El río de las letras

Amores lejanos

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Los amores de lejos están condenados. O al menos eso se cree. Supuestamente, la convivencia diaria o al menos frecuente entre dos personas les ayuda a mantener viva y sana la relación, sin embargo lo anterior no es del todo cierto. Grandes romances e historias de amor se han desarrollado no solo a distancia, sino además en periodos cortos e interrumpidos por medio de cartas o, en la actualidad, por medio de conversaciones en internet o mensajes de texto. ¿Qué hace entonces que una relación de lejos funcione? ¿Por qué muchas personas se animan a pesar de todo a mantener una relación a distancia?

No soy una experta, pero yo opino que las palabras influyen mucho pues son la forma más profunda de conectarse con alguien en niveles sobre todo inconscientes y permanentes, la memoria poética, como decía Milan Kundera en su libro La insoportable levedad del ser. Las palabras tienen peso y por eso son peligrosas.

Dos personas en la misma habitación pueden sentirse en partes contrarias del mundo y ciertas relaciones a larga distancia pueden ser más profundas e intensas pues se facilita el ser uno mismo y por lo tanto el decir con mayor facilidad secretos o detalles a veces inconfesables. Las palabras son lo único que puede unir a dos personas separadas, pero deben ser las correctas y, sobre todo, deben ser claras y precisas en los momentos adecuados.  Yo confío en las palabas porque para mí han sido un puente entre los mundos, crean vida, abren mentes, unen corazones, llenan espacios en blanco.

Por eso, cuando conocí a Iveth entendí un poco su obsesión por continuar con su novio a pesar de la distancia. Él se fue por meses en un viaje de trabajo y las primeras semanas ella no perdió la esperanza de mantener todo tal y como estaba cuando ambos vivían en el mismo lugar. En parte ella entendía y trataba de comprender; más que verlo como el fin del mundo lo vio como una oportunidad para valorarse mutuamente y probar su amor. Desafortunadamente, el optimismo no duró pues no fue mutuo.

Al inicio ella le escribía seguido largas cartas donde le expresaba, lo mejor posible, sus emociones y cómo era su vida en un día normal; sin embargo las respuestas de parte de él eran casi siempre concretas, cortas y no tenían nada de información personal o sobre su vida en el extranjero. Ella intentaba comprender sus ocupaciones laborales y, además, de cualquier manera él nunca había sido muy abierto a la hora de expresarse sobre sí mismo. Así que ella continuó escribiéndole e intentaba de vez en cuando enviarle mensajes para hacerle saber que pensaba en él constantemente, aún cuando estuviera en el trabajo, o en una salida con sus amigas, incluso al llegar por las noches de alguna fiesta, se tomaba un minuto para decirle “te quiero” o “te extraño” y darle seguridad, dejarle claro que su amor era una vela encendida en medio de la obscuridad y esperaba le sirviera en su camino de regreso.

Un día en un correo él le dijo que quizá tendría que quedarse unos meses más y no quería hacerla esperar. “Sal con otras personas”, le dijo. Pero ella se molestó y le contesto días después ya más calmada que estaba bien como estaba y no quería salir con nadie más. Seguramente, lo hubiera esperado toda su vida pero ahora cuando Iveth le enviaba algún correo, si ella le decía “te extraño” o “te quiero”, él nunca le correspondía. Además los mensajes de texto ya no los contestaba y si él estaba en línea no le mandaba ningún mensaje.

Todo estaba muy claro para cualquiera menos para ella, quien lo justificaba diciendo “Así es él” o “Está muy ocupado” o “No tiene internet» pero  poco a poco las excusas perdieron valor y se las repitió tantas veces que pronto ya no significaron nada. A veces es fácil creer nuestras propias mentiras pero al mundo no puedes mentirle, es un espejo y el fiel reflejo, con el pasar del tiempo, se hace imposible de ignorar o de transformar en la verdad de nuestra mente.

Por eso, con todo el dolor de su corazón, borró su número de su agenda, eliminó todas su cartas que nada decían y se prometió  no volverlo a buscar. Yo ya no la vi en el café por mucho tiempo, hasta que una vez la vi caminando por la calle y me acerqué a saludarla. No le pregunté nada de su relación y ella nada dijo pero, la noté muy distinta, más distraída que de costumbre aunque ya menos triste, como si una parte de ella hubiera negado todo lo sucedido pero otra parte más profunda y fuerte tuviera todo fresco en la memoria y todos los días fueran aquél día cuando se despidió por última vez de él.

Una de sus mejores amigas fue quien  me lo dijo todo: él ya no volvió. Yo no necesitaba saber más para comprenderla. ¿Qué más quería él si ya lo tenía todo? A la mejor no sentir ese compromiso de prometer algo sin tantear el terreno o a la mejor tenía miedo de volver y ya no encontrarla a ella.