Candil de la Calle

El estilo Arnulfo

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La Historia nos enseña dos cosas: que jamás los poderosos

coincidieron con los mejores, y que jamás la política

fue tejida por los políticos.

Camilo José Cela

(Foto: Archivo)
(Foto: Archivo)

Además de la significativa fecha de su partida -–un 24 de diciembre de hace tres años– Arnulfo Vázquez Nieto me viene a la memoria presente, obligado por la víspera de un proceso electoral en el que, afortunadamente, llegará a su fin el actual trienio municipal y los guanajuatenses de la capital elegiremos a un alcalde o a una alcaldesa para los siguientes años.

Sólo que, en la jerga de los priistas, la caballada está flaca.

Unos días después de su fallecimiento, escribí en esta misma columna algunos de mis recuerdos frescos sobre Arnulfo. Cachufo, para los habitantes de la capital del estado que gobernó en dos ocasiones, sin terminar ambos periodos porque buscó ser diputado y lo consiguió en igual número de elecciones.

Escribí entonces sobre la empatía con la persona, el respeto que siempre hubo entre ambos y que lo llevó a aceptar diplomáticamente las críticas ejercidas desde mi voz de periodista, todo lo cual trascendió a una amistad que nos reunió unos días antes de su muerte en una tarde de chisme político, de grilla pura, ávido de intercambiar impresiones sobre los acontecimientos del presente y las especulaciones del futuro, desde el reposo de su casa y el acompañamiento de María.

En su momento, le hice saber mi desacuerdo con que dejara inconclusos sus dos periodos como presidente municipal. A diferencia de muchos y muchas hombres y mujeres que deciden, eligen o son invitados a convertirse en funcionarios o en los cargos de elección que no saben vivir con la crítica indispensable a la que se exponen necesariamente desde la vida pública, Arnulfo lo sabía, lo hacía y, en más de una ocasión, me hizo saber que le dolía, pero que reconocía que la razón no estaba de su lado.

Eso hizo la diferencia en la relación entre político y periodista. Y asumo cada una de estas palabras, como siempre en la mordacidad, en el sarcasmo o en la crítica de otras ocasiones, otras columnas, con todo lo que ello implica.

En el presente, en el día de hoy, después de los desastrosos gobiernos que le siguieron, entre la falta de pertenencia, el desinterés por el municipio, la inexperiencia irresponsable y voraz del juniorismo político y los compromisos con jefes, amigos y socios (evidenciados éstos últimos de manera ostensible en la actual administración), me parece inevitable, más bien necesario, coincidir con quienes señalan a Vázquez Nieto como referente de los gobiernos en la capital.

En muy distintas ocasiones y con distintos personajes, una conversación que versa sobre nuestros recientes gobernantes  municipales deriva, invariablemente, en la comparación que a todas luces deja a Arnulfo como un buen administrador, que sabía mantener funcionando los sensibles servicios básicos que presta el municipio; que ejercía con habilidad la gestoría de recursos ante otros niveles de gobierno; que aplicaba el poder de la negociación para conjurar confrontaciones con sus opositores políticos, y que mantuvo una mesurada imagen de funcionario-empresario hotelero lejos de la ofensiva ostentación inmobiliaria o patrimonial de otros, muchos.

Que supo, como no lo han sabido hacer varios de sus sucesores, gobernar.