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Lugares para guarecerse

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El Campanero de noche (Foto de Paul Morin)
El Campanero de noche (Foto de Paul Morin)

Armarte de valor y salir por las noches en Guanajuato es una de las millonésimas cosas que haces cuando eres estudiante universitario. Tener la certeza de que esta ciudad es un lugar seguro, cambia la perspectiva de vida que en nada se compara con la que se tiene actualmente.

Aún está en mi memoria el olor a humedad de las casas que rentas en el Centro de Guanajuato, el frío implacable que se sentía en su interior, pues a veces salías abrigadísimo y afuera hacía calor, obligándote a cargar y pasear por la ciudad tu suéter o chamarra que te volvías a poner al regresar a la hora que fuera: día o noche.

Evoco recuerdos de cuando era tan seguro caminar por las madrugadas en las calles y callejones que si tenías hambre ibas a La Pasadita o a El Figón en la calle Cantarranas, a cenar a las dos o tres de la mañana, pues a veces te quedabas estudiando tanto que necesitabas reponer energías antes de ir a clases o a exámenes, dependiendo del calendario. Eso sí: la responsabilidad ante todo.

Los lugares más recurrentes para cenar como estudiante eran —y aún lo son— los tacos del Baratillo (había hasta tres puestos: el del Callejón de La Cabecita, el de la bajada de San José y el intermitente que a veces se ponía y a veces no, en el ramaje que va a la prepa ahora NMS).

Pero el lugar más entrañable y el más querido sin duda, eran Los Rosales, cenaduría que se ubicaba frente al templo de La Compañía y que fue, ha sido y será sin duda, uno de los más recurridos por todas las clases sociales de esta ciudad, era democrático y esperabas tu turno de mesa para saborear antojitos mexicanos A. A. es decir, antes de la anorexia y de satanización de la comida mexicana.

Si alguna vez de plano te quedabas todo el día sin comer, aplicabas la de la visita a los amigos y ver qué se armaba, que incluía la comida, cena, botana o algo, por supuesto.

También como estudiante, siempre tenías a la mano un llavero de la solidaridad, a decir de Benedetti, pues ahí traías las llaves de algunas de las casas, departamentos o cuartos, por si la señora te cerraba la casa al dar las nueve o diez de la noche y no había de otra que aplicar la de llegar cuando tu amigo de confianza estaba dormido, leyendo, estudiando o en otros menesteres, de los cuales tú no te dabas por enterado, pues lo que querías era caer en los brazos de Morfeo y urgía, pues estaba pronto a amanecer y no podías faltar a clases para poder aprobar el semestre.

Recuerdo como era tan silenciosa la noche, a veces, sólo se escuchaba el ulular del viento que agudizaba conforme se adentraba la madrugada, podías caminar sola y sentirte en verdad arropada por el viento y el gentío que pasaba en tropel de vez en cuando, haciendo sus propias callejoneadas con la música por dentro, pues, estudiantes al fin, las guitarras y las voces melódicas, así como las bebidas espirituosas, hacían recurrentemente acto de presencia.

Sí, el ser estudiante universitario implica el libre albedrío que, de cualquier forma, te hace responsable de ti mismo porque es parte de conocerte y demostrarle al mundo tus ganas de ser consecuente con tus sueños. Pero no me creas, mejor ven a verlo con tus propios ojos. Lee y anda Guanajuato.