Candil de la Calle

Los matices de la violencia

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Existe el persistente patrón de ignorar las quejas de las víctimas o rechazarlas por carecer de fundamento, en lugar de asegurar investigaciones exhaustivas e imparciales para prevenir y castigar los abusos.

Amnistía Internacional

En realidad, la frase anterior es una cita de una carta que la organización Amnistía Internacional (AI) le envió al presidente Enrique Peña Nieto, en el contexto de una situación de violencia y de abusos en materia de derechos humanos a cargo de distintas corporaciones e instancias de seguridad y procuración de justicia: Ejército, Policía Federal, policías municipales, procuradurías, etcétera.

La carta fue dada a conocer en el inicio de la presente semana, a raíz de una serie de consideraciones y conclusiones derivadas de la revisión de la situación de los defensores de derechos humanos, activistas, periodistas, desaparecidos y familiares, víctimas de delitos y de abusos, de los distintos matices de la violencia en México. Todos, en mayor o menor medida, empeorando y a la alza.

En muchas regiones de nuestro país, la violencia toca los extremos, muestra su rostro más feroz, sus más viles prácticas y expresiones, sus efectos más nefastos. En algunas de esas regiones, se ha debido o se ha creído que poner en práctica recursos como la presencia de más policías, de más soldados, de más fuerza pública de distintos órdenes es la forma más urgente y radical de cortar todas esas vertientes y efectos.

En ninguno de los casos esa medida ha funcionado. Lo hemos visto, y Michoacán es nuestro ejemplo más cercano.

En Guanajuato, la violencia es en mayor medida, de orígenes primarios, está despertando, tiene causas primigenias, se manifiesta en formas tan ordinarias, cotidianas.

En el hogar, en las escuelas.

En donde todo comienza.

De donde parte y se puede multiplicar, se riega, se deforma para convertirse en el monstruo sádico que luego vemos en las calles, en otras formas del delito como el secuestro, la ejecución.

Sigue sorprendiéndome la tendencia a hacer como que no pasa nada.

A mirar sin ver, a negar el problema, a jurar que no pasa nada y que si pasa, rápidamente se está atendiendo con curitas y listo.

Peor aún, a que nos asuste y nos indigne que las historias cotidianas de violencia doméstica, o de violencia escolar, o de violencia religiosa, se conozcan, se hagan visibles, se denuncien.

Que para algunos o para muchos, ciudadanos o funcionarios, el hecho de que una mujer sea ultrajada por su esposo, o golpeada por su pareja, o una menor sea violentada sexualmente por un sacerdote o una figura a la que le reconoce autoridad y a la que le tiene respeto, sean asuntos menores siempre y cuando no se ventilen, no se conozcan, no se sepan…o no les impliquen trabajo por hacer.

Que roben la casa del vecino dos o tres veces, qué importa mientras no me pase a mí.

Que si los abusivos concesionarios del transporte ya van por otro aumento a cambio de su ínfimo servicio, al fin y al cabo yo ni uso el camión.

Que si golpearon o abusaron de la mujer que contó su historia en las redes sociales, no ha de ser una blanca paloma o ella se le insinuó a su victimario.

Que si le quitaron el trabajo a la compañera en el gobierno para poner al compadre, mejor me callo y no digo nada o me tocará a mí.

Cada vez me convenzo más de que la indiferencia es también una forma de violencia.