Candil de la Calle

Justicia en la tierra

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

En la noche del domingo 22 de marzo, Lucía Elizabeth Muñoz Lemus murió de un disparo en el pecho.

Tenía seis años.

Quedó tirada junto a su mamá, Paula Patricia Lemus.

El ex policía Gustavo Hernández Escareño, vecino de la familia Muñoz Lemus en la colonia Paseos de la Fragua de la ciudad de León, tenía un arma en la mano y había hecho varios disparos.

Uno le dio en un brazo a Miguel Ángel, papá de Lucía Elizabeth, quien ya había sido molido a golpes por el ex preventivo y su hijo mayor.

Otro rozó apenas un brazo de Paula Patricia, quien apenas alcanzó a sostener a su hija Lucy cuando esta cayó, aparentemente desmayada en  medio del zafarrancho entre las familias.

Un mes atrás, el perro de los Muñoz había escapado accidentalmente de su casa y atacó a la hija de Hernández Escareño, a quien le lesionó un brazo.

El hombre había sido policía desde fines de los noventa hasta diciembre pasado, cuando fue dado de baja.

Las versiones conocidas por los vecinos, entre el hermetismo con el que el gobierno municipal de León y su Secretaría de Seguridad Pública han evadido el tema, apuntan a que el ex agente tenía vínculos con asaltantes de cuentahabientes bancarios, un índice escandaloso que se registra casi a diario en esa ciudad.

Ya no era policía, pero Hernández Escareño guardaba un arma.

O varias.

Tras el ataque del perro, hubo reclamos, amenazas de demandas y pleitos judiciales. La familia entregó al perro a protección animal del municipio y ofreció pagar los gastos médicos generados por la agresión de su mascota.

Pero el encono ya no se pudo detener.

El ex policía se había ganado la fama de prepotente y malgeniudo en su colonia. Conflictos anteriores con otros vecinos son sabidos en el rumbo.

Y esa noche del 22 de marzo, tras ser molestadas sus hijas al pasar por la tienda de Hernández, los Muñoz Lemus decidieron hablar con el ex policía, en busca de zanjar las diferencias y calmar nos ánimos.

Antes de llegar a casa del ex preventivo, se encontraron al hijo mayor de éste y a sus hermanas, a quienes preguntaron por qué amedrentaban y molestaban a Lucía Elizabeth y a su hermana.

La discusión derivó en golpes. Gustavo Hernández fue avisado y salió corriendo de su casa, con la pistola en la mano. Al acercarse, disparó.

Lucy estaba pegada a su mamá. Cayó al piso. Murió ahí mismo.

Todavía Hernández Escareño se acercó a revisarla. Después, corrió con sus hijos, subió a su camioneta y arrancó, volando unos barriles que colocó el vigilante del acceso al fraccionamiento, tratando de impedir la huida.

El padre de Lucy le pidió ayuda. Que no se fuera, que los ayudara a llevar a la niña al hospital. Lo ignoró.

Horas después, las complicidades desde la Policía Municipal, donde Gerardo tiene todavía un hermano, Abel, que es comandante, se hicieron patentes, dejaron huellas, son constatables y son, deben ser, investigadas. Y sancionadas sin contemplaciones.

Un policía en su patrulla obstaculizó la persecución que un agente de tránsito hacía a la camioneta que conducía Gerardo Hernández. Otros policías en cuatro patrullas “acompañaron” a la esposa de Gerardo de regreso a su casa el lunes por la noche. La mujer pudo sacar cosas, ropa, documentos.

Al mismo tiempo, en la casa de los Muñoz, Paula Patricia velaba el cuerpo de Lucy.

El caso, la investigación, está en manos de la Procuraduría de Justicia, que pocas luces da hasta ahora sobre la profundidad de la indagatoria.

Que no se sume a las complicidades, es el reclamo.

Que Lucy tenga justicia en la tierra, pide su madre.

Que no sea, otra vez, una historia de impunidad.