Toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura al fascismo.
Albert Camus

En el catálogo de los personajes fascistas, uno de los primeros de la lista es Benito Mussolini, el famoso líder o Duce italiano, quien gobernó Italia en el período de 1922 a 1943. Su gobierno constituye un claro ejemplo del concepto de dictadura, es decir, la adjudicación por parte del líder de una autoridad absoluta asumiendo todos los poderes del estado, sin someterse a ningún control constitucional ni legislativo. Este régimen político nacionalista y totalitario implementado por Mussolini después de la Primera Guerra Mundial representa el prototipo del fascismo, al grado de influir sobre el mismo Adolf Hitler, con quien se alió para llevar a Italia a participar en la Segunda Guerra Mundial.
En una revisión de los rasgos distintivos del fascismo, que desde la Italia de Mussolini se ha presentado con frecuencia en diversos momentos históricos a lo largo y ancho del mundo, se pueden citar algunos puntos importantes, como la exaltación del nacionalismo ramplón, apropiándose de los símbolos patrios como atuendo elemental, haciéndolo parecer como uniforme ideológico distintivo. Quien no lo porta orgulloso con referencia a un modelo decretado, es un enemigo.
El fascismo inventa amenazas latentes a su alrededor, con objeto de sembrar la urgente necesidad de establecer mecanismos inmediatos para la defensa de la seguridad nacional, y esto significa cancelar los derechos humanos en función de aplacar al grupo antagonista hostil, que perturba la paz del pueblo. La policía fascista captura, interroga, juzga y sentencia al infractor. La forma como se obtengan las confesiones y las pruebas acusatorias para los procesos penales, es entonces una atribución institucional del sistema. Es importante que la amenaza tenga identidad humana, que concentre los resentimientos producidos por las inconformidades sociales que van aglutinando a las mayorías. Para conformar al chivo expiatorio resultan muy útiles las minorías, ya sean raciales, religiosas, sexuales, inmigrantes, ideológicas, cualquier grupo humano al que sea factible etiquetar arbitraria y unilateralmente como extraño, de rara y sospechosa conducta, un peligro para la seguridad nacional, para los verdaderos ciudadanos de bien. El criminal (chivo expiatorio) tiene que ser severamente castigado frente al pueblo, como advertencia a quienes traten de alterar el orden.
Tener éxito en los aspectos anteriores requiere fundamentalmente del control absoluto de los medios de comunicación, lo cual necesita a su vez que el sistema gobernante haya cumplido varias condiciones previas. El líder carismático fascista logra estructurar un discurso alienante que convence a una fracción importante de las masas, con argumentos simples y reiterativos que parecen incuestionables. Este músculo político no pasa desapercibido para los poderes fácticos, líderes sindicales, élites empresariales, militares y religiosas, que vislumbran beneficios corporativos en la relación con el líder, apoyándolo para alcanzar el poder por medio de elecciones democráticas, legales, fraudulentas, o incluso con violencia, para legitimarlo en el poder. La conexión inicialmente razonable con los medios informativos se transforma en control total, por convencimiento o coacción, en la medida en la que el líder se consolida en el poder y en la que los argumentos de la represión justificada por las amenazas latentes inducidas, se convierten en acciones concretas, una de las cuales es la imperiosa propaganda permanente de los contenidos del discurso, que debe alcanzar hasta los últimos rincones de la zona de influencia.
De la misma forma se va estructurando el mando militar. Por cuestiones de seguridad nacional el caudillo requiere de libertad de maniobra para defensa de la patria en peligro, y se la atribuye controlando, reduciendo o eliminando los poderes legislativo y judicial del Estado, para manejar a su antojo todos los hilos de la vida misma de la población ya bajo su dominio. El fascismo invierte gran parte de los recursos disponibles en el ejército, en elevarlo al rango de heroico, soberbiamente uniformado, fuerte, invencible, orgullo de las masas. El ejército es la sólida estructura ósea del fascismo, que marcha codo con codo, abriendo camino a la febril fantasía represora disfrazada de utopía.
Los intelectuales, académicos, científicos y artistas son enemigos del fascismo, si estos no comulgan con el discurso del líder. Las masas no requieren formación más allá de los principios básicos requeridos para el cumplimiento de sus funciones en los esquemas productivos, no necesitan leer, esto sólo confunde las ideas; no necesitan reflexionar, para eso están los manuales y los reglamentos. La información, relajación y el divertimiento están asegurados con las revistas y periódicos (manipulados), el alcohol y las drogas (paradójicamente prohibidas) y por la promoción de las estrellas deportivas (infladas) y del espectáculo (normalmente vulgares). La manifestación pública de sentimientos tiende a censurarse y la religiosidad sólo se permite si sirve como vehículo de manipulación, nunca como fortalecimiento de la espiritualidad.
Los trabajadores son exaltados como héroes de los núcleos fascistas, pero la recompensa no es el goce de un salario digno, sino la medalla al mérito de su sacrificio en beneficio de las altas aspiraciones de la patria congregadas en el líder. La existencia de sindicatos y asociaciones de trabajadores es promovida si se concibe como parte de los engranajes de la manipulación rampante. La cúpula gubernamental del sistema no rinde cuentas a los gobernados, sólo da informes incontrovertibles, nadie puede dudar de la honestidad del líder, quien dentro de sus funciones puede integrar o destituir a quien le plazca. Para eso detenta el poder.
Hitler se aprovechó del justificado sentimiento de irritación provocado por la pesada losa del Tratado de Versalles, que ahogó su precaria economía tras la Primera Guerra Mundial. La afiliación irreflexiva a la ideología nacionalsocialista del Führer, expansiva, fascista y racista, le costó finalmente aún más caro al pueblo alemán. Mussolini promovió el Pacto de Acero con la Alemania Nazi y soberbio, soñaba con la creación de un Nuevo Imperio Romano, anexándose el norte de África y el Medio Oriente, pero terminó fusilado junto a su amante Clara Petacci por partisanos comunistas. Sus cadáveres fueron brutalmente desfigurados a golpes por la masa popular a la que había logrado temporalmente enajenar.
Benito Mussolini acuñó una frase que declaraba: La democracia ha quitado estilo a la vida del pueblo. El Fascismo se lo devuelve al darle una línea de conducta, esto es, color, fuerza, pintoresquismo, sorpresa y mística, todo aquello en fin, que cuenta en el alma de la multitud.
En efecto, la observación cuidadosa de un líder fascista exhibe siempre una conducta oscilante entre la simpatía y la intolerancia, seres pintorescos e ignorantes, que basan su endeble fortaleza en la fuerza de un discurso limitado a unas cuantas ideas expresadas en frases contradictorias. En la larga lista de personajes fascistas, al lado de Mussolini, Hitler, Oliveira Salazar, Franco, Stalin, Vorster, Banzer, Stroessner, Pinochet, Chávez, entre muchos otros alrededor del mundo, la ruta del fascismo galopante nos muestra ahora, hoy, actualmente una figura notable, que tal vez por primera vez en la historia, se promociona abiertamente a nivel internacional como aspirante a la candidatura del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos de América, con tal éxito, que prácticamente tiene a estas alturas tal candidatura en el bolsillo.
Fascismo y racismo son la tarjeta de presentación de Donald Trump en la campaña republicana. No es extraordinaria la participación de personajes extremistas en la política, ni aún en los Estados Unidos. Lo que llama la atención en este momento es el grado de convencimiento que han alcanzado los lineamientos de Trump en un amplio sector de la sociedad norteamericana, que vitorea vivamente el colorido, la fuerza y la mística del pintoresco personaje, que toma como bandera la decadencia del poderío norteamericano debido a la debilidad de la estructura actual de gobierno, sometido por fuerzas externas, es decir, configura la amenaza a la estabilidad y a la seguridad nacional que necesita el fascismo, y postula de forma simplista el reajuste del sistema político a partir de su visión de empresario exitoso. Si tiene éxito con sus empresas, así lo puede tener con el gobierno. El Director General y su staff gerencial tomando decisiones para mejorar los índices de productividad nacional. En la política exterior, la idea es recobrar el tributo al imperio restaurado, si un país no cumple será castigado con dureza para ejemplo de los demás países que deben doblegarse ante su autoridad.
El nuevo Führer se siente a gusto con la violencia, armará las fronteras, acosará a los inmigrantes ilegales (todos llamados en forma racista mexicanos) hasta hacerles perder la razón, barrerá a Corea del Norte, no tendrá compasión de ISIS (para él todo el Medio Oriente musulmán), humillará a la economía china, levantará muros para proteger la inocencia de los norteamericanos, que no son proclives al abuso de las drogas, ¡claro que no!, son seducidos por los mexicanos (estereotipo de la malicia y el crimen). ¡Ah! … y bajará los impuestos. Esto no es una comedia ¡Aunque Usted no lo crea!
