Candil de la Calle

Pasta de Conchos, ocho años

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Los hombres de Estado son como los cirujanos: sus errores son mortales.

Francois Mauriac

(Foto: Especial)

Sesenta y cinco mineros quedaron enterrados en una mina de carbón en San Juan de Sabinas, Coahuila, el 19 de febrero del 2006.

Una mina operada por Grupo México, una de las empresas más grandes —sino es que la más— y prósperas del sector.

Los mineros bajaron a una profundidad que guardaba grandes concentraciones de gas natural, de cuya peligrosidad había sido previamente advertida la empresa.

Esta concentración fue después el pretexto perfecto para que la empresa propietaria justificara la suspensión del rescate, nunca concluido.

En julio del 2006 se rescató un cuerpo, el de Felipe de Jesús Torres Reyna. En enero del 2007, el segundo y último, de José Manuel Peña Saucedo. Sesenta y tres permanecen en el sitio hasta la fecha.

El ‘pocito’ de carbón se convirtió en su tumba. Sesenta y tres tumbas a muchos metros de profundidad. Para muchas mexicanas y mexicanos, un crimen de Estado, negligencia criminal, colusión con la empresa y sus dueños para callar, para no sacarlos, para no sancionarlos, para olvidar a los familiares, a los hijos, a las viudas.

¿Cómo olvidarlos nosotros?

Eran los últimos meses del sexenio de Vicente Fox. Nada que los días por transcurrir no pudieran transformar en el frágil paquete entregado a la siguiente administración.

Fox, como Pilatos, se lavó las manos en éste, como en tantos otros asuntos que fueron reventando en los años subsecuentes en este país.

Este año, como los siete años anteriores, los cada vez menos familiares que siguen luchando, que quedan en pie, han acudido otra vez a la Procuraduría General de la República y se han reunido con el procurador en turno para pedirle, para recordarle, que esos cuerpos no han sido rescatados, que nadie ha respondido por esas muertes.

Que las piedras sepultaron cadáveres de hombres trabajadores, pero también verdades, negligencia patronal, condiciones infrahumanas de empleo, miseria humana, corrupción.

Como dicen estos familiares, el único lugar a donde pueden llevar flores es al ‘pocito’ de la mina de San Juan Sabinas.

“Ya no halla una cómo hablar, cómo pedirlo”, dijo la hermana de uno de los mineros muertos en la nota de Rosalía Vergara en Proceso sobre el encuentro con el procurador Jesús Murillo Karam.

A esa mujer, María del Rosario, se le murieron un hermano y dos sobrinos en Pasta de Conchos.

Tanto por qué llorar, tanto por qué pedir.

Que este gobierno, el de Enrique Peña Nieto, les prometió el año pasado que les ayudaría para que los cuerpos de los suyos fueran, por fin, recuperados.

La tragedia en la mina —dice la nota— dejó 165 niños huérfanos.

Los ‘pocitos’ no han desaparecido. Los mineros siguen bajando por ellos para sacar el carbón. Perforaciones angostas a cien metros de profundidad por donde descienden en condiciones mínimas, prácticamente inexistentes, de seguridad.

¿Quién les responde a estos deudos, quién pasa de las palabras a los hechos, quién le revienta en la cara al expresidente Fox su abulia, su flojera, su colmillo clavado en los hombres del dinero en este país para que lo dejaran después jugar con su centrito fox, su bibliotequita, su repliquita de la oficina presidencial, su martita, sin estrecheces, pero con esos muertos encima?

Este es el segundo año del sexenio en que los deudos de Pasta de Conchos piden ayuda al gobierno de Enrique Peña Nieto.

Cero y va ocho. Ocho años.

No olvidemos.