Dejar pasar las oportunidades es quizá el mayor error de las personas y los grupos sociales. Si esto ocurre en materia educativa, el tema se torna casi criminal. Acostumbrados como nos tienen algunos proveedores de información, a las malas noticias —que México ocupa el penúltimo lugar de 108 países considerados, en la medición de rango de lectura mundial por ejemplo— caemos en estados cuasi depresivos y fatalistas. Si a estas estrategias destructivas de algunos medios, le agregamos una buena dosis de políticas fallidas en cuanto a planeación, rectificaciones de las rutas e incapacidad en algunas áreas para la compresión de los avances mundiales, lo que tenemos es una condena de retroceso para las actuales generaciones de niños y jóvenes, cuyos resultados están ya, a la vista.
Educar, supone el desarrollo y perfección de las facultades físicas, intelectuales y éticas de un ser humano. Lograr esto, implica una fuerte dosis de transmisión de conocimientos —sobre disciplinas tan variadas como música, matemáticas, geografía, lenguaje etc.— el ejercicio de conductas esencialmente adecuadas —acorde a la cultura, la historia o el civismo de cada región o comunidad— y por supuesto la valoración de respuestas asociadas con la emotividad del individuo. ¿Se puede esperar a un adulto honrado si desde niño aprendió de su entorno a mentir, agredir, descalificar, comerciar con ilícitos, no respetar los rangos —límites para el cumplimiento de normas y conservación de estructuras— y no interesarse por indagar acerca de lo que ha sido y lo que puede ser la civilización humana?
Desde las prácticas educativas —para la caza, pesca o construcción— de pequeñas tribus, pasando por sistemas más complicados en pueblos tan antiguos como China, India, Egipto o muchas mesoamericanas, hasta las actuales ofertas de diplomados, cursos y talleres cibernéticos, la figura del mentor ha sido siempre de especial relevancia ¿Se podrá avanzar en cultura cívica si toda la propaganda está encaminada a cuestionar a los maestros —son mugrosos, incultos, guerrilleros, flojos, etc.— y dificultar la actividad de los egresados de las normales y planteles pedagógicos públicos? ¿Será este el mejor camino para cortarle la cabeza a un monstruo que se alimentó y se dejó crecer, al amparo de un distorsionado concepto sindical? ¿Qué castigo se tiene previsto para las cobardes autoridades que en vez de aplicar la ley azuzan a grupos de padres de familia en un pleito irracional en contra de los maestros en general?
El pasado 5 de octubre, por iniciativa de la UNESCO se recordó el “día mundial de los docentes” a los cuales, conjuntamente con la OIT, el PNUD, la UNICEF y la Internacional de la Educación —IE— consideran como “la fuerza más enérgica en pro de la equidad, el acceso y la calidad de la enseñanza” ¿a quienes se debe que sea América Latina y particularmente México, la región que mayor desarrollo ha tenido en temas como: disminución del abandono escolar; menor población de alumnos rezagados y repetidores; buen promedio de años de estudio de 8.9 (la media mundial es de 9.8) y niveles de aprovechamiento alto-elevado en más de 56%? Documentales como “Cero en conducta” ¿toman en cuenta estos índices o se concretan a generalizar lo malo? desestimando el derecho que tienen los maestros —sobre todo los de zonas marginadas— a “recibir una sólida capacitación previa y un apoyo y una formación profesional permanentes…”[1]
Todos quisiéramos ver a los maestros de Oaxaca, Guerrero o Michoacán dando clases en sus comunidades porque como han afirmado en la UNESCO “un llamamiento a la docencia significa una exhortación en favor de la educación de calidad para todos”; pero quizá el origen del problema no esté solo en los afines a la CENTE o las diferencias de estos mentores con los del SNTE, sino en todos aquellos que han perdido de vista que la evidencia mundial nos muestra a la educación pública, como la punta de lanza para el desarrollo en países como Francia, Estados Unidos, Finlandia, Canadá, Suecia, Japón China, Corea del Sur.
Imposible imaginar las intensas jornadas de alfabetización realizadas desde hace 40 años, sin la participación comprometida —y no necesariamente autoritaria— de los gobiernos, no solo para celebrar el día internacional de la materia —8 de septiembre— sino para procurar a través de este instrumento de autonomía personal y medio para alcanzar el desarrollo individual y social, erradicar la pobreza, reducir la mortalidad infantil, frenar el crecimiento demográfico, lograr la igualdad de género y garantizar el desarrollo sostenible, la paz y la democracia. Metas todas estas que se han logrado en países tan boicoteados como Cuba y que deberán continuar en nuestro México, que, sin caer en la utopía, si está en la posibilidad de moverse con dignidad en el concierto internacional. Depende de los padres, los funcionarios del sistema educativo y por supuesto de los maestros.
Ha lugar a la enseñanza privada, debemos convivir con ella aun con el riesgo consumista de convertir la educación en un producto de mercado; pero la experiencia —eso tan despreciado ahora por algunos jóvenes— nos muestra el valor de la educación pública, laica y de calidad. Cuando revaloremos este gran activo de nuestra historia, estaremos en la posibilidad de celebrar auténticamente el 15 de octubre, el día internacional de la mujer rural —muchas de ellas son maestras— y el próximo 17 el que resume la intención de erradicar la pobreza en el mundo —eso solo se logra aprendiendo desde el abecedario hasta el cuidado del ambiente— y tantas otros reconocimientos que si bien a veces tienen una carga de conveniencia política, también llevan en sí mismos una forma de educación, al recordarnos cuan graves son el uso de armas químicas, los extremos de fanatismo que condenan a ciertas sociedades al retroceso[2] o la equívoca visión bélica en contra de otro país en lo que en México recordamos como el día de la raza. ¿Lo celebró, cerca de insurgentes o será un monumento más, condenado a la destrucción con la indiferente mirada de los incultos con poder?
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[1] Irina Bokova, Directora General de la UNESCO.
[2] Como celebrar matrimonios arreglados, con niñas preescolares, o dilapidar a supuestas adulteras, solo por poner ejemplos drásticos.