Candil de la Calle

Diputados totalmente palacio

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El nuevo edificio legislativo con fallas detectadas (Foto: Archivo)
 (Foto: Archivo)

Como deshojando la margarita, poco a poco han ido cayendo las cortinillas que por años permanecieron levantadas, con débiles pinzas, alrededor de la construcción del nuevo Palacio Legislativo, cuya ostentación, mal gusto y su rompimiento con la panorámica de los cerros guanajuateños fue desde que se le comenzó a ver forma, un auténtico insulto para los habitantes de este estado.

Con excepción de los paseantes de las últimas legislaturas, claro está.

Ha sido el periodismo (un trabajo digo de reconocerse en varios colegas; ayudado por filtraciones interesadas en otros casos y hasta por “fuego amigo” en los peores escenarios) y no el discurso apapachador de la transparencia y la rendición de cuentas, el que ha ido descolgando esas cortinillas que ocultaban lo que se sospechaba en pasillos, callejones y túneles: que la obra encierra un auténtico cochinero.

Diputadas y diputados ni estrenar han podido el nuevo palacio, por más veces que lo han inaugurado —al menos dos legislaturas— y por más que le han metido, puesto que el costo se disparó y hasta préstamo al ISSEG consiguieron con ayuda del gobernador.

La intervención de los diputados —que ni son constructores, algunos ni de contabilidad saben y otros ni la prepa concluyeron, pues— en las decisiones relativas a la asignación y presupuestación de la obra en su momento y de manera directa, gracias a su investidura, sus atribuciones y un poquito más allá, algo de ambición, acabó por exhibir las torpes maniobras en contratos, adjudicaciones, adquisición de mobiliario, conflictos de intereses en algunos casos, y para colmo, adquisiciones de mobiliario costosísimo que, evidentemente por descuido de alguien, se echó a perder y debe ser repuesto.

Imagínese usted, encolerizado lector, que además de contribuir con apoyos para viáticos, gastos de gasolina, fondo de ahorro, seguro de gastos médicos y otros beneficios que ya quisiera el asalariado promedio de las armadoras instaladas en Guanajuato, el erario público estatal debe ser destinado a erigir, componer y recomponer un edificio cuyo pico nos pica la cresta desde que lo vemos en el Nuevo acceso vial que conduce al centro de la ciudad capital.

No contentos con ello, no habrá más remedio que ponerle otros miles de pesillos del contribuyente para comprar, por segunda vez, muebles que se compraron, se descuidaron y quedaron inservibles.

Para colmo, pareciera que Madre Tierra —más sabia en estos menesteres que los simples mortales— ha despreciado desde un principio el descomunal inmueble (por desproporcionado en relación a la fisonomía de la capital del estado), puesto que el sitio que se eligió para su levantamiento ha presentado movimientos de tierra que también nos han acabado costando: unos millones de pesos más para colocar estructuras que soportaran de manera uniforme la placa de concreto sobre la que se levanta la construcción, a fin de cuentas prácticamente echados a la basura, porque ya se advirtieron grietas.

El edificio estuvo presupuestado alguna vez en menos de 140 millones de pesos.

Al día de hoy se le han metido por lo menos 700 millones.

De ese tamaño el dispendio.

De esa dimensión la grieta.