales utilizados como medios clientelares etc.— y un capitalismo rabioso al cual le tiene sin cuidado una sobrepoblación paupérrima incapaz de consumir algo más que las drogas, el sexo violento o las armas. Sin salida, los hedonistas del siglo pasado que sobrevivieron a sus “diversiones” e ideas políticas juveniles; hoy envejecidos actúan con más autoritarismo, carencia de amor, ausencia total de humildad y una existencia pseudo burguesa, sustentada con sistemas basados en la dádiva sin compromiso. Por ahí andan esos “peace&love” enfatizando un supuesto activismo radical opuesto a todo, sin propuestas creativas, cuya falta de higiene —reminiscencias de un feminismo hippie renuente a afeitarse las axilas, usar brassier o cortarse la barba en el caso de varones— se “sublima” con espiritualidades alternativas como el New Age, el chamanismo y la resurrección de costumbres primitivas convertidas en nichos de mercado para quienes ya “superaron” la moda de los aeróbicos o los Pilates. El ecologismo practicado por los promotores de los 60, dejó de ser una corriente subversiva en contra del progreso industrial para convertirse, en “responsabilidad social de las empresas” y por supuesto la máscara sonriente de quienes, aun hoy depredan bosques, ríos, aire y en general el plantea. La gran mayoría de septuagenarios que educaron —con gran sacrificio en escuelas privadas— a su descendencia en medio de extremos de tolerancia “libertaria” aunque proporcionándoles satisfactores que les ahorraran “las penurias sufridas, sobre todo los de clase media”; hoy se han convertido en víctimas de quienes solo piensan en los “adultos mayores” para obtener el dinero ahorrado o la firma que permita rematar los bienes exigidos con ambición por los “regenerados” promotores del amor libre, el placer y la justicia anti capitalista aunque —casi siempre con dineros institucionales— hoy viajan por el mundo y siguen disfrutando del placer. La familia nuclear es un chiste, la acabó la pareja, el divorcio, las uniones dispares, el comercio de lo prohibido[3] y por supuesto la pobreza galopante —disfrazada de liberación femenina profesional— que dejó a los hijos en manos de cuidadoras de CENDIS y que impulsó a los más aventurados a emigrar a otras latitudes aun a riesgo de ser reclutados por lo más deleznable de la humanidad. Criminales sin honor que afectados por sistemas donde reciben apoyos por soltería materna, por estar en edad escolar aunque no se demuestre aprovechamiento académico, por edad avanzada, etc. optan por el dinero fácil, la popularidad mediática o la tortura y asesinatos más perversos para con aquel considerado desechable. ¿Cuántas madres desesperadas en el estado de México, en vez de suicidarse o regalar a sus vástagos optarán por delinquir, para que una vez recluidas, los niños sean beneficiados por una beca de las anunciadas por el gobernador donde se reconocen cuando menos dos mil desaparecidos? Entre la familia, los templarios, las defensas comunitarias ¿A quién preferirán los “ninis” mexicanos de Michoacán? ¿Cuántas fosas clandestinas se descubrirán de chiripa en medio de una investigación de inteligencia cuyos objetivos se han ocultado? El irrespeto al otro ¿se originó en las clases pudientes o se está incrementando en clases medias a las cuales se les aumentan impuestos y servicios al grado de hacerlos impagables? La sociedad del siglo XXI, definitivamente está atrapada, entre la ambición, la acumulación inconmensurable de riqueza de unos cuantos, la desesperación de las mayorías y un sistema cuyo sustento jurídico se ha roto desde hace mucho tiempo. ¿Habrá salida? * [1] Con su apariencia despreocupada, muy similar a la de los gitanos; los bohemios, aunque funcionalmente capitalistas, se reunían a discutir —ideas, modas, política— en cafés o casas de los valientes dispuestos a cuestionar el materialismo. [2] Sobre todo en etapa adolescente, donde el proceso de maduración les expone a figuras diversas a las tradicionales de padres y educadores percibidos como limitantes de la libertad y violentadores de la autoestima. [3] Trece seres humanos, desaparecieron. Las familias —que debían saber las andanzas de sus hijos— se quejaban de la lentitud de la justicia. Hoy que al parecer están muertos, protestan por la celeridad en los resultados de las indagatorias y el jefe de gobierno reacciona aumentando policías en los puntos donde sabe que se mueven las “pandillas” ¿No sabían antes de esta terrible lección, quienes de los aun funcionarios del DF manejan el narcomenudeo y otras actividades ilícitas?