El Laberinto

La batalla que ganamos

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

“¡Mexicanos al grito de guerra!”. Nuestro himno nacional nos lo recuerda: el siglo diecinueve mexicano estuvo bañado de pólvora y violencia, primero luchamos contra los españoles y contra nosotros mismos para conseguir nuestra independencia y una vez firmada el acta, las guerras fueron de dos tipos: internas para elegir un modelo para este nuevo estado y contra los invasores que vieron en nuestra recién adquirida libertad un anuncio de “Se busca colonizador”.

En este contexto de división entre conservadores y liberales, en 1861 franceses, ingleses y españoles decidieron reclamar sus deudas económicas al país y aunque el gobierno de Juárez logró disuadir a los dos últimos, los franceses optaron por la invasión, osaron los extraños enemigos profanar con su planta nuestro suelo.

Y aquí viene la parte interesante de la historia: el 5 de mayo de 1862 un país debilitado, empobrecido y con un ejército indisciplinado y mal equipado formado por que el cielo un soldado en cada hijo nos dio, derrotó gracias al cese provisional de las agresiones internas a uno de los ejércitos más poderosos de toda Europa, como si se tratara de la bíblica historia de David venciendo a Goliat, y los mexicanos lo conmemoramos con todo tipo de fiestas oficiales y populares, aunque al final, cuando volvimos a ser dos bandos, perdimos.

No critico la fiesta, ni el orgullo que debe de causarnos esta victoria, como el hecho de que, entre tanto patriotismo hueco y escandaloso, olvidamos las lecciones que nos deja este acontecimiento y que nos serian muy útiles en estos momentos: que un país dividido abre la puerta a todo tipo de oportunistas y que, mas que confiar en la suerte cuando nos viene la tormenta, deberíamos de trabajar diario para no ser los que estamos en desventaja, para que a nadie le sorprenda que ganamos, no solo ser mexicanos si escuchamos el grito de guerra, sino serlo todo el tiempo.