Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Diluvio

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(Foto: Especial)

Diversas fuentes religiosas y científicas[1] e incluso tradiciones orales, han dejado huella de una mortandad casi total de la raza humana como resultado del exceso incontrolable del agua. Si este fenómeno natural ocurrió por el desbordamiento de los ríos Tigris y Eufrates, o  —como una parte de los ancestros del pueblo judío creyeron— aparecieron cascadas que mandaban líquido asesino desde el cielo, lo cierto es que el agua puede matar a miles de seres vivos.

Los argumentos desacralizados para descalificar todo credo, sobre todo si en su esencia reconoce la existencia de Dios, de algunos estudiosos de la psique humana  —C. G. Jung por ejemplo— explican relatos  —el del diluvio universal— orales o escritos, asegurando que “Son símbolos ancestrales que forman el inconsciente colectivo del hombre y que se encuentra en toda la mitología universal”. ¿Cómo podrían calificar de míticos a los más de 60 guerrerenses desaparecidos en La Pintada? ¿No es para esos niños y adultos que perdieron todo  —techo, pertenencias, familiares, su lugar de vida— el fin de su existencia? ¿Por qué debemos asumir como más válido un pensamiento que, en aras de limitar lo humano solo a la materia, descalifica lo espiritual reduciendo la fe al ámbito del mito? ¿Será el diluvio uno más de los simples arquetipos  —cuentos, leyendas, fórmula mágica, etc.— trasmitidos como una forma de expresar el “real sustrato psíquico” común en las capas más profundas del subconsciente?

Sea cual fuere la versión a la cual cada quien se allane, parece tener mucho sentido el relato del génesis bíblico, en el cual Noé[2], bisnieto de Enoch del linaje de Set  —tercer hijo de Adán y Eva— supo de una catástrofe que resultaría en la destrucción de todo lo conocido para los pobladores de entonces. Al igual que ocurre con los oídos sordos de los actuales responsables de desarrollo urbano, constructores ambiciosos acostumbrados a terminar pronto sin garantizar la calidad de puentes, presas, carpetas asfálticas, unidades habitacionales etc. pasando por comités vecinales, jefes delegacionales hasta secretarios de estado en gabinetes federales; los habitantes a los cuales Noé les advirtió lo que pasaría, se burlaron, lo calificaron de loco y seguramente hasta de conflictivo. ¿Por qué hay más interés en promover la “generosidad” de empresarios multimillonarios, que en difundir la corrupción de los causantes del tamaño de estas tragedias? ¿A cuántos años se extiende la impunidad de quienes imaginaron que el agua no reconocería su cauce?

Luego de haber usado la libertad que Dios concedió al humano, para contender contra las leyes naturales y aun con la promesa de que la mortalidad tendría remedio según el primer pacto suscrito a la salida del paraíso, Dios se comprometió con Noé, que no habría de enviar nunca más un diluvio para acabar con el planeta; pero, en ese mismo convenio también le dio la responsabilidad de cuidar el mundo que habitamos. ¿Podríamos culpar a Dios de lo que está ocurriendo? ¿A dónde se van a esconder los talamontes, los industriales que vierten sustancias químicas en los cauces de ríos y los gobernantes que les solapan? Cuando sabemos de las reuniones de ex directores de PEMEX con empresas transnacionales de energía mientras la gente está muriendo de hambre, sed y frío, en medio del diluvio, de verdad solo se nos ocurre pensar en cuan limitada es la justicia humana; amplia para los poderosos y estrecha y limitada solo a caridad fingida para los pueblos.

Se supone que Noé tuvo un plazo de cuando menos tres años  —el tiempo de poder de un delegado, un presidente municipal o un diputado— para testificar de la justicia divina. A duras penas sus tres hijos y las esposas de estos  —supuestamente descendientes del linaje de Caín — le escucharon; a lo mejor más por interés o temor, que por haberse convertido en adeptos convencidos de su credo. ¿Bastará para ejercer la justicia humana que el presidente de México, arriesgue la vida y por ende el endeble equilibrio de la nación en giras de imagen aunque sin sentido?

¿Hasta donde dará el amor y la misericordia de un Dios que ofreció a Noé no volver a castigar con la destrucción total al planeta luego de arrepentirse de haber creado la vida que por la acción humana y los pensamientos del mal, provocó que la tierra se corrompiera y llenara de violencia?[3] Mucho bien nos haría pensar en todo aquello que podemos remediar. Para señalar con justeza al que hace destrucción, tengo que empezar por ejercer el bien. Sí el riesgo es terminar crucificado, a cambio de salvaguardar el hermoso planeta azul, la certeza de la permanencia de una familia a la cual amamos y hemos educado con valores para vivir por encima de la corrupción de lo simple y llanamente material vale la pena el exponerse y comprometerse.

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[1] El Antiguo Testamento de la Biblia; la Tora; la historia de Uta-na-pistim, (equivalente de Noé) como parte del poema Gigamesh (cultura mesopotámica siglo XVI A.C.); la supuesta inundación de tierras cercanas al mar negro. El relato de aborígenes australianos seguros de que su isla era mucho más grande, antes de la Gran Lluvia que sumergió más de la mitad de las tierras. En la cultura azteca Teocopactli, Texpi o Coxcox, fue el único que se salvó, junto a su familia, del diluvio enviado por la furia del dios Tezcatlipoca, construyendo un barco de ciprés para sus hijos, algunos animales y provisiones. En Grecia, Ogiges y sus soldados son avisados en sueños por los dioses de la inundación de Ática, donde el hijo de Prometeo y su esposa Pirra, salieron al mar en barcas para huir de la furia de Zeus. Repoblar Grecia regresando de Chios la isla en la cual se refugiaron luego de que bajaron las aguas, fue su misión

[2] En las lecturas del Islam, lo reconocen como Nuj, señalando que su nave se detuvo en los montes Cudi, cerca de Cizre ciudad Kurda, donde el cauce del Tigris baja a las llanuras mesopotámicas.

[3] Génesis 6:5-10.