Histomagia

De muertos y lo que los envuelve

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(Foto: Archivo)

Dicen que la comunicación en Guanajuato es muy expedita: todo mundo se entera de lo que hiciste en menos de lo que canta un gallo, y de lo que no hiciste también.

La ciudad se encuentra en una cañada por lo que en tiempos pasados era mucho más fácil comunicarse desde los cerros, por ejemplo de Peña Alta a Pastita, donde mis antepasados se pedían, a grito pelado, jitomates o tortillas y así evitarse la fatiga de bajar y subir en búsquedas infructuosas del trueque para tener el pan de cada día.

Hay cerros que no son tan famosos como el de los Picachos, el Hormiguero o la Bufa. Está el del Meco, chiquito, pero bien que se ve; el de Sirena o la Crucita, por donde pasa en sus entrañas los túneles de la mina y donde un tiempo se veían saltar bolas de fuego y dicen que son brujas; o los de las Antenas,  pelones, pelones, muy grandotes y son el reto a subir para bajar por detrás y llegar a una pequeña presa que nos recibe con sus cristalinas aguas.

En la base del cerro de las Antenas se encuentra un viejo Cementerio que era de ricos, dicen, y en donde a veces se oyen murmullos de las almas en pena y pues ha de ser porque a la mayoría de lo que ahí enterraban, más tardaban sus dolientes en darles cristiana sepultura que en sacarlos los pobres del pueblo, encuerarlos y quedarse con cuanta pertenencia del difunto. No, si el hambres es canija.

En la actualidad gran parte de ese terreno es de particulares. Una vez asistí como invitada a una fiesta en donde todo estaba muy bien, departíamos alegremente. El asunto fue cuando me doy cuenta que la mesa afuera de la casita, pobre pero eso sí muy limpia, era una gran lápida con nombre, fechas y toda la cosa. Luego miro a mi alrededor y las lápidas estaban por todos lados: en el piso, en las ventanas, en el baño. No quise pecar de impertinente, pero lo que sí recuerdo es que en cuanto pude, salí de ahí —ya era noche— rezándole a todos mis santos para que no se me pareciera el muerto en el camino ni en mi casa. Hace poco me volvieron a invitar, pero decliné finamente la propuesta.

A estas alturas ya creo que es inevitable hablar de Guanajuato sin referirnos a los muertos y lo que los envuelve.  Recuerdo una cita amorosa que tuve en el Panteón de Santa Paula, donde mi en ese entonces enamorado, me citó ahí para poder presentarme a su abuelita. Y ahí nos tienen buscando la gaveta, porque “estaba por aquí, me acuerdo”, me decía, y yo: “pues si quieres mejor nos vamos”, y él: “no’mbre ahorita la encontramos”. Y así fue, encontramos la gaveta de Doña N. a la que presentó como si estuviera viva, porque eso sí, ante todo respeto al difunto. A mí, en verdad, me agradó el voto de confianza de mi amado J. pero el miedo que sentía de estar entre tantos muertos no me lo quita ni Dios. Eso sí, tomé a la entrada varias piedritas y las dejé en la puerta en cuanto salimos. Sí, sé que esto es para cuando llevas niños chiquitos al panteón y su alma no se quede ahí, pero en verdad mi niña interna sufrió y sufrió, por eso hice el conjuro de almas y pues no me llevé ninguno a casa.

Visitar el Panteón de Santa Paula es en verdad una aventura, encuentras ahí, al leer cada tumba o gaveta, una añoranza por evocar los tiempos pasados e imaginarte cómo vivieron esas personas, cómo es algunos vinieron de tan lejos a poblar la ciudad. Es mágico. Te acompaña el viento que chifla al pasar al segundo nivel en donde hay árboles que parece esconden espíritus detrás de sus troncos, sientes escalofrío por la espalda al  sentir presencias cercanas a ti, no imaginas lo que sentirán en el festival de cine Aurora, sostengo lo dicho: ese festival de cine para valientes escépticos. Desde ese día no he regresado al panteón.

Como ven, Guanajuato es una veta mineral, pero también una gran veta de historias que a todos y cada uno de los habitantes de esta a veces tenebrosa ciudad, nos conforma y define en nuestra personalidad. Si alguno de ustedes quiere vivirlo, sólo es de que vengan y se den el chance de convivir con la gente guanajuatense siempre dispuesta a contarles sus experiencias, como hoy, conté yo una de las tantas mías. Ven. Lee y anda Guanajuato.