Armadillo Gráfico

La razón dormida, la pasión al control ¿y el deporte dónde quedó?

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Atrévete a pensar.

Immanuel Kant (filósofo prusiano, 1724-1804)

(Foto: Especial)

Una vez a la semana acudo a una escuela primaria pública en el centro de la Ciudad de México, me encuentro por iniciativa personal realizando un proyecto de investigación acerca del impacto de herramientas arteterapéuticas en la educación. En la sesión de esta semana me encontré con un grupo dividido, exaltados y apasionados por los resultados del partido de fútbol nacional del domingo pasado, niños y niñas con edades entre 10 y 13 años que discutían, se insultaban y se provocaban para pelear físicamente. La situación era tensa, les hice ver que no había comunicación, sólo gritos sin diálogo. Así que  organicé un debate, no conocían de qué se trataba, buscamos la definición en un diccionario. Debate: pelea, discusión oral ordenada. Cada grupo debía exponer elementos  “a favor” o “en contra” de los equipos de fútbol. Después del democrático “volado” inició el grupo que apoyaba al equipo ganador, hablaban de la pasión que los llenaba, les pedí describieran qué era pasión, qué hacían cuando vivían  la pasión por su equipo, no podían explicarlo y acudimos nuevamente al diccionario. Pasión: Alteración violenta del ánimo. Les pedí entonces explicaran su ánimo. No pudieron, dijeron que no sabían describirlo, que sólo querían vivir la pasión. Luego participó el equipo que no apoyaba a los que ganaron. Dijeron que ellos podían ser un continente, un nombre o lo que sea pero no eran buenos. Pregunté: ¿Por qué no son buenos? Digan en qué no lo son, no pueden ser malos sólo por su nombre. Tampoco pudieron, sólo insistían en que eran malos los otros. Trabajé treinta minutos de debate. Hubo reglas: no insultar, escuchar y a respetar la opinión del otro,  prohibido responder “no sé”, “nada más” o “porque sí”, acordar entre los compañeros los argumentos y exponerlos basados en hechos, no en suposiciones.

Llamó mi atención que constantemente se insertaban en la acción del partido y con mucha emoción decían: estábamos, hicimos, íbamos bien pero o nos hicieron, entre otras. Al escuchar esto detuve a uno de los exponentes más alterados y le pregunté: “¿Estabas en la cancha, tú jugaste también?” Esto lo sorprendió, y respondió: “No, pero…” y le dije: platica como observador, tú los viste solamente, estabas afuera. Inmediatamente se tranquilizó.

Después de un rato de manifestar su “pasión” y de que el pizarrón se llenara con dos columnas con aspectos “a favor” y “en contra” de los equipos, los niños empezaron a reconocer que ambos equipos de fútbol hicieron cosas buenas y cosas malas, y a entender ellos mismo por qué les agradaba ese equipo. Poco a poco apareció el deporte, las habilidades físicas de los jugadores, mencionaron  las reglas y la utilidad de seguirlas, a encontrar la justificación de no ser violentos en el terreno de juego, a saber que llegar a una final también implica esfuerzo, disciplina y cooperación, valores que les gustaría imitar.  Y así surgió una tercera columna en el medio de las otras, en la que todos estaban de acuerdo, los “ánimos” ya estaban controlándose y entonces pidieron trabajar con artes plásticas, jugar  y escuchar Chopin.

Estos niños estaban reflejando en su comunidad escolar, donde se encuentran con iguales, lo que en estos días ha movido a muchos en el país, yo solamente les abrí un espacio para expresar un suceso de su cotidianeidad, desmenuzando su emoción, observándola, aquietando su pasión y conquistándola a través de las palabras invitando a la consciencia, un espacio que debería estar presente en todo momento en la escuela que les permita aprender cómo transitar de una mejor manera por la vida.

Esto me hizo reflexionar que como sociedad nos describe la frase publicitaria: “por los que viven la pasión” y no hemos podido darle a los niños herramientas para vivir la pasión con razones, valga la redundancia: pensadas. Razones cimentadas para apoyar un equipo, ejercitando el análisis, solamente se les ha ejemplificado el actuar con  agresiones entre contrarios, sentir descontroladamente sus emociones para no responsabilizarse de lo que les impulse a hacer y a no entender su frustración. Y no hemos dado esas herramientas porque la mayoría de la gente también carece de ellas.

Identificarse con un equipo no debería estar basado en demostrar que el otro es inferior por pertenecer a ese equipo o por apoyar a ese equipo, en usar frases que fomentan la división y sentimientos agresivos como el  odio, ser  intolerantes,  no respetar a la opinión distinta y  la incapacidad de convivir en el mismo espacio con alguien que no es “como yo”. Estos niños han aprendido que todo es blanco o negro, necesitaron un empujón para ver un poco de la gama de grises que existen entre esos dos, y que esos grises unen los opuestos. Han aprendido que no es necesario pensar, solamente vivir la embriaguez de la pasión que justifica usar la violencia para imponer su opinión ante la incapacidad de poner palabras a sus sentimientos y emociones, a construir razonamientos para comunicar sus ideas y escuchar. ¿Y no entendemos por qué el bullyng se ha incrementado en las escuelas?

El fútbol ha sido el tema de esta semana, me ha impresionado la repercusión social que tiene este deporte que en sí mismo no es malo, por el contrario es un ejemplo para que más personas se estimulen a ejercitar y a ser tenaces, lo cuestionable son los mensajes explícitos o ulteriores de diversa índole en torno a él y que como sociedad somos responsables de que se estén dando.

Espero que algún día estos niños se identifiquen con un equipo y seguidores que les muestren cómo relacionarse de una mejor manera y que puedan decir del perdedor o ganador: “Hicieron su mayor esfuerzo, reconozco que fueron un gran adversario, los respetamos” y vistan camisetas que ostenten una frase en la que se anime a participar de un valor: “Ámame más”.