Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

¿Desvergonzados?

Compartir
(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Cuando se han recorrido más décadas de las que cuentan los miembros del gobierno actual y en ese tiempo se han visto las reiteradas complicidades entre funcionarios —mexicanos y de otros países, sobre todo estadounidenses— y gente dedicada a lo sucio como sería el tráfico de droga, armas y personas, es difícil tragarse píldoras retóricas de pretendida cura contra la culpa.

No es la primera vez que enfrentamos el horror de decenas —que al final del día se convierten en miles— de seres humanos privados de su libertad, su salud, vida y en márgenes mucho más amplios de sus derechos fundamentales, como lo es el acceso a satisfactores básicos de alimentación, educación, vivienda entre otros.

Un estudiante de la normal rural hoy conocida en todos los confines del planeta apuntó: si no tenemos acceso a la educación, nuestras opciones se reducen a la inmigración o a ser contratados por sicarios. ¿Lo entienden los hacedores de discursos, empeñados en convencernos que las normales rurales son cosas del pasado y que también son obsoletos los programas educativos vigentes aun cuando no se cumplan? ¿Será destruyendo instituciones con la complicidad de los sindicatos a modo, por decir lo menos, cómo se crearán los nuevos empleos que imaginó Calderón y que no saben cómo producirlos los pomposos egresados de universidades privadas que hoy nos gobiernan?

La endeble naturaleza humana guiada por la vanidad y no por la sabiduría, destruye cíclicamente lo aportado por sus antecesores y en eso los gobiernos de México son campeones. Doña Esther Zuno de Echeverria trabajó en su tiempo los huertos familiares, que en el relevo sexenal se dejaron de apoyar y sus fundamentos fueron escondidos en lo más recónditos de los archivos. ¿Saben estos destructores que hoy tal concepto forma parte de las metas del milenio en la ONU y que incluso hay días y años internacionales dedicados a la producción de hortalizas por familias?

Educación y empleo es un binomio que no puede quedar fuera de la tragedia de Ayotzinapa, y mucho menos el cinismo de los actores de partidos que tratan de aprovechar el tema para destruir al posible contendiente electoral o los traidores de México usando el dolor de padres, hermanos e hijos para abaratar cuanto se pueda todo lo que pretenden llevarse las empresas transnacionales carentes de probidad.

La violencia no es como pretenden algunos medios —nacionales y extranjeros— algo exclusivo de México, ahí están las centenas de niñas de secundaria secuestradas en países donde el credo espiritual es una libertad elemental inexistente. ¿Qué mayor violencia que el reclutar niños para lavarles el cerebro y usarlos como armas suicidas? En el tema de la trata de personas, países pobres o estratos de de miseria en las naciones ricas son los que tienen oferta de menores de edad y mujeres; pero ¿No son violentos los “educados y pertenecientes a la alcurnia” que amasan grandes fortunas y poder por este inmoral comercio?

¿Quiénes son más violentos, los que salen en su desesperación a quemar autos y destruir propiedad ajena o los que aparentan ser gente bonita aunque dispuestos a ocultar la verdad, que casi siempre conocen, aun cuando en su simulación estén cubriendo crímenes atroces? Pero el origen del problema no está solo en la total destrucción del Estado de Derecho, dicha devastación ha comenzado en el hogar mismo. Ahí la comunicación intergeneracional está baldada, los hijos no escuchan y además cuestionan a los padres, sobre todo aquellos que en su confusión creyeron que era una mejor opción enviarlos a conglomerados de “gente bien” aun cuando la educación fuera deficiente. ¿Cómo podemos pedir a esos chicos, cuya base de formación considera más valiosas las relaciones públicas que el saber, se ocupen por lograr una sociedad igualitaria? Tales padres pagan para dar relaciones de altura a sus vástagos, no importa si carecen de educación cívica, matemática o de gramática.

¿Cómo esperamos que no sean desvergonzados, si sus primeras trampas se dieron en la escuela para obtener una calificación inmerecida a como diera lugar y en ello sus progenitores fueron cómplices cuando menos por omisión? ¿Por qué no discriminar, si son jóvenes, ayunos de conocimientos elementales de historia, ética o lógica, que aprendieron desde la mesa familiar que las escuelas públicas son mugrosas, sus maestros tranzas y rijosos?

De lo que no cabe duda es la pérdida de lo esencial que el horror de Guerrero nos ha mostrado, no solo por los 43 desaparecidos, sino por la identidad de todos los seres humanos botados en basureros, fosas clandestinas que no son de ahora sino cuando menos con una antigüedad de 15 años y, sobre todo, el cinismo de quienes buscan el poder, sin importar que para lograrlo se prostituyan voluntades mediante la dádiva de pan y la entretención de un circo carísimo que convierte tradiciones como el día de muertos en “shows Hollywoodescos” cuya mediocridad es similar a la de organizadores que también juegan el rol de autores intelectuales de un crimen imperdonable, el asesinato de México, con premeditación —en complicidad con el banco mundial y todos los fondos financieros internacionales que existen— alevosía, ventaja y traición. ¿Será que nuestros políticos perdieron la vergüenza y por ello estamos a merced de desvergonzados o simplemente hemos elegido a una runfla de sinvergüenzas?